Castilla para Isabel

Doña Isabel I, la Grande de Castilla y León:

En 1475 subió  al trono de Castilla, esta mujer, que como dijo Marañón: “Fue un eslabón sublime en una larga cadena de miserias”.

Don Modesto Lafuente resume así este reinado de los Reyes Católicos: “La unidad política, ese inapreciable don que va a traer a España el dichoso enlace de Fernando de Aragón y de Isabel de Castilla, trasciende a la unidad histórica. Cesará la confusión política, hija del fraccionamiento de los pueblos, y cesará también en gran parte la confusión histórica, hija de la subdivisión”. El reino sufrió una completa transformación moral. “Cesaron en todas partes los hurtos, las alcahuetas, cohechos, corrompimientos de vírgenes, opresiones, acometimientos, prisiones, injurias, blasfemias, bandos, robos públicos, y muchas muertes de hombres, y todos otros géneros de maleficios que sin rienda ni temor de justicia habían discurrido por España mucho tiempo…”

Al morir Enrique IV fue proclamada por la mayor parte de los nobles su hermana doña Isabel, no obstante estar jurada por heredera la princesa Juana en las cortes de 1470. Esta desgraciada princesa, la Beltraneja, según la maledicencia, o la “Excelente Señora”, dotada de grandes prendas personales, quiso someter el pleito de la herencia a la decisión de una Junta, pero las pasiones y egoísmos condujeron a la guerra civil de sucesión. Los magnates partidarios de doña Juana ofrecieron la mano y la corona al rey portugués Alfonso V, que con un ejército invadió Castilla, y en Plasencia fue proclamado rey en unión de doña Juana. Pero el marido de Isabel los venció en Toro y Albuera (1476), y Alfonso se retiró a Portugal. Después concertó el tratado de Trujillo (1479), por el cual renunciaba a su título sobre Castilla y a casarse con la Beltraneja, la cual debería entrar en un convento, o casarse con el príncipe Juan, hijo de Fernando e Isabel, pero doña Juana prefirió recluirse en el convento de clarisas de Coímbra.

Apenas proclamada reina Isabel, había pretendido don Fernando, (presionado por su madre) imbuido de las ideas aragonesas, que excluía del trono a las hembras, y como el más próximo varón de la línea de Trastámara, ser considerado como el rey único, pero se llegó a la concordia de Segovia (1475), conviniendo que Isabel gobernaría Castilla y que los documentos oficiales, las monedas y sellos, llevarían los nombres, bustos y armas de los dos. Símbolo del pacto fue la popular frase: “Tanto monta, monta tanto, Isabel como  Fernando”, que con haz de Flechas y un yugo se grabaron en los monumentos, significando que la unión hace la fuerza.

El reino de Castilla había pasado por los difíciles y turbulentos reinados de Juan II y Enrique IV dejándose sentir en la economía el desorden que en el campo político y social caracterizó estos reinados. A la subida al trono de los Reyes Católicos el erario público estaba exhausto, pues las mejores rentas de sus estados habían sido distribuidas entre los nobles con menoscabo del poder real. La organización del Estado en todas sus reformas tiende a la centralización y a la implantación del absolutismo. Ya no compartían la autoridad real, como antes acontecía, los grandes prelados de origen aristocrático; había nacido una clase profesional, intermedia entre los nobles y el pueblo, y dependiente en absoluto de la Corona. Crean una burocracia a base de letrados, imbuidos en los principios cesaristas del Derecho romano que fortificaba la autoridad del príncipe, y se envían corregidores y oficiales reales a los municipios que terminan con la autonomía de estos. La burguesía va tomando preponderancia: los letrados desempeñan los cargos de confianza.

La unión de Castilla y Aragón se verificó en 1479 al morir Juan II de Aragón, padre de Fernando, a quien heredó. Con ello se dio un paso trascendental en la unidad de los pueblos hispánicos. Quedaban en la Península tres reinos independientes: Portugal, Navarra y Granada. La labor de Fernando e Isabel se encaminó a buscar los medios para conseguir la reunión de todos los Estados peninsulares.

Apenas ha comenzado la segunda mitad del siglo quince. Algunas regiones de España permanecen en manos de los moros y reina todavía en Castilla el moribundo rey Juan II. Transcurren los años mozos de la más extraordinaria reina o rey, u otro gobernante de España en toda su historia: Isabel la Católica. Ella, que adolescente y sin sospecharlo aún, se encuentra a pocos pasos del trono, ha crecido bajo los cuidados de su madre, Isabel de Portugal, mujer ambiciosa, pero desequilibrada. Muerto Juan II, asciende al trono el licencioso Enrique IV, (alias el Falluto o Mariposo) hijo de Juan II en su primer matrimonio con María de Aragón, medio hermano de la joven Isabel.

Por otro lado, en Aragón, la ambiciosa reina Juana Henríquez, (hija del Almirante de Castilla) trata por todos los medios de asegurar el reino de Aragón para su joven hijo Fernando. Juana paulatinamente logra quitar del camino a los posibles herederos (Carlos y Blanca muertos al parecer envenenados y Leonor, condesa de Fois casada en Francia), hijos del primer matrimonio de su esposo con Blanca de Navarra, ya fallecida. Su gran ambición es casar a su hijo Fernando con Isabel de Castilla. Así aseguraría para él la corona de dos de los más grandes reinos de España. Por ende, un matrimonio entre Castilla y Aragón debía ser una grandísima ventaja para la unificación de España.

Isabel creía que la unión de ella y Fernando sería el primer paso conducente a expulsar a los moros del país. Por consiguiente, ese matrimonio debía tener lugar.

—Vos y yo juntos, Fernando, haremos grande a España —le había dicho en aquellos días.

¿Lo habían conseguido? De ellos era el honor de la reconquista, de ellos la gloria de una España unificada. Habían desembarazado al país de judíos y de moros. Las hogueras de la Inquisición ardían por toda España. De ellos era el Nuevo Mundo recién descubierto y también el monstruoso genocidio de los millones de aborígenes de estas tierras.

Otra de las ideas perseguidas por los Reyes Católicos era la realización de la empresa capital de conquistar el reino de granadino librando a España de la dominación musulmana. La guerra fue larga —diez años— y los Reyes Católicos se aprovecharon de las discordias entre Abulhasan y sus hijos Boabdil y Yusuf, y su hermano el Zagal. Mientras en Granada ardía la guerra civil, los cristianos iban conquistando Ronda, Baza, Málaga, Almería, Guadix, y en 1491 cercan a Granada, fundando, para ello, la pequeña ciudad de Santa Fe. El 2 de enero de 1492, Boabdil desalojaba su maravillosa Alhambra y el 6 entraban los Reyes Católicos. En la rendición se pactó respetar a las personas, bienes, culto, etc., que por algún tiempo se cumplió. Pronto se quiso evangelizar a los mahometanos y esto produjo una rebelión que se extendió por el Albaicín, la Alpujarra y la serranía de Ronda, que originó en el año 1501 sangrientas luchas para dominarlos.

Tras la toma de Granada, los soberanos de una España unificada se dedicaron a la organización del Estado. Numerosas tareas habían quedado pendientes, y la pena y el dolor se habían abatido sobre ellos con la muerte del príncipe Juan, el heredero al trono. Con él se fueron las esperanzas de Doña Isabel, de que la sucesión del trono de España no recayera bajo inferencia extranjera.

Los judíos fueron expulsados, se ordenó por un edicto del 31 de marzo de 1492, y en su virtud debían salir de España o bautizarse. Las instigaciones de Torquemada, el implacable Torquemada, pesaron sobre la voluntad de los soberanos que vacilaban ante la firma de un edicto que expulsaba a los judíos de toda la nación.

Así como Isabel y luego Cisneros representan la política castellana que se orienta hacia África y América, Fernando el Católico aporta el sentido tradicional de la política catalano-aragonesa: expansión por el Mediterráneo, intervención en los asuntos de Italia y tendencia antifrancesa.

Isabel recordaría siempre la ocasión en que Colón había regresado, tras su descubrimiento del Nuevo Mundo, trayendo consigo muestras de sus riquezas. Pero Isabel era mujer de miras amplias, y se daba cuenta de que la nueva colonia podía ofrecerles algo más importante que oro y chucherías.

Sus sentimientos hacia el aventurero eran ambiguos.

Colón había incurrido en la ira de la Reina al usar a los indios como esclavos, una práctica que Isabel deploraba. No entendía el razonamiento de la mayoría de los castellanos y frailes, para quienes ya que esos salvajes estaban de todas maneras condenados a la perdición, poco importaba lo que sucediera a sus cuerpos sobre la tierra.

El gran deseo de colonización de  Isabel no se había dirigido tanto a aumentar las riquezas de España como a incorporar al cristianismo esas almas a quienes hasta entonces les había estado vedado recibirlo. Isabel se preguntaba con qué autoridad se atrevía Colón a disponer de sus súbditos. Ordenó que fueran inmediatamente devueltos a su país todos los hombres y mujeres que habían sido capturados como esclavos.

Los hombres de esa España se impacientaban, porque no querían trabajar para ser ricos; querían conseguirlo sin esfuerzo alguno, en cuanto vieron el botín traído del Nuevo Mundo. Fueron muchos los que deseaban seguir a Colón en su viaje de regreso.

Es indispensable conseguir hombres de ideales para la colonización; se necesitan para trabajos agrícolas y de minería, y para edificar. No hombres que no desean construir un Nuevo Mundo, que lo único que quieren es arrebatarle su botín para regresar a España. Isabel lo sabía, aunque Fernando y tantos otros fueran incapaces para entenderlo.

De la nueva colonia se había trasplantado a España una situación inquietante, de ambiciones y de celos. Eran muchos los que se preguntaban: ¿Quién es el tal Colón? ¿Por qué han de ponerlo por encima de nosotros? Isabel comprendía que muchos de los aspirantes a colonizadores habían sido aventureros sin principios, hidalgos de gotera que no tenían intención de someterse a ningún tipo de orden y disciplina.

Isabel I fue sin duda una mujer genial. No por ello pudo evadirse del sino fatal de los Trastamara. De niña fue torpe y retraída: De adulta, apasionada, tanto en el amor como en la política. Amó apasionadamente, primero a la madre, luego al hermano menor, más tarde a Fernando, luego a los propios hijos, y sobre todo a la política y a las guerras. La pasión de Isabel por alguien, o lo que fuera, adquiría siempre tal intensidad que era capaz de cualquier sacrificio. Prueba de ello es, que a pesar a su excesivo amor por la higiene, no cambió Isabel su camisa durante el sitio de Granada, hasta que la última fortaleza árabe cayó vencida. La camisa adquirió mientras tanto un color malva — se le conoce con el nombre de color Isabel.

Era muy inclinada a hacer justicia, tanto que le era imputado seguir más la vía del rigor que de la piedad. Había jurado librar a Castilla de criminales, hacer que los caminos fueran seguros para los viajeros, imponiendo a los delincuentes tales penalidades que incluso el más endurecido de los salteadores lo pensara dos veces antes de delinquir.

Murió la reina Doña Isabel en el castillo de la Mota, de Medina del Campo, el año 1504, a los cincuenta y seis años, dejando por heredera a doña Juana y como regente al rey Fernando, por el deplorable estado de salud de su hija.

La triste herencia hizo un alto en Doña Isabel, para rebotar —como dice acertadamente Marañón— en la pesadumbre degenerativa de su hija, la loca doña Juana y en varios más de sus sucesores.

Demos un vistazo al rey Fernando y sus ascendientes:

Fernando era hijo de Juan II de Aragón y de Juana Henríquez. Era nieto de Juan I de Castilla, lo que explica la estrecha consanguinidad de Fernando e Isabel y los peligrosos frutos que esta aleación habría de arrojar.

Fernando V de Castilla y II de Aragón falleció (1516) en la posada de Madrigalejo, pues no había otro acomodo, cuando iba de paso, dejando como heredera a doña Juana la Loca hasta que su nieto Carlos tuviese edad de reinar: la regencia de Aragón la encomendaba a su hijo natural don Alfonso, arzobispo de Zaragoza desde los 6 años, y la de Castilla a Cisneros.

—Los malandros y asesinos que los sucedieron en el gobierno de España hasta nuestros días, motivado a su estupidez congénita para la política, o el cáncer del fraccionamiento y la subdivisión, la dividieron en cinco, a saber: España, Portugal, Gibraltar, El País Vasco y Cataluña, estos dos últimos con su irredentismo en Francia. A la cola están diez republiquitas más.  

Fernando e Isabel tuvieron cinco hijos:

La política matrimonial de Isabel se inspiró en el deseo de unir Portugal a España y en aislar a Francia, rodeándola de enemigos.

La mayor se llamaba Isabel y casó con el Infante de Portugal. (Murió en su lecho de parturienta y días después su hijo) El segundogénito Juan, tartamudo y vulgar, casó con Margarita de Austria, (hermana de Felipe el Hermoso) hija de Maximiliano, emperador de Alemania, la princesa más bella de su tiempo; murió según dicen las crónicas, por los excesos sexuales a que se entregó con su mujer Margarita. Juana la Loca fue unida en matrimonio con Felipe de Habsburgo, hijo del citado emperador. Era la tercera de aquella familia. Por muerte de su hermano Juan, fue declarada heredera de Castilla en 1500. María, la que sigue a Juana, casará con Manuel el Afortunado, rey de Portugal. La hija de este matrimonio, Isabel de Portugal, casará con Carlos V (el hijo de Juana la Loca). Por último, Catalina de Aragón casará en primeras nupcias con Arturo, Príncipe de Gales y luego con Enrique VIII, de quien nacerá María Tudor; “María la Sanguinaria”.

Muertes prematuras malograron algunos de estos proyectos e hicieron recaer la herencia española en una princesa loca, doña Juana.

Hasta 1555, en que muere Juana, la locura será su compañera.

Tal fue la vida de la hija de los Reyes Católicos, madre de dos emperadores. Nimbada por la aureola del sentimiento popular, Juana vive aún en su patria como Juana la Loca, “loca de amor”.

Estos delincuentes apátridas les están entregando la soberanía a los gringos, permitiéndoles instalar bases militares en territorio español.

Remember Cavite y Santiago de Cuba.

¡Por qué no se callan!

¿Cuánto tiempo más soportará el pueblo español a los Borbones?

¡Viva la República!

  manueltaibo1936@gmail.com


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Manuel Taibo


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