Libertad en el cercado

Con la llegada al poder de los mercaderes, tras promover la revolución burguesa contra el absolutismo monárquico, parecía que la libertad ciudadana iba a ser realidad, pero no pasó de ser un engaño más, al igual que toda la parafernalia ornamental con la que se acompañó el termino, es decir, Derecho, derechos, democracia y demás sucedáneos. En la época en la que el poder se asentaba en la bestialidad humana, cierto que no se podía hablar de libertad, tampoco en el de la violencia de las armas como instrumento de legitimación del poder, pero en la época del lenguaje del dinero, parecía que lo de la libertad podría tomar la buena dirección. No ha resultado ser así.

Cierto que en la situación actual la libertad no es comparable con los precedentes más cercanos. De mejorarla —al menos sobre el papel— se han ocupado los países que han tomado la vanguardia del progreso político. Sin embargo, su labor solo hay que valorarla en cuanto a lo que se refiere al estado de la libertad negativa, ya que puede apreciarse cierta protección de la libertad del ciudadano frente al ciudadano. No sucede así, afectados por la doctrina woke, cuando se trata de ciudadano ante grupos privilegiados o, afectados por la doctrina de la autoridad, en el caso del ciudadano ante elites, en esos casos ya no existe ni la libertad negativa, porque la libertad se topa con un obstáculo, y el ciudadano común está obligado a someter su libertad al privilegio o la autoridad de los nuevos grupos de poder.

El mayor problema reside en la libertad positiva. Lo de querer que la vida y las decisiones de cada uno dependan de uno mismo y no de agentes externos, ha pasado a ser una utopía. Los gobiernos progresistas, los que defienden algo más eso que llaman la libertad o, al menos, su particular modelo de libertad, acaban jugando al mismo juego que los contrarios. El motivo es que permitir que las gentes caminen sin interferencias es políticamente inconveniente. Por tanto, ni en los países más adelantados, en sentido progresista, la libertad fundamental, es decir, la libertad positiva tampoco marcha bien. Las interferencias y la manipulación son la práctica habitual ante quienes se salen del modelo establecido por el discurso. Basta para observarlo el particular sesgo que toman los medios de comunicación oficialistas, a los que se les encomienda esa labor tradicional de procurar el lavado de cerebro colectivo, para que el auditorio comulgue con la particular doctrina del que a la sazón detenta el poder político.

Si en el primer supuesto, el ejercicio de la libertad se obstaculiza con el privilegio y, en el segundo, con la manipulación, solo cabe hablar de libertad en el cercado. En este nuevo modelo, donde hay libertad para consumir y aplaudir el buen hacer de los gobiernos de turno, no es posible ni efectuar una mínima reflexión al margen de los dogmas, establecidos por la conocida Agenda, dirigidos a proteger ampliamente a grupos e intereses potencial o realmente considerados fieles seguidores de las teorías consumistas. Mucho menos es posible hacerlo sobre las actuaciones de la autoridad, porque es la que hace la ley y la interpreta a la medida de sus intereses —a los que también llama el interés general— , gozando de la legitimidad que le otorga el voto dirigido. Este ha venido a ser el campo de actuación último de la libertad.

Desde cualquier perspectiva, en esas sociedades situadas a la vanguardia del progreso, la libertad sigue mejorando, pero afectada por la dirección que marca lo políticamente conveniente. De lo que se desprende, que la libertad debiera ser puesta en observación permanente, en vez de lanzar las campanas al vuelo para venderla como producto para marcar diferencias. Cuando en resumidas cuentas su estado viene a ser el mismo tanto en el territorio de los que critican —los situados en la vanguardia de las libertades— como en el de los criticados —los que se dice que se han quedado atrás. Este viene a ser el triste destino de la libertad, condenada a seguir siendo un nombre para incluir en las constituciones.



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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