Condones

Se sabe que hace tres mil años los egipcios usaban en el pene una funda de lienzo para protegerse de las enfermedades. Pero es la tecnología de materiales la que ha cambiado la historia. Y la moral. Los primeros condones modernos se produjeron en masa después de 1844, cuando Charles Goodyear patentó la vulcanización del caucho. A partir de 1930 vendría la revolución del látex: su fabricación se simplificó y se hizo más barato, elástico, delgado y seguro.

Desde que el HIV hizo su aparición en los ochenta, la Organización Mundial de la Salud promueve el uso del condón para evitar la propagación del Sida. En la década de 1990 se introdujeron en el mercado numerosos tipos de condones, incluidos los de poliuretano. Hoy los podemos encontrar en supermercados, discotecas, bares, farmacias y en muchos otros lugares públicos. Los hay de todas clases: lubricados, con espermicida, muy sensibles, sensibles, delgados, muy delgados, extra-resistentes, rugosos y con múltiples aletas. Con sabor a menta, a vainilla, a piña colada o a fresa. Para mujeres y para sexo oral. Transparentes, de colores y fosforescentes. Cortos, largos o gruesos. Hasta talla XXL (ejem). Por haberlos, los hay hasta con un chip musical.

Sin embargo, la Iglesia Católica sigue -en pleno siglo XXI- sin querer enterarse. No es de extrañar: ya en su día la Conferencia Episcopal española se opuso a la vacuna contra la viruela, por considerarla inmoral. Todavía insisten en que el condón representa un intento interferencia libertina en las leyes divinas. Y sobre todo, si la gente practica el sexo a gusto y sin miedos, no se mantiene un chiringuito basado en la represión sexual.

Con cuarenta millones infectados por el HIV, lo inmoral es que la Iglesia siga haciendo propaganda contra los condones. Debe ser porque la retención antinatural de fluidos produce muy mala leche. Por eso los obispos deberían hacer más el amor, caramba. Usando condones, claro. Y estar más relajados. Pitillito después, incluso. Si no lo hacen por Dios, al menos que lo hagan por humanidad. O sea.

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Teodoro Santana


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