Ni borrón ni cuenta nueva

La VII Cumbre de las Américas fue, sin lugar a dudas, un evento de gran trascendencia, no porque ahí se hubiesen adoptado acuerdos concretos o programas comprometidos, sino simplemente por haber sido escenario de confirmación de los nuevos tiempos. Sin que así se indique en la agenda, el tema común y permanente de esta y de cualquier reunión interamericana, es el de la relación entre la potencia imperial norteamericana con el resto de los países del continente, Canadá incluida. Los países sudamericanos primero y luego el conjunto de los latinoamericanos y caribeños, han optado por crear instancias de coordinación y entendimiento en búsqueda de unidad y posturas comunes para negociar con el resto del mundo pero especialmente con los Estados Unidos. El significado de la reunión de Panamá es precisamente el hecho de que tal unidad se manifestó vigente y en proceso de consolidación, lo que ha obligado al gobierno imperial a cambiar su estrategia de relación, en una actitud no exenta de titubeos, aciertos y errores, pero con menos prepotencia que en toda la historia.

Barak Obama llegó a Panamá con la ramita de olivo de la distensión de sus relaciones con Cuba; Raúl Castro la toma, y alaba la honestidad personal del presidente gringo; la mayoría de los presentes aplaude y felicita el triunfo de la dignidad y la heroica resistencia del pueblo de Martí. Pero también Obama llega con la pifia del decreto que califica a Venezuela como un peligro para la seguridad nacional de su país, con todo y la marcha atrás declaratoria de su principal asesor en la materia; madre le faltó para recibir tanta mentada como le dirigieron todos los países reunidos por tan ridícula (así la calificó Cristina) amenaza. También le llovió mierda con las referencias a la historia criminal de intervenciones, golpes de estado e invasiones practicadas por el imperio contra los países de Nuestra América. No le quedó de otra que reconocer los errores del pasado y, sin siquiera insinuar una disculpa, pedir borrón y cuenta nueva y ofrecer un futuro de respeto y cooperación; desde luego siempre con la mira de impulsar una "democracia" acorde con sus intereses. Dio su discurso conforme a programa, en el que aprovechó para responder a los reclamos del Presidente Correa de Ecuador, diciendo que la historia le interesa como asignatura académica pero que la rechaza como atadura para la relación futura. Discretamente se retiró de la reunión; no fue su mejor momento.

Los gobiernos de la nueva democracia emancipadora no aceptan ni el borrón ni la cuenta nueva. Se le puede conceder a Obama el reconocimiento de una nueva actitud personal, pero a nadie confía en su capacidad para gobernar las fuerzas imperiales de su país, las que ni de lejos abandonan su aspiración hegemónica. Dice Obama que ya basta de usar a los Estados Unidos como el pretexto para explicar los fracasos de nuestros países y algunos le dan la razón; la mayoría muestra la realidad del contubernio de Washington con las oligarquías locales que hoy y siempre han sido el obstáculo para la justicia y el pleno progreso de los pueblos. Hoy en Venezuela, en Brasil y en Argentina se hacen presentes esas oligarquías financiando e impulsando con sus medios de comunicación las protestas callejeras que demandan la renuncia de sus presidentes. Hago una simple comparación: la Rouseff es atacada por los escándalos de corrupción en Petrobras, sin que nadie acuse a la presidenta de beneficiarse o enriquecerse personalmente por ellos; Peña Nieto, en México, es atacado por el escándalo de la corrupción identificada en beneficios de orden económico personal; allá la protesta tiene todos los reflectores mediáticos, aquí se les esconde y se castiga a la periodista que los delata. La única diferencia entre ambos casos es el rol jugado por las oligarquías asociadas e impulsadas desde Miami o Wall Street, en Brasil apoyando la protesta y en México ocultándola. Para mí es claro el papel del imperio en Latinoamérica.

La Cumbre de Panamá dejó constancia de que el esfuerzo de la emancipación consigue avanzar. Ojalá algún día México y su gobierno se puedan subir al carro de la historia.



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Gerardo Fernández Casanova


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