Ojo: peligro de nazismo puro en Israel

El mundo político y el que no es político conocen la conducta militarista del Estado israel para resolver lo que asume como contradicciones exteriores. Los palestinos han sido sus víctimas principales. El expansionismo territorial y la opresión de otros pueblos son características imperialistas y no políticas de un buen vecino. La misma ONU, institución que otorgó la legitimidad de la creación del Estado o la nación israelita en 1948, ha hecho que en el planeta la mayoría de la humanidad sea indiferente a lo que haga o no haga el Estado israelita. Las sanciones que aprueba aplicar contra Israel, mientras no cuenten con el voto de Estados Unidos, no serán más que perogrulladas de una política farsa y mayoritariamente oportunista.

El mundo no está muy lejos en que surjan algunos Estados con las características nazistas de la Alemania de Hitler. Lo que actualmente está aconteciendo en Israel es un síntoma peligrosísimo, por lo menos, para el Medio Oriente y sus más cercanos alrededores, Mejor dicho: el síntoma del sionismo a nivel de neonazismo. ¿Parece eso una contradicción? No lo es y debe ser explicada para que no queden dudas al respecto.

Se supone que quienes se declaran “indignados” es porque están arrechos y dispuestos a llevar sus planes a la realidad y a cualquier precio. Cierto es que los indignados comienzan con manifestaciones de protestas contra quienes consideran están aplicando políticas que les afectan en grado excesivo. Y si no conquistan sus objetivos con las manifestaciones son capaces de recurrir a la violencia social con tal de lograrlos. Por eso, los indignados de España no se parecen a los indignados de Israel. Por más que Zapatero y Rajoy se parezcan o tengan algunas semejanzas en la defensa de la monarquía y de los intereses de la más poderosa propiedad privada sobre los medios de producción, ninguno de los dos llega al extremo de la extremidad política, por lo menos hasta ahora, de cualquier Primer Ministro isrealita. Rajoy que es de extrema derecha y de un elevado porcentaje de ideología falangista no se atrevería hacer con los vascos lo que hace un Primer Ministro de Isreal con los palestinos o los libaneses.

Expliquemos sobre el peligro de neonazismo sionista en Israel.

No son los cacerolazos los que distinguen el símbolo momentáeo de los indignados en Israel como sí lo fueron en Chile para anunciar, de alguna manera el golpe de Estado contra el camarada Salvador Allende en 1973. No, el símbolo son las carpas o tiendas de campaña situadas en el pleno corazón de Tel Aviv, de Jerusalén, de Haifa y de Beer Sheeva. No son los obreros los indignados reclamando justicia o el socialismo para sustituir el capitalismo y el establecimiento de la solidaridad revolucionaria internacionalista con los palestinos y el mundo que lucha por la redención del ser humano. No, son los estamentos medios que conforman a la pequeña burguesía los indignados.

Los sectores sociales medios de la sociedad israelita se sienten maltratados, empobrecidos por las políticas económicas del Estado, lo cual los ha impulsado a la indignación y a la protesta en las calles y plazas públicas, incluso, frente al Knesset (parlamento). Los indignados piden que rueden cabezas de gobernantes que no satisfagan sus reclamos. El Primer Ministro Benyamín Netanyahu (dirigente del Likud), lo sabe. Y cualquier alto dirigente del Likud posee las características personales y el nivel de ideología para asumir un régimen político neonazi sionista. Su pensamiento y su práctica han sido suficientemente demostrados en sus aplicaciones políticas contra palestinos y otros pueblos árabes.

Dice el camarada Trotsky que “El fascismo es la continuación del capitalismo, un intento de perpetuar su existencia por los medios más bestiales y monstruosos”, y tiene razón inobjetable.

Las graves crisis sociales del capitalismo en que se ve sumamente afectada la reproducción del capital, la acumulación “natural” del capital y, por lo tanto, se manifiesta la necesidad de una fuerza y una violencia capaces de crear condiciones en provecho de los grandes monopolios del capital financiero, conducen al establecimiento de un régimen político de carácter nazista y que en este tiempo de globalización capitalista salvaje podemos denominar neonazismo. Entonces, concluimos que el neonazismo es la manifestación de poder político del capital financiero como una destilación químicamente pura de la descomposición cultural del modo de producción burgués.

El neonazismo es un recurso político extremo del capital financiero, porque mientras exista lucha de clases debe entenderse que las situaciones sociales tienen solución es en el campo de la política. Trotsky dice con gran acierto, que: “La fuerza del capital financiero no reside en su capacidad de establecer cualquier clase de gobierno en cualquier momento de acuerdo a sus deseos; no posee esta facultad. Su fuerza reside en que todo gobierno no proletario se ve obligado a servir al capital financiero; o mejor dicho, en que el capital financiero cuenta con la posibilidad de sustituir, a cada sistema de gobierno que decae, por otro que se adecue mejor a las cambiantes condiciones. Sin embargo, el paso de un sistema a otro implica una crisis política que, con el concurso de la actividad del proletariado revolucionario, se puede transformar en un peligro social para la burguesía…”. Sólo debemos agregar que también para el proletariado si no se produce la revolución proletaria.

El neonazismo es una forma de Estado burgués que se expresa como una dictadura autocrática abierta, fuerte, violenta, cuya misión no es sólo garantizar el enriquecimiento y el privilegio extremos al capital financiero, sino también garantizarle las condiciones de un orden de ‘paz’ y de esclavitud de la clase trabajadora sin que ésta cuente con mecanismos de autodefensa. Es el régimen político más agresivo y represivo del capital financiero para dominar todos los órdenes de la economía capitalista y de la vida social. Es una expresión política de salvajismo y barbarie del capital imperialista buscando salida económica a sus crisis de reproducción de capital monopolista, satisfacer su ansia de dominio y ensanchamiento de mercado, su necesidad agobiante de materias primas y de fuentes energéticas, y la imperiosa exigencia de un orden de desarme completo de la clase obrera, sectores sociales y organizaciones políticas que pongan en peligro la estabilidad de los supremos intereses económicos del capitalismo imperialista. El fascismo, como lo decía Trotsky, es la personificación de todas las fuerzas destructivas del capitalismo, es decir, la expresión más acabada de la voluntad imperialista de poder.

La historia de la lucha de clases marcha de manera cambiante y en zig zag, tiene en cada etapa sus contradicciones antagónicas que presentan la urgencia de su solución, lo nuevo exige suplantar a lo viejo, los cambios cuantitativos preparan el salto cualitativo, toda tesis tiene su antítesis. Esa es la lógica dialéctica de la vida y, especialmente, donde con mayor fuerza se nos presenta de veracidad es en la lucha de clases. Para que se imponga el neonazismo es imprescindible se produzca una extrema agudización de las contradicciones entre las clases que indican, de un lado, la declinación de un sistema y, del otro, el avance de unas fuerzas que caracterizan la superación de las crisis y el pase a uno nuevo. Podemos decir que entrando en crisis el capitalismo imperialista, tal como sucedió en Alemania luego de la primera guerra mundial, los mayores oligarcas concentrando los grandes medios de producción (el monopolio, la ley del valor y el mercado) se mostraron incapaces para regular las relaciones económicas. En ese caso se hace una condición sine quo non la participación del Estado como el medio más fuerte y violento para cumplirle con las necesidades económicas al capital financiero. En un tiempo de crisis de producción con debacle financiera en un país imperialista, los amos del capital financiero apelan sin duda a un Estado extremadamente represivo para que los saque de tan mala racha.

Para que el neonazismo se convierta en una alternativa inmediata de poder político para el capitalismo, éste tiene que entrar en conflictivas situaciones que se caracterizan por serias contradicciones entre las clases, y donde se destaca esencialmente un odio concentrado y terrible de la pequeña burguesía hacia el proletariado. ¿Saben por qué? Sencillamente porque el fascismo, lo dijo Trotsky y tiene razón, es un medio específico de movilizar y organizar a la pequeña burguesía en interés social del capital financiero. En esas circunstancias, el monopolio como expresión de clase burguesa imperialista, se fundamenta en las relaciones directamente contrarias entre la pequeña burguesía y el proletariado. Cuando la pequeña burguesía se convence que está depauperada y desclasada (como el caso de Israel en la actualidad) entra en un grado extremo de desesperación, comienza a dar patadas de ahogado, no quiere la cáscara de la nuez sino la pepita que lleva por dentro, y en ese trance, fracasado el parlamentarismo burgués para buscar solución a las crisis, se lanza a los brazos del neonazismo y lo alimenta cuantitativa y cualitativamente. En una situación de tanta incertidumbre para sectores pequeñoburgueses enloquecidos, ansiosos de alcanzar riqueza y temerosos de quedar en las filas proletarias producto de su ruina, se alinean de muy buen agrado al lado del neonazismo, ya que éste les representa la mejor iniciativa para superar su caótica situación, que no verán en manos del proletariado a quien catalogan como incapaz de buscarle una solución favorable a sus intereses en su lucha contra el capitalismo imperialista.

El neonazismo fundamenta su accionar en la liquidación de las organizaciones obreras, en la destrucción de las reformas o reivindicaciones sociales y en la negación completa y con radicalismo violento de los derechos democráticos, con el fin de evitar el resurgir de la lucha de clases del proletariado. Alguien dijo y tiene razón, que “El Estado fascista legaliza oficialmente la degradación de los trabajadores y la depauperización de las clases medias en nombre de la salvación de la “nación” y de la “raza”, nombres presuntuosos bajo los que se oculta al capitalismo en decadencia”. Todas las realidades y estadísticas del capitalismo, en su fase imperialista, demuestran que la acumulación de capital en pocas manos va creando, al mismo tiempo, la depauperación de los sectores medios llevando a su mayoría hacia las filas de la proletarización. De esa manera absorbe a pequeñas y medianas industrias que son de su interés, y a la mayoría las degrada asegurándoles el camino de la miseria a sus propietarios. Alguien sostiene que también es cierto, que “… el desarrollo del capitalismo ha estimulado considerablemente un aumento en el ejército de técnicos, gerentes, empleados, médicos: en una palabra, la llamada “nueva clase media”. Pero ese estrato, cuyo aumento no tenía ya misterios para Marx, tiene poco que ver con la vieja clase media, que en la propiedad de sus medios de producción tenía una garantía tangible de independencia económica. La “nueva clase media” depende más directamente de los capitalistas que los obreros. En efecto, estos están en gran medida bajo la dominación de esta clase; además dentro de esta nueva clase media, se ha verificado una sobreproducción considerable con su correspondiente consecuencia: la degradación social”. Lo que sí es cierto es que el miedo terrible de los sectores de la pequeña burguesía hacia su proletarización les hace desplazar con la velocidad del relámpago en busca de su salvación, y de allí su fácil acomodo hacia la tendencia del neonazismo.

Para el neonazismo es esencial abatir al movimiento obrero y someterlo a su poder. Este es su gran compromiso con el capital financiero. Se nutre, en muchos casos, de la ruina de los rentistas y los pequeños ahorristas, la creación de enormes tiendas que llevan a la quiebra a la mayoría de los comerciantes, la concentración industrial que le hace la vida imposible a los medianos empresarios. Eso hace que la pequeña burguesía, muy heterogénea por cierto, se vaya proletarizando, y esto le asusta demasiado. Es como su propia muerte. La experiencia histórica ha demostrado que la pequeña burguesía, repetimos muy heterogénea, no puede jugar un papel propio determinante en el curso de la historia, pero sí puede hacer mover el cauce de la misma y darle un sentido específico. Fue, precisamente, la pequeña burguesía ganándose a las masas del pueblo la que le completó la revolución francesa a la burguesía en los años finales del siglo XVIII. En definitiva, el sostén o el pilar de un régimen neonazista para imponer su orden son los sectores medios, es decir, los pequeños burgueses.

Para que triunfe el neonazismo es imprescindible que haya un desarrollo extremo de la demagogia social, que sea capaz, de un lado, atacar al capital financiero pero garantizándole todo el poder político para sus planes económicos y, por el otro, ofreciendo reivindicaciones sociales destruyendo todas las expresiones organizativas del proletariado, y de todos los movimientos políticos que son enemigos de los intereses del capitalismo. En concreto, la demagogia social, para triunfar el fascismo, debe ser extremadamente reaccionaria y ejecutar el terror pequeño burgués para poder amordazar a las masas que marchan detrás del ‘salvador’, y para eso lo único que vale es la utilización del poder del Estado. El fascismo, especialmente el nazismo alemán, supo seducir y atraerse a la pequeña burguesía colérica por la posibilidad de su ruina completa con consignas anticapitalistas, disfrazándolas de revolucionarias, aunque se cuidaron de no hartarlas de verdadero socialismo ya que sabían que eso, como la crisis, les asustaría. Reich dijo: “En la medida en que el nacional-socialismo debía acentuar su carácter popular (antes de la toma del poder e inmediatamente después), era de hecho anticapitalista y revolucionario. En la medida en que se despojó poco a poco de sus aspectos anticapitalistas (con el fin de consolidar el nuevo régimen) y se mostró bajo su verdadero aspecto, llegó a ser el mejor aliado del imperialismo y del sistema capitalista”.

El neonazismo necesita de una ideología que recoja las hipótesis más descabelladas y anticientíficas que se sustenten en un extremo odio racial, que justifique toda clase de criminalidad y de violencia para sostener su dominación y, al mismo tiempo, servirle con lealtad al capital financiero. Entre ellos podemos destacar: Gobineau , quien proclamó a los alemanes como la mejor y más hermosa raza, alegando que los eslavos tenían que ser pasivos y subalternos para siempre de los primeros. Nietzsche (alemán) decía: “La humanidad extenuada e indolente necesita no sólo las guerras en general, sino las guerras más grandes y espantosas; por consiguiente necesita volver a los tiempos de la barbarie”. Entonces recomendaba: Sed violadores, ávidos, violentos, intrigantes, serviles, soberbios, y, según las circunstancias, incluso conjugad en vosotros estas cualidades”. Banze (fascista) recomendaba la guerra bacteriológica y química, la contaminación del agua con bacilos de tifus y propagación de epidemias en los pueblos enemigos. Lapouge propuso en un congreso eugenésico mundial celebrado en los Estados Unidos, que se exterminara gradualmente los pueblos coloniales y dependientes por medios de intervenciones biológicas. Para este genio de la muerte el desarrollo social se encuentra determinado por el choque de los braquicéfalos (cráneo redondo) con los dolicocéfalos (cráneo alargado). Campbell (autor de “Las teorías norteamericanas del problema racial”), señala que el racismo es el único principio posible de las relaciones humanas, donde el blanco es superior al negro por ser una ley natural y, por lo tanto, no debe lucharse contra esa naturalidad. Spearkman sostuvo que la posición geográfica de los Estados Unidos lo obliga a llevar su dominación sobre otras naciones y pueblos de América Latina y del mundo, siendo el mejor método para ello la guerra de rapiña. Huelles exige espacio vital para el capital norteamericano, argumentando como válido el principio de que el hombre es un lobo para el hombre”. Eihuntington propuso la gran osadía que los demás pueblos deben renunciar a su soberanía nacional a favor y provecho de los Estados Unidos. Tarde consideraba que existe una ley universal de la vida, donde los seres inferiores tienen que ser siempre imitadores de los seres superiores. Malthus (sacerdote inglés que creía en Dios) era amante de la belicosidad del capitalismo, expuso que la miseria y el paro forzoso eran consecuencia del proceso biológico de procreación de los hombres. Justificó la explotación del hombre por el hombre y recomendó a los trabajadores el celibato. Proponía guerras para exterminar una buena parte de la población porque su crecimiento no se correspondía con la producción de bienes materiales. Worms explicó el desarrollo social por anatomía y fisiología. Recomendaba al proletariado que estudiara patología, terapia e higiene y se olvidara de por vida de las teorías revolucionarias. Dewey creía en la armonía que subordina siempre ideológicamente el proletariado a la ideología de la burguesía. Gidding sostiene que existe una clase superior (la burguesía) que piensa en la “unidad de la especie humana” y, por lo tanto, está destinada a dominar el mundo; existen los no sociales (sectores medios) que no comprenden o comprenden insuficientemente la unidad de la especie humana; los seudo-social (los pobres) que poseen desfigurada completamente la conciencia sobre la unidad de la especie humana; y los antisociales (los enemigos del régimen capitalista) que carecen casi por completo de conciencia sobre la unidad de la especie humana. Nance (estadounidense) propuso la guerra bacteriológica, empleo de gases mortales, uso de bombas atómica y de hidrógeno, lanzamiento de cohetes interplanetarios y no tener compasión con hospitales, escuelas, templos ni otros grupos de población civil; es decir, el exterminio al estilo de la ley de la selva para garantizar el dominio del capitalismo. No todos, ciertamente, fueron pensadores salvajes. Toda regla tiene su excepción. Hegel (notable pensador alemán) no más llegó a afirmar equivocadamente que el clima desempeña el papel principal en la historia, pero nunca a proponer exterminio de pueblos para favorecer a los ricos. Herbert Spencer (representante cabal de la sociología inglesa) no pasó de recomendar que hubiera que luchar contra el socialismo porque el proletariado era enemigo de la burguesía. Jhon Stuart Mill, no fue más allá de recomendar reformas que no perjudicaran y más bien fortalecieran al régimen burgués, porque (y es verdad en parte) el proletariado es responsable de que viva mal. Quetelet no se sobrepasó de invocar que la supremacía espiritual adquiere un papel mayor que la supremacía física en el capitalismo y, por lo tanto, éste es el reino de la razón. Sin ese desorden ideológico no es posible concebir ideas como la de que un líder se sienta predestinado por Dios para gobernar el mundo en su nombre. El fascismo de eso necesita alimentar su espíritu. El fascismo tiene que ser profundamente falso en su teoría o ideología, pero profundamente pragmático y cierto en su convicción o voluntad de poder, de dominio, criminalidad y de ultraje o pillaje.

El antisemitismo fue un elemento nutritivo para el fascismo. La ideología nazi se sustentó, entre tantos barbarismos, en que los judíos contaminaban la sangre germana, conllevaba al debilitamiento de la raza aria, de la disgregación moral, y de explotar y saquear a la nación alemana. El fascismo es capaz de inventar las mentiras más descaradas para justificar su criminalidad y su venganza. Esa política busca crear pánico en sectores nacionales contra los judíos pero también contra los comunistas, de verlos como socavadores de la moral y la cultura tradicionales de los pueblos ‘superiores’. La pequeña burguesía, por su papel de centrismo económico de no ser inmensamente rica ni tampoco ser muy pobre, cuida mucho de la disciplina, no congenia con el desorden pero siente profundo apego al egoísmo y se escuda detrás de una moral rígida para hacer valer su honor y su deber. De la misma manera, es ahorrista y le gusta un orden social de acuerdo con la concepción de vida pequeño burguesa. Reich decía que las capas medias –es decir, las pequeño burguesas- es donde “… los lazos familiares están más cerrados, y donde la vida sexual se reprime más”. De allí surge esa nefasta idea, expuesta por el nazista Rosenberg, de que el cruce de razas produce la degeneración de la progenitora. Un pequeño burgués convencido de tal falacia entra fácilmente en estado de angustia percibiendo que si se proletariza pierde la calidad de su moral autoritaria, sus valores y sus privilegios. De allí que una pequeña burguesía enfurecida, amenazada de ruina y de caer en la proletarización, puede fácilmemte comibinar su mentalidad sionista con el eonazismo buscado su salvación, especialmente, económica.

El nacionalismo falso y extremo es ideal para el desarrollo del neonazismo. Reich, eminente sicoanalista, describe cómo es capaz la pequeña burguesía de perder su independencia para entregarse en cuerpo y alma a un salvador individual. Dice: “Los que le tienen miedo a la libertad están listos para entregarse a un jefe, ¡ese abandono es tan tranquilizador! Poner su destino en manos de un jefe prestigioso proporciona un alivio evidente: se renuncia a tomar responsabilidades y se espera que la solución de todos los problemas caiga del cielo. El personaje de Hitler, rodeado de un halo místico, se adecuaba perfectamente a las circunstancias. No perdía tiempo en argumentaciones, pero martilleaba a sus auditores con discursos que hacían vibrar cuerdas del inconsciente colectivo. Estaba dotado de capacidades excepcionales de oratoria y tocaba en un registro irracional: el chauvinismo, los sentimientos de inferioridad de los alemanes, su necesidad de dominio y rebeldía”. Ese tipo de nacionalismo incentiva el culto irracional de la familia por la patria, por el Estado, y a los jóvenes les impone el cultivo del militarismo. Promete, demagógica pero sofísticamente, la disolución de las clases en una idealizada identidad nacional. El fascismo es una expresión acabada del engaño adaptando su eclecticismo a la sicología de las masas: por un lado, habla de revolución a los proletarios y, por el otro, hace promesas que tranquilizan a los grandes del capital financiero. Cuando Reich comenzó a alertar sobre el peligro que iba representando el movimiento nazista en Alemania antes de tomar éste el poder, los comunistas alemanes no le hacían caso alegando que Hitler no era más que un agitador sin futuro y que pronto los nazis fracasarían por completo. Con creces se pagó tan reducida y errónea visión de la realidad.

La ausencia de una dirección revolucionaria en Israel, como también en los países imperialistas y en las naciones árabes e islámicas, es un elemento que contribuye, en un momento de grave crisis del capitalismo en que las condiciones objetivas plantean una solución radical a las contradicciones. Allé está el neonazismopara ofrecerla en beneficio de los más altos intereses del capital financiero en abiertapugnacidad o conflictividad con los intereses delos sectore pequeño-burgueses. Mientras más se atrase un proceso revolucionario en una situación en que los de abajo no quieren que los sigan gobernando los de arriba, y éstos no puedan seguir gobernando como lo venían haciendo, más aliciente encuentra el neonazismo para interponerse como el salvador de las crisis no a favor del proletariado ni los estamentos medios de la sociedad sino del capital financiero.



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