Las multinacionales actuales consideran territorio a conquistar y del apropiarse

Para la teoría económica de la Escuela de Chicago, el Estado es hoy una frontera colonial que los conquistadores empresariales saquean con la misma determinación y energía implacables con la que sus predecesores arrasaron con el oro y la plata de los Andes para llevárselo consigo. Si Smith previó en su época que algún día los terrenos verdes y fértiles de la Pampa y de las Grandes Praderas podrían convertirse en explotaciones agrícolas rentables. Wall Street ha visto en décadas recientes "oportunidades" parecidas en la telefónica de Chile, en las líneas aéreas de Argentina, en los yacimientos petrolíferos de Rusia, en el sistema de traída de aguas de Bolivia, en las ondas de la radiotelevisión estadounidense o en las fábricas de Polonia todos ellos "terrenos verdes" construidos con riqueza pública, pero vendidos por una insignificancia. Tampoco podemos olvidar los tesoros que se han generado encargando al Estado la imposición de patentes y precios a formas de vida y a recursos naturales que jamás hubiéramos soñado que podrían convertirse en artículos comerciales: semillas, genes… incluso el dióxido de carbono de la atmósfera terrestre. En su búsqueda insaciable de nuevas fronteras en el ámbito público para el lucro privado, los economistas de la Escuela de Chicago son como los cartógrafos de la era colonial, que tan pronto identificaban nuevas vías fluviales a través de la Amazonia como marcaban la ubicación de un supuesto alijo de oro potencial custodiado en el interior de un templo inca.

La corrupción ha sido un elemento tan habitual de estas fronteras contemporáneas como lo fue durante las fiebres del oro coloniales. Como los acuerdos de privatización más significativos se firman siempre en medio del tumulto generado por una crisis económica o política, no impera casi nunca en esos momentos un marco legislativo claro ni unas autoridades reguladoras efectivas; el ambiente es caótico y los precios son tan flexibles como los dirigentes políticos. Lo que hemos estado viviendo durante tres décadas ha sido un capitalismo de frontera, una frontera que ha sido cambiando constantemente de ubicación, de crisis en crisis, trasladándose tan pronto como la ley se ha ido poniendo al día de la situación en cada nuevo lugar.

Así que, lejos de servir como advertencia, el ascenso de los oligarcas milmillonarios rusos no hizo más que demostrar lo rentable que podía resultar la explotación a cielo abierto de un Estado industrializado. Y Wall Street quería más. Inmediatamente después de la desaparición de la Unión Soviética, el Departamento estadounidense del Tesoro y el FMI endurecieron considerablemente las condiciones exigidas a otros países en crisis (y que llamaban a sus puertas solicitando ayuda) haciendo más inmediatas las privatizaciones. El caso más dramático hasta la fecha se produjo en 1994, al año siguiente del golpe de Estado de Yeltsin, cuando la economía mexicana sufrió una importante depresión conocida como la crisis del tequila: entre los términos de su particular "rescate", las autoridades estadounidenses impusieron una serie de privatizaciones relámpago. De resultas de ese proceso, según los datos de Forbes, se generaron 23 nuevos milmillonarios (en dólares estadounidenses). "La lección que se extrae de todo esto —explicaba la revista— es bastante obvia; si quieren saber dónde surgirán los próximos estallidos de milmillonarios, busquen entre los países cuyos mercados se estén abriendo en ese momento." La crisis y la posterior ayuda estadounidense también abrieron México a una participación sin precedentes de los propietarios extranjeros: en 1990, sólo uno de los bancos mexicanos era de propiedad extranjera, pero "en 2000, 24 de los 30 bancos del país estaban ya en manos foráneas". Obviamente, la única lección que se extrajo del caso ruso fue que, cuanto más rápida y más alegal sea la transferencia de riqueza, más lucrativa resultará.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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