A la barbarie antimoderna

Bolsonaro o la transición de la posmodernidad

Los análisis que he leído hasta ahora acerca de los resultados electorales de la primera vuelta presidencial en Brasil, pueden resumirse en la tesis de que Bolsonaro ganó por el cumplimiento de la lógica diabólica del voto castigo y la polarización. Los comentaristas de derecha, aunque reconozcan que el discurso del sujeto es "impresentable" por su misoginia, racismo, homofobia e identificación con el gorilismo brasileño con todos sus bárbaros "métodos" incluidos, concuerdan en que es una respuesta sobre todo al desastre venezolano que es el mismo del socialismo y la izquierda "corrupta" (o sea, el PT, Lula y todo lo que se le asocie) ante la cual es preferible este militar retirado y fanático de una de esas sectas fundamentalistas que han proliferado en el gran país suramericano.

Quizás haya algo cierto en esas apreciaciones, aunque son evidentemente superficiales y estén orquestadas con la campaña de desprestigio del Madurismo a nivel mundial, fortalecida y posibilitadas por las cadenas mundiales de noticias que, como sabemos, son consorcios de propaganda política también. Lo que sí es indiscutible esta circunstancia brasilera es la culminación del auge de la derecha en la región que hasta hace pocos años era el espacio de un ya declinante "ciclo de gobiernos progresistas", como se lo caracterizó en los informes de los científicos sociales de CLACSO y demás intelectuales del continente. Pero hay mucho más en este acontecimiento, por su significado y por sus consecuencias.

Empecemos por tres datos: uno, la suma de los votos de los partidos que habían sido hasta hacía poco aliados del PT, y los votos de esa organización, iguala y supera la importante votación de Bolsonaro. De modo, que no se trata únicamente de la derrota del PT, sino de todo su esquema de poder, que comprendía el acuerdo con esos partidos que, por cierto, luego se conjuraron para la traición y la destitución de Dilma Roussef. Quedaría de parte de esos partidos rehacer la alianza para enfrentar la deriva ultraderechista de Bolsonaro. Sobre todo si observamos, segundo dato, que el PT, a pesar de todo, sigue siendo la primera fuerza parlamentaria en el Congreso brasilero, lo cual lo pudiera habilitar para frenar cualquier iniciativa legislativa antipopular del flamante presidente, con la condición de que los otros partidos decidan reiniciar esas relaciones. En tercer lugar, a pesar de que la derrota fue dolorosa (ni siquiera Dilma logró el curul al cual aspiraba), la votación principal de su partido se dio en zonas pobres que recibieron los beneficios de la política redistributiva de los gobiernos de Lula y Dilma. Al menos allí no se cumplió la ley de la economía del voto polarizado que llevaría a mujeres, afro descendientes y homosexuales a votar justamente por aquel que se declaraba entusiastamente por su exclusión, su violación y hasta su muerte y tortura.

La exaltación de Bolsonaro por parte, especialmente, por parte de aquellos que se identifican como demócratas venezolanos o latinoamericanos, en todo caso opositores "radicales" de Maduro, Ortega o Morales, evidencia la misma lógica diabólica que llevó a la democracia cristiana chilena a aplaudir a Pinochet en un primer momento, y al centro y la derecha "moderada" alemana a entusiasmarse con Hitler. En realidad, se trata de una diferencia esencial: el fascismo o, en este caso, el gorilismo, terminará persiguiendo no sólo a los líderes populares de izquierda, como se ha hecho, por ejemplo, en Colombia, en México o en tantos otros países latinoamericanos. Es la democracia como institucionalidad, incluso como concepto y forma de vida, la que camina rumbo a su muerte, llevada de la mano por los demócratas. Es optar por Hitler justificándose en los desastres de la república del Weimar, período terrible, con hiperinflación y recesión horribles, sí, pero república al fin y al cabo.

Más sorprendente que la algarabía de los comentaristas de derecha, es esa especie de euforia que se siente en algunos seguidores de la dispersa y ultradividida oposición de derecha venezolana que se manifiesta en esos "focus group" que constituyen las redes sociales. Allí sí que se evidencia la lógica perversa de exaltar al "enemigo de mi enemigo" independientemente de lo que sea. Evidencia de degeneración, de falta de proyecto, por supuesto. Pero sobre todo, entrega a la barbarie.

El pensamiento posmoderno de los 80 y los 90 puso en cuestión la vigencia de los "metarrelatos modernos" de la emancipación, el progreso y el saber, sobre todo porque en el capitalismo la ciencia y la tecnología ya no se desarrollan para mejorar la vida de los humanos, sino para aumentar las ganancias de los grandes monopolios o aumentar el poderío de las superpotencias. De nuevo, se sometió a crítica las nociones eurocéntricas que pretendían mostrar como único modelo el de los centros metropolitanos del sistema mundo capitalista, como lo hizo aquel Fukuyama que trajo a colación el lema de "fin de la historia" después del derrumbe de aquel pseudo socialismo del siglo XX. Desde hace rato, después de la hegemonía omnímoda norteamericana, la guerra contra el terrorismo, la crisis de 2008, la emergencia de las superpotencias eurasiáticas que combinan defensa del neoliberalismo y Partido Comunista en el poder, ahora la barbarie aparece en el horizonte latinoamericano después de que la esperanza de principios de este siglo XXI se encarnó en fuertes movimientos populares que enarbolaron las banderas de la igualdad y la democracia.

Pero nada está escrito, nada es fatal. Todavía se pueden revisar los acontecimientos y las decisiones que llevaron al poder a engendros como Pinochet, Videla, Hitler, los gorilas brasileros, y evitarlo, retomando la alianza de los factores antifascistas, modernos por lo menos, frente a la barbarie antimoderna , que puede hacer retornar la amenaza del subimperialismo brasilero al servicio de una nueva configuración del Poder Mundial.



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Jesús Puerta


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