En Damasco descubrí la grandeza del islam: me haré mahometano

Las bocinas atronadoras llenan las calles, y ahí la luna callada y blanda, como una refulgente concha de nácar. Los caravasares de los nuevos tiempos. Ya cerca del barrio cristiano, donde nos alojamos, vimos muchos puestos de frutería que muestran enormes y apetecibles patillas. Calculo que cada una debe pesar sobre los 20 kilos, y algunas abiertas, con su carne rojísima, después de largo y lento fuego de la canícula (hora del burro). Daban ganas de llevarse alguna a la habitación, pero que no pesara tanto…, inútil, a la final cargamos con una que pesaba tanto como todas las almas del purgatorio. ¡Purgatorio!, de esto hablaremos más adelante.

Llegan exquisitos olores que marean y recordamos que el jabón lo llevaron los europeos de aquí, de Siria. Pero igual, siguieron sin bañarse, y echándose los perfumes que también llevaron de Siria, pero entonces sobre sus apestosas indumentarias. La desgracia entre el oriente próximo y occidente estuvo en la calidad moral de los europeos. Éstos siempre se han considerado superiores, y lo suyo, por supuesto, es invadir y conquistar pueblos aunque sigan bañarse,… y llevan en esto 13 siglos. Los cruzados, menos inteligentes que las hordas mongolas, quedaron asombrados por la cultura y la religión islámica. Sabemos que los mongoles se hicieron musulmanes, pero los cruzados se dedicaron a llevar los productos del cercano oriente a Europa, y siguieron tan inhumanos como siempre. A principios del siglo XX los franceses invadieron Siria y el general que comandaba las tropas fue a la tumba de Saladino para proferir bajezas e insultos y sobre decir: “Saladino, hemos vuelto”. Es decir, que las cruzadas contra Oriente seguían su curso, y hoy sabemos que la última ha sido la guerra contra Irak.

Colocamos la descomunal patilla sobre la mesa, y cuando la abrimos, estaba aún ardiendo. Había que esperar. Luego repartimos patilla a toda la congregación, y nos echamos bajo el ventilador: tratando de descansar un poco, abrumados de visiones ajenas a los eruditos. ¡El purgatorio! Verdad es que debimos primero aprender árabe antes de emprender esta noble empresa. Haberle dedicado un buen tiempo a Averroes, por ejemplo. Estudiar mucho más el Corán, la vida Mahoma, de Omar, de Alí. Sin poder dormir, sentíamos que caminábamos todavía allí echados. Nos incorporamos y salimos a coger agua del grifo. Llenamos las cantimploras y nos lanzamos otra vez a la calle. Con razón aquí nacieron los camellos. Miré mis destrozadas cholas y vaticiné que no aguantarían otro trote. No importa: Enfilamos esta vez hacia el Cham. El patillero nos vio y comenzó a llamarnos. Adornaban un Mercedez Benz deportivo y descapotado para los preámbulos de una boda. Aquí casarse es todo un acontecimiento, y en una ocasión que nos detuvimos a ver unos novios que salían de una Iglesia nos invitaron a la fiesta. Hace cuatro atrapé el bouquet sacramental, y no falló: me casé, lástima que no hubiese sido en Damasco. Veíamos sobre el carro principal que conducía a los novios grandes coronas, como de laurel, y mientras estos sucedía, a lo lejos, volvimos a ver al patillero; nos hacía señas y acudimos a saludarlo. Nos ofreció asiento y nos mostró su cuarto muy humilde lleno de fotos de cuando él era un importante militar. “¿Por qué habrá acabado en este cuchitril, solo, sin nadie?” –me dije. Nos mostró una foto de hacía unos 30 años, llevando una enorme daga al cinto. Nos sirvió una buena taza de café con bastante cardamomo, que casi no podíamos tragar harto como estábamos de la patilla recientemente devorada. Yo había jurado no volver a comer patilla durante un año. El patillero estaba orgulloso de atendernos y llamaba a sus amigos para que nos saludaran. Nos abrazábamos con todos como viejos conocidos. Vimos movimientos como si fueran a buscar pepinillos y más patilla, y tuvimos que despedirnos a la carrera. Qué pena.

La noche hermosa con un traje de novia beduina: llena de brillantes, con sus ojos encendidos de juventud, la fuerza vital de lo eterno: sentíamos una inmensa dicha. Realmente no hay otra cosa sobre la tierra que el presente, ¿pero cómo hacer que ese presente inefable nunca fenezca? Qué cantidad de gente amable que por todas partes nos saludaba. Yo decía: “Avanzamos invencibles a causa de los sueños encantados y de la sabiduría nada intelectual de estos pueblos: ¡Damasco es una doncella! Si nos pudiéramos quedar entre sus brazos toda la vida. Eso es lo que los europeos y los gringos odian, y por eso los llaman terroristas. Cómo amo a estos terroristas.”

Nos quitaron de jóvenes la grandeza de conocer esta tierra. Todos esos tipos que se llamaban poetas, católicos, pensadores. ¡Oh!, Dante Alighieri qué pendejo fuiste, por qué metiste a Mahoma en tu Infierno, en el octavo de los nueve círculos, en la novena de las diez Fosas de Malebolge, más al fondo donde purgaban condenan los lujuriosos, los avaros, los gulosos, los heréticos, los coléricos, los suicidas y blasfemos. ¿Por qué cometiste esa pendejada, Alighieri? Colocaste a Mahoma eternamente partido en dos, desde la barbilla hasta el ano, como si fuera un barril cuyas duelas se abriesen.

Y viendo las luces de Damasco cerca de la mezquita Omeya, grité bien alto: “¡Qué gran pendejo fuiste, Dante Alighieri! Te regodeaste, Dante, describiendo con detalle las entrañas y los excrementos de Mahoma, quién te lo ordenó... Y también te metiste con Alí, quien le precedía en la lista de los pecadores, a los que el diablo ayudante dividió en dos.” La gente no reparaba en mis gritos, y pensaba que hablaba a los dioses paganos. Nada ebrio, claro, porque en Siria no hay borrachos.

Más adelante nos topamos con otro amigo vendedor de frutas en una esquina. Nos llama, nos trae asientos. Nos invita a tomar jugo de mora, espeso como sangre, y nos sirve pepinillos y más patilla. El cielo, la luz de la luna, los colores y los perfumes que emanan de los jardines, de las mujeres. Los ojos que sonríen y hablan todos los idiomas de la tierra. Las manos extendidas, todas las puertas abiertas: “salam alekum”… y el feo “welcome” que nos echan. Qué horrible que para tener que comunicarnos con esta gente tan humana tengamos que usar el inglés de mierda de mister Bush…, y en pensando esto, maldita sea, se me estropearon las chanclas, que requería urgentemente para seguir su trote algo de pega-loca. Con señas y miradas nos sobró quien nos buscara pega-loca y continuamos la marcha.

¿Saben una cosa?, me gustaría convertirme al islam, hacerme mahometano. Yo debí haber nacido entre esta gente. Mejor dicho, yo soy de esta gente.

Las grandes falsedades, estupideces y miserias contra los pueblos musulmanes nos llegaron de Europa, a través de España. Porque el oriente que casi todo el mundo conoce en Occidente es una invención de Europa. ¡Y cómo nos han mentido y engañado! Un conocimiento que sólo era para crear una autoridad y después decir. “eso nos pertenece porque lo hemos estudiado y ya sabemos para qué sirve”. Inglaterra y Francia se apoderaron de estos esos países porque según ellos no estaban en condiciones de auto-gobernarse. Después que sometieron al oriente medio a sangre y fuego, Europa declaró al mundo que por estar el cercano oriente poblado por razas sometidas, entonces ellas estaban incapacitadas para saber lo que era bueno o malo. Entonces Sir Alfred Lyall, el famoso historiador inglés, autor de la obra “Egipto Moderno” dijo algo de los árabes que luego Salvador de Madariaga se lo aplicó a Bolívar: “La precisión es incompatible con la mente oriental”. Para Madariaga Bolívar era un oriental. Yo más bien he descubierto que la precisión de los europeos es totalmente incompatible con la poesía. ¿Precisión para qué?

En Damasco descubrí la grandeza del islam: me haré mahometano.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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