La CIA y la maníaca obsesión por erradicar y crear la mente humana

Las pruebas terminaron asemejándose más a unas macabras bromas propias de universitarios desatados en pleno fervor etílico que a experimentos propios de una investigación seria, y los resultados no aportaron la certidumbre científica que la agencia iba buscando. Para eso era necesario realizar pruebas con un mayor número de cobayas humanas, y así se intentó. Pero era demasiado arriesgado; si se descubría que la CIA estaba probando drogas peligrosas en suelo americano, existía la posibilidad de que se le diera carpetazo al programa. En ese punto entraron en escena los investigadores canadienses, y el interés de la CIA en sus actividades. El inicio de la relación se remonta al 1 de julio de 1951, en una reunión a tres bandas entre agencias de inteligencia de diversas nacionalidades y un grupo de científicos en el Ritz-Carlton de Montreal. El tema del encuentro era la creciente preocupación que sentía la comunidad internacional de las agencias de inteligencia occidentales ante la posibilidad de que los comunistas hubieran descubierto un método para "lavar el cerebro" de los prisioneros de guerra. El motivo de esa inquietud era que los soldados norteamericanos cautivos en Corea aparecían frente a las cámaras, al parecer cooperando, para denunciar el capitalismo y el imperialismo. Según las actas desclasificadas de esa reunión en el Ritz, los asistentes —Omond Solandt, presidente del Comité de Investigación para la Defensa canadiense; sir Henry Tizard, presidente del Comité de Investigación para la Defensa británico, así como dos representantes de la CIA— estaban convencidos de que las potencias occidentales debían descubrir urgentemente la forma en que los comunistas lograban arrancar esas impresionantes declaraciones de los soldados. El primer paso era llevar a cabo un "estudio clínico de casos reales" para analizar si los lavados de cerebro podían funcionar. El objetivo declarado de esta investigación no era utilizare el control mental en los prisioneros, sino preparar a los soldados de las potencias occidentales para las técnicas coercitivas a las que podrían ser sometidos en caso de ser capturados.

Por supuesto, la CIA tenías otros intereses. Sin embargo, ni siquiera en una reunión confidencial y a puerta cerrada como la que se desarrolló en el Ritz, podía admitir abiertamente que le interesaba desarrollar métodos alternativos de interrogatorio. No después de las revelaciones acerca de los sistemas de tortura nazi que habían provocado un rechazo unánime en todo el mundo.

Uno de los asistentes a la reunión del Ritz era el doctor Donald Hebb, director del Departamento de Psicologías en la Universidad McGill. Siempre según las actas desclasificadas, frente al ministerio de las confesiones de los soldados capturados, Hebb especuló con la posibilidad de que los comunistas estuvieran manipulando a los prisioneros colocándolos en celdas aisladas e impidiéndoles el uso de los sentidos. Los jefes de inteligencia se quedaron muy impresionados, y tres meses después Hebb recibió una beca de investigación del Departamento de Defensa de Canadá, para llevar a cabo una serie de experimentos de privación sensorial. Hebb pagó veinte dólares a un grupo de sesenta y tres estudiantes de McGill para que se sometieran a aislamiento sensorial; encerrados en una habitación, con gafas oscuras, cascos con cintas de ruido monocorde, y tubos de cartón sobrepuestos a sus manos y pies para enturbiar su sentido del tacto. Durante días, los estudiantes flotaron en un mar vacío, sin ojos, orejas o manos que les orientaran, viviendo cada vez más intensamente al ritmo de los vaivenes de su imaginación. Para comprobar hasta qué punto la privación sensorial los hacía vulnerables al "lavado de cerebro", Hebb empezó a pasarles cintas de voces que sostenían que los fantasmas existían, o que la ciencia era una superchería. Antes del experimento, los estudiantes habían declarado que no estaban de acuerdo con esas ideas.

En un informe confidencial acerca de los descubrimientos de Hebb, el Comité de Investigación para la Defensa llegó a la conclusión de que la privación sensorial claramente causaba un estado de confusión extrema, así como alucinaciones, en los sujetos del experimento. El informe seguía diciendo: "Se produce una reducción significativa y temporal de la capacidad intelectual durante e inmediatamente después del período de privación de la percepción". Además, la curiosidad estimulada de los estudiantes les hacía más receptivos a las ideas que enunciaban las cintas, y sorprendentemente varios de ellos desarrollaron una afición por las ciencias ocultas que duró varias semanas después de la finalización del experimento. Era como si la privación sensorial hubiera borrado parcialmente sus mentes, y los estímulos sensoriales aplicados durante el proceso hubieran reescrito sus pautas de conducta.

La CIA recibió una copia del principal estudio de Hebb, y también se enviaron cuarenta y un y cuarenta y dos ejemplares para la Armada y el Ejército de Estados Unidos, respectivamente. La CIA también controlaba los experimentos a través de uno de los ayudantes de Hebb, Maitland Baldwin. Éste, sin saberlo Hebb, informaba directamente a la agencia. El vivo interés de la CIA no resultaba nada sorprendente; como mínimo, Hebb había demostrado que un período de aislamiento intensivo podía llegar a interferir en la capacidad de pensar claramente y hacía que las personas se inclinaran con más facilidad ante las sugerencias o indicaciones de sus captores. Eran ideas que no tenían precio para un interrogador. Hebb finalmente se dio cuenta de que los frutos de su investigación tenían un enorme potencial, y que no solamente podrían emplearse para la protección de los soldados capturados, sino también como un protocolo para la tortura psicológica. En la última entrevista que concedió en 1985, antes de fallecer, Hebb declaró: "Cuando enviamos nuestro informe al Comité de Investigación para la Defensa comprendimos que estábamos describiendo unas técnicas de interrogatorio cuya potencia era tremenda".

El informe de Hebb indicaba que cuatro de los estudiantes "comentaron espontáneamente que el propio experimento era una forma de tortura", lo que equivalía a decir que si les obligaba a permanecer en, el marco del estudio más allá de su umbral de resistencia —dos o tres días— estaría violando la ética médica. Consciente de las limitaciones que eso impondría en el experimento, Hebb escribió que no podías obtener "resultados más depurados" porque "no es posible obligar a los sujetos a permanecer de treinta a sesenta días en condiciones de privación sensorial".

Quizá no era posible para Hebb, pero su colega en McGill y archirrival académico, el doctor Ewen Cameron, no tenía ningún problema. (En un momento de franqueza, Hebb tildó a Cameron de "criminalmente estúpido". Cameron ya estaba convencido de que la destrucción violenta de las mentes de sus pacientes era el primer paso necesario para que emprendieran su viaje de regreso a la salud mental, y por lo tanto no constituía una violación del juramento hipocrático. En cuanto al tema de la autorización del paciente, tampoco era un problema. Estaban a su merced, pues el formulario estándar de ingreso en el hospital prácticamente confería a Cameron un poder absoluto para dictaminar el tratamiento requerido. Incluso podía recomendar una lobotomía total.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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