Asidero

Proliferación de enfermedades virales y la verdad sobre esta pandemia

Los defensores de la teoría del decrecimiento económico deben de estar de enhorabuena. Un chino se comió un pangolín en algún lugar de China, y gracias a esta prodigiosa circunstancia -que ni el guionista más delirante de Hollywood se habría atrevido a usar en un blockbuster de catástrofes-, casi todas las economías de los países desarrollados están paralizadas, miles de millones de personas viven confinadas en sus casas y la hecatombe económica que se nos viene encima es inimaginable, con miles de empresas cerradas y millones de trabajadores condenados al paro y a vivir de las ayudas públicas. Recuerdo las pintadas iracundas de los jóvenes Savonarolas ecologistas -la ideología es ahora la nueva religión- que llenaron hace pocos años las calles de nuestras ciudades: Tourists, go home. Muy bien, los turistas se han ido a su casa y parece dudoso que vuelvan en los próximos meses. Fabuloso, sí, pero ahora, ¿qué hacemos? ¿Y qué Estado va a poder hacer frente al pago simultáneo de pensiones, subsidios de desempleo y nóminas de empleados públicos si no cuenta con ingresos de ningún tipo para financiarlo?

Y lo más raro de todo es que se han multiplicado los predicadores que intentan explicarnos esta epidemia como si fuera un merecidísimo castigo por nuestros pecados: hemos sido demasiado consumistas, hemos maltratado a la Madre Tierra, hemos desafiado a la Naturaleza, hemos institucionalizado el heteropatriarcado, hemos creado un mundo inicuo y desigual que se regodeaba en el sufrimiento humano y, por lo tanto, la Naturaleza -convertida en nuestra Némesis- nos envía una pandemia que nos obligará a arrepentirnos de nuestros execrables pecados.

El otro día, en no sé qué televisión, los nuevos predicadores cuaresmales -frayÉvole y compañía- nos recordaban que debíamos volver a vivir como humildes campesinos del siglo XIX, sin consumir, sin viajar, sin salir a comer ni a cenar con nuestros amigos, sino dedicándonos a cultivar un huerto ecológico y a vivir en una digna y concienciada pobreza. Y nos lo decía gente que gana más de 100.000 euros al año y que probablemente tiene apartamentos en París y en Nueva York. "¡Sed más humildes, pecadores! ¡No gastéis en cosas superficiales, abominables capitalistas! ¡El dios del dinero os ha castigado!"

Es así de asombroso. Y así de ridículo.

Lo único cierto es que hay una gran diversidad de noticias cubiertas de falsedad que, ni siquiera muestran su optimismo y lo disimulan. Apuestan a un caos sanitario, pero, ¿Esto es real? Ya los países reflejan su propia realidad y, nos aterra como la salud que es prioridad, los Imperios la privatizaban y ahora, las carpas y hospitales utilitarios en campañas médicas lucen en cualquier plazoleta de una gran capital, hasta las morgues lucen como pistas de hielo con muertos diarios, hasta los niveles más llevaderos dentro de la catástrofe.

Lo que sorprende de esta y otras noticias que diariamente nos llegan a nuestra casa es su falta de tono, su exposición anodina y lineal, como de trámite, episodios inevitables de esta mala serie interminable en que se está convirtiendo la epidemia. Hasta ahora, teníamos fama precisamente de lo contrario, de hacer visible el óbito por conductos diversos, ricas esquelas, sentidos obituarios, emotivos homenajes… "En España enterramos muy bien", solía decir con fino sentido del humor el recordado socialista (y más ahora) Alfredo Pérez Rubalcaba, para sentenciar cierta hipocresía social que elogia al finado cuando hace apenas un cuarto de hora estaba vistiéndolo de limpio.

Y en Venezuela, nuestro presidente Nicolás Maduro Moros es el responsable de dar la data diaria de infectados.

Nunca es bienvenida la muerte, y siempre lleva aparejada su parte de misterio. ¿Por qué? ¿Para qué? Estas que nos trasladan los telediarios con la misma expresividad que encontramos en las noticias del tiempo, tienen el componente añadido de un sonoro silencio que suena demasiado a incomodidad, a miedo, cuando no a ocultación. Cuando todo esto acabe (que acabará, más pronto que tarde), la mancha indeleble que quedará no será el incómodo confinamiento, ni su estela de frustración y pobreza, ni siquiera la falta de previsión ni la incapacidad manifiesta de algunos.

El fallecimiento en soledad de tantas personas abandonadas a su suerte sin un puñetero respirador made in China al que acogerse, entre cuatro paneles y afanados profesionales desbordados, representa mejor que nada el gran fracaso de la sociedad del bienestar de la que tanto nos gusta presumir, y multiplicada por miles produce un grito estruendoso y ensordecedor, imposible de amortiguar por muchas versiones que suenen voluntaritas y bienintencionadas cada tarde en nuestros balcones.

Ante la gigantesca crisis que seguirá a las muertes -la peor desde la de 1929, según el FMI-, las familias necesitarán todos los recursos económicos posibles, incluido lo pagado por las sillas, y las hermandades, que acumulan ya cuantiosas pérdidas, también tendrán que buscar su propia subsistencia. En medio de estas dos necesidades opuestas está lo pagado por las sillas que no se pusieron y los palcos que no se montaron. En cuanto a la Feria, para una ciudad que vive del turismo y se deja sus buenos dineros en ella, su celebración podría suponer importantes ingresos. Pero, ¿habrá turistas en septiembre y tendrán los sevillanos dineros que gastarse en la Feria? ¿Siquiera estarán autorizadas grandes aglomeraciones como las que se producen en el ferial? Si las universidades están pensando retrasar el inicio de curso a finales de año -y habría que suponer que se trata de algo más importante que la Feria-, ¿cómo es posible que los munícipes sevillanos le estén dando vueltas a lo de la Feria en septiembre?

Hay que animarse para salir adelante. Pero sin ofender tanto dolor con tonterías. Y tontería es ahora todo lo que puede esperar.

Claro, me refiero a Espala, y ¿Venezuela?

Hay incertidumbre sobre la evolución de la pandemia y se nos viene encima una tremenda crisis social y económica.

En una emergencia, lo importante son las prioridades. En una tragedia con tantas víctimas, lo pertinente es el luto y el duelo. Ya que a los Gobiernos no les da la gana y que sus voceros mediáticos critican a quienes lo piden, guardémoslo nosotros.

Los nuevos predicadores intentan explicarnos esta epidemia como si fuera un castigo por nuestros pecados

En los países sociales, los interventores buscan cerrar la información y no sopesarla., cuando es un derecho disfrutarla y sostenerla en los medios digitales. Estas informaciones al ser acertadas y distribuidas entre las comunidades, el ayuntamiento debe aplicar la ley correspondiente, al verse alguna inconveniencia en sus aplicaciones o la obediencia que debe tener el pueblo en su ejecución.

Para defender los monopolios industriales, algunas agencias informativas o el mismo gobierno deben explorar los mecanismos de cohesión para mantener argumentaciones lineales sobre esa veracidad. Digo esto, porque desde que apareció en Latinoamérica se busco una respuesta para dicha enfermedad y el silencio fue la mejor ruta y en el caso de Venezuela, algunos especialistas cubanos nos anunciaron la gravedad de la enfermedad y nos daban polivitamínicos y uno que otro blíster para el kinkuya. Cuando asumió el control del Estado, nuestro presidente, Nicolás Maduro Moros algunos regresaron a la isla, con una gran disyuntiva, el futuro de La Cuenca del Caribe y el Sur.

Desde años atrás, viene desarrollándose restricciones en la circulación de ideas, mediante mecanismos artificiales por regiones, tiempos, distancias e instancias de uso. Para defender esas organizaciones empresariales.

Nos encontramos en una sociedad, donde el conocimiento funciona como una propiedad privada y, todo se resuelve a base de estructuras y, es el Estado a través de sus instituciones quienes deben reglamentar la ley para dar acceso a la información libre. Así, sucede con el aspecto sanitario.

Cada industria está adscrita a un laboratorio, son grandes monopolios susceptible de comercializarse y de contextualizarse históricamente para determinar posturas políticas en el trayecto geopolítico de las comunidades que integran un territorio.,

Hay grupos hegemónicos que desean ocultar la noticia. La comunidad internacional en el aspecto de los ciudadanos, deseamos saber que ha pasado y quien desató esta pandemia de una manera unilateral, donde los más afectados son las personas de Tercera Edad. Necesitamos un mensaje hegemónico que nos aclare la proliferación de contenidos farmacéuticos que se posesionan de la conciencia de los ciudadanos.

Las pandemias, nunca han evolucionado solas. La comunicación, en estos procesos son vitales. A través de la historia, no queremos más colonización, tenemos que preservar nuestra memoria e identidad cultural.



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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