Comprensión del Partido a través de la importancia de su nombre (I)

PRIMERA PARTE

Siempre se ha evocado que las cosas deben construirse desde la base, lo cual es una idea, en sí misma, muy básica, muy esencial, y sobre todo veraz. Pero la discusión sobre la creación del nuevo partido propuesto por el Presidente Chávez en diciembre de 2006 tomó desde entonces derroteros más propios al terreno de la ideología que al de su propia y efectiva formación. La ideología de este partido no era ni es su problema de base, ni mucho menos lo que sus futuros miembros aspirantes debieron plantearse o asumir como lo más importante: su ideología era y será, pase lo que pase, la del Socialismo del Siglo XXI (ella misma en construcción).

El problema de base del partido era, y es, el de su propia definición como órgano, como entidad. Recuerden que Chávez dijo: "para las discusiones ideológicas no me llamen, no iré". El nuevo partido, pues, no estaba ni está llamado a ser tanto una logia fraternal de reflexión como un cuerpo estratégico de acción revolucionaria, un batallón político y eficaz.

Dicho esto, vayamos a un aspecto esencial de esa base, uno que al parecer no ha sido para nada tomado en cuenta: EL NOMBRE.

Lo esencial de un partido político, aquello que se sabe primero de él, que lo identifica y le da un carácter súbito y determinado -tal como ocurre con cualquier cosa- es en gran medida su nombre. Cuando el Presidente Chávez evocó por primera vez la creación de este partido, debemos recordar lo perentorio de la situación, la complejidad del momento y, sobre todo, la altura del vuelo. En la premura de su propuesta aclaró que aún no tenía listo un nombre definitivo para el mismo, y se limitó a sugerir uno que le gustaba: PARTIDO SOCIALISTA UNIDO DE VENEZUELA. No estuvo mal, a decir verdad, tratándose de un nombre prácticamente improvisado sobre el tapete. Pero no podemos exigirle al mismo hombre, quien ya tenía bastante con regalarnos tamaña idea, que también la acompañase de todos los accesorios y detalles necesarios que la complementan. El nombre propuesto por Chávez en aquella ocasión fue sólo eso, una propuesta; o mejor dicho, una forma circunstancial y pasajera de llamar de algún modo aquello que presentaba. Un nombre provisorio que ha permanecido sin confrontación, sin propuestas alternativas, y que por lo mismo se nos fue... oficializando.

En el análisis siguiente veremos que nuevas propuestas y alternativas a esta denominación siempre fueron bienvenidas, sobre todo por el mismo Chávez. Y la razón es simple: el nombre propuesto por él, como él mismo en su momento lo advirtiera, no sólo no era, sino que no podía ser definitivo. Para el honor de un demócrata como nuestro presidente, autor de la idea del partido, el nombre del mismo sin discusión tampoco podía ser perfecto. Intentaré demostrar a continuación que, de hecho, ese nombre, PARTIDO SOCIALISTA UNIDO DE VENEZUELA, se presta a graves errores. Veamos por qué:

El problema principal de este nombre se encuentra en la palabra UNIDO, del verbo "unión". Si a través de la creación del nuevo partido nuestra intención fuera tan simple como la de crear una "unión" de varios partidos, la palabra "unión", en efecto, sería suficiente, denotando ésta la función de "suma", de adición de partidos. Ahora bien, si la intención fuera, en cambio, la de lograr una verdadera unidad, un sólido partido, un grupo político íntegro, indiviso, dejar de notar no podríamos que una unión, una suma, una adición de entidades no necesariamente implica o supone aún la unidad. La unidad es un estado superior al de la simple unión, suma o adición.

Estos (unión, suma, adición) son términos más bien propios del proceso a través del cual se llega eventualmente a la consecución de la unidad. La unidad es una consumación, un resultado, un logro. El término "unido", por su parte, denota apenas un estado de unidad probable, en devenir. Y sobre todo no la garantiza.

Pero las cosas van más allá de una aparente sutileza retórica. Frente al reto de crear un partido con carácter realmente unitario y digno de una vida política coherente, otros problemas se presentan con el uso del término "unido". El término "unido", aplicado a cualquier partido, implica una redundancia atroz ya que todo partido, al constituir potencial y teóricamente una unidad, no ha de tener motivo para resaltar esta cualidad, a menos que de hecho le falte...

Decir un partido "unido" sería como hablar de una unidad "unida". Más aún: dentro de los límites de un uso práctico del lenguaje, sólo podría llamársele "unido" a un partido que no hubiere querido serlo y al cual hubiéremos tenido que forzar para que lo fuera. Sería un partido que debió ser, por decirlo así, "unido", esto es, puesto en unión. Desde afuera. Por intervención de una fuerza externa. Osea, no por sí mismo, sino en cierto sentido a la fuerza.

Pero vengamos a nuestro partido. El objetivo formal inicial de éste era el de lograr, mediante una participación de todos los partidos simpatizantes con el proceso, una "fusión" trascendental de lo que hasta ahora no había sido más que un conglomerado de "alianzas" entre partidos. Partidos que sólo desde sus propias perspectivas -por no decir intereses- habían establecido estas alianzas y, en consecuencia, secundariamente apoyado el proceso. La "fusión" originalmente deseada por Chávez de éstos partidos representaba, pues, algo más que la "unión" de esas alianzas: era la eliminación de esas perspectivas. Mientras la "unión" de las alianzas las conservaba, la "fusión" las eliminaba. Por eso el nuevo partido no era ni podía ser en principio una "unión" de otros partidos.

Inscrita en su propia genética una naturaleza esencialmente estratégica, de tipo "anti-cogollista", la verdad es que el futuro partido tenía que ofrecerse un nombre en el cual el vocablo "unido" brillase por su ausencia. Este partido no podía ser una "unión" de cogollos. Además, si con la creación del mismo debían desaparecer aquellos partidos a partir de los cuales éste sería creado -como parecía ser lo justo-, entonces no era posible, lógico ni sensato concebir al nuevo partido como una "unión" de aquellos que ya no habrían de existir. La idea era, precisamente, que los viejos partidos dejasen de existir en el nuevo, no que persistiesen en él. En eso consistía y consiste la creación del nuevo partido. De otra forma no se estaría hablando de un nuevo partido sino de una alianza de partidos, que es lo que ya existía, como se demostrara en los pasados comicios presidenciales. Así, pues, no podía entonces, ni puede ser aún, aconsejable la utilización del término "unido" en el nombre final del partido, pues con ello evocamos fuertemente una continuación, una perpetuación de los viejos partidos -y sus cogollos- en el nuevo.

Este vocablo "unido", en vez de contribuir a la legitimación del partido naciente, sólo debilita, disminuye, polemiza, pone en tela de juicio las razones, la justificación misma de su creación. El nuevo partido tiene, o ha de tener, la intención justamente de terminar con los viejos partidos. Es de lo inadecuado de sus existencias paralelas en el vientre mismo de nuestro proceso revolucionario de donde nace la necesidad de sus propias muertes.

Se trata de un paralelismo existencial insostenible. Ello se traduciría en la burocratización de una revolución que, en cambio, reclama para su desarrollo una complexión cada día más orgánica, hecha de menos retazos. El nuevo partido no es tanto una reunión de los viejos partidos bajo un nuevo nombre, como una verdadera y radical transformación de éstos en un nuevo partido. Queda implícita una muerte necesaria para poder renacer bajo una nueva forma. El nombre final tiene necesariamente que dar fe de ello.

Es allí que el término "unión" no parará nunca de resucitar cadáveres. La muerte absoluta de los viejos partidos no puede no estar implícita por definición en la creación del nuevo, aun siendo éste conformado por lo que una vez "fueron" otros partidos. El nuevo, naturalmente, estará influenciado ideológicamente por la tendencia general de estos viejos partidos; pero éste, no siendo sólo una suma de sus miembros, ni una simple redefinición estructural de éstos, sino todo un nuevo y diferente ente político, no puede ni debe reducirse a la categoría de simple unión.

He aquí una interesante y oportuna observación. Si eliminamos el término "unido" del ahora normalizado nombre PARTIDO SOCIALISTA UNIDO DE VENEZUELA, lo que obtenemos es el siguiente robot: PARTIDO SOCIALISTA DE VENEZUELA. Un nombre mecánico, que carece de impacto, de fuerza, de riqueza inédita y que por lo mismo sub-representa completamente nuestro proceso. Lo que obtenemos es más bien un nombre genérico, sin diferencia específica que lo sitúe en el contexto real de las importantes transformaciones históricas, incluso vanguardistas que vive hoy nuestro país. ¿Y qué es, pues, lo que demuestra esta supresión? Pues nada menos que un hecho revelador: que al quitar el término "unido" y obtener un nombre tan pálido y general como el de Partido Socialista de Venezuela, automáticamente evidenciamos que estamos concentrando en forma errática toda la importancia del partido en el término "unido", exclusivamente. Un término que nos reenviará incesantemente al hecho NO fundamental de la unión.

La unión es, como dijimos al comienzo, una etapa de transición que no garantiza la verdadera UNIDAD.

Ahora bien, ¿no es, pues, UNIDAD, UNIDAD, UNIDAD lo que se quiere?

Seamos francos, por lo tanto, y preguntémos:

¿Es que la verdadera importancia del nuevo partido radica en que surge de la unión de otros partidos, o en que es todo uno nuevo?

¿Es que podríamos seguir valorando el hecho de la unión por encima del de la realidad ontológica, absoluta, no relativa del nuevo partido?

¿Es que realmente es necesario continuar hablando de unión de partidos, sabiendo que el sentido profundo de dicha unión implica la desaparición y por ende la muerte de aquéllos?

Continuar promulgando, a través del nombre "Partido Socialista Unido de Venezuela", la sobre-vivencia de estos partidos en el cuerpo del nuevo constituye una interpretación errática de la razón por la cual el Presidente Chávez llamó, en primera instancia, a la creación de un nuevo partido.

Si no lo hemos comprendido bien, ese llamado a la unión por parte de nuestro líder fue también un llamado a la muerte de esos partidos. Se trataba obviamente de un golpe duro al "establishment interno". Uno de los más radicales que jamás le habíamos visto proferir pues no estaba dirigido hacia un establishment extranjero, imperialista y hegemónico, sino al nuestro, el "establishment revolucionario", endógeno...

"La revolución -parecía decir Chávez- comienza por casa, ¡agarrémonos pues!".

De ahí que la denominación apropiada para el nuevo partido hubiese debido estar sometida a un profundo análisis antes de ser adoptada, lo cual nunca se hizo. Un nombre no es nunca un aspecto marginal, subalterno, secundario respecto de las cosas nombradas, sobre todo si éstas son obras del ser humano. Muchas veces, incluso, un nombre es el elemento cohesivo de mayor influencia entre los miembros de una asociación, a quienes éste debe unir frente al proyecto que representan.

Pero no es porque la palabra "unido" forme parte del nombre del nuevo partido que deberán, en todo caso, estar unidos sus miembros. Deben estar unidos en el sentido de la palabra fusión, esto es, sin dejar lugar a la menor reminiscencia de las estructuras pasadas. Este partido, enteramente nuevo, con identidad propia, es en realidad el paso necesario y profiláctico que garantiza la continuación del proceso.

En conclusión: como PARTIDO SOCIALISTA UNIDO DE VENEZUELA es un nombre evidentemente inapropiado y redundante, ambiguo y no realmente representativo de nuestro proyecto; y, como la versión reducida de dicho nombre, PARTIDO SOCIALISTA DE VENEZUELA, refleja por su parte muy poco la singularidad de nuestra revolución, propondré en la segunda parte del siguiente texto un nombre más sensato para nuestro nuevo partido. Mientras tanto estamos todos invitados a reflexionar al respecto, en honor a una justa comprensión de nuestra revolución, sus formas y sus fines. Nunca es tarde...





SEGUNDA PARTE

I. En su aspecto formal, el problema que el nombre "Partido Socialista Unido de Venezuela" presenta es el de su implícita -y peligrosa- redundancia. En cuanto a su aspecto conceptual, el problema que este nombre presenta es el de una intolerable ambigüedad. Por una parte, todo partido es una unión (redundancia). Por la otra, lo que se quiere no es una unión de viejos partidos, sino la disolución de éstos en uno nuevo (ambigüedad).

Si aún no lo hemos comprendido bien, este partido representa un antídoto contra el anquilosamiento de poderes que comienza a hacerse notorio a medida que el proceso revolucionario avanza. Querámoslo o no, las etapas evolutivas de este proceso van dejando muestras de una obstaculizante sedimentación de jerarquías.

La idea que tuviera nuestro entonces recien re-elegido presidente, consistía en la creación de un legítimo partido único de la revolución, no "unido", no ensamblado por otros partidos. Lo que se quería y se quiere con este partido, y la solución que este partido proponía y propone, es evitar una división subyacente dentro de una nueva y eventual unión superficial.

Por eso era y es necesaria la creación de un nuevo partido, pero con la implícita (y urgente) intención de evitar que éste diese y dé lugar a una perpetuación de los viejos partidos en el nuevo. De lo contrario, este nuevo partido no podrá funcionar como un verdadero ente político, es decir, sin ataduras intestinas, sin tensiones parcelarias, sin atavismos sectaristas.

El nuevo partido implicaba e implica, por lo tanto, la desaparición total -en él- de aquellos partidos que habrían de conformarlo. Mejor dicho: éstos, primero que nada, deberán desaparecer, dejar de existir, para luego poder conformarlo.

Por eso el concepto y palabra "unión", así como su conjugación "unido", deben ser descartados completamente del nombre definitivo. Unión de partidos es lo que ya tenemos, como se demostró en las elecciones del 3D de 2006: unión, alianza, convergencia, coalición; todos nombres circunstanciales, puntuales, relativos, no absolutos. Pero nuestra revolución -no está demás precisarlo- no tiene, ni puede tener, un carácter relativo.


II. El partido que Chávez propuso es, precisamente, una medida estratégica frente a esta unión puntual, circunstancial de partidos. Esta fue una coalición que ya cumplió satisfactoriamente con su misión histórica.

La única etapa de nuestro proceso que justificaba tales alianzas de perspectivas convergentes, pero aún múltiples, variopintas y sectarias, ha quedado atrás.

Perpetuarlas, de ahora en adelante, bajo cualquier forma, sólo podría constituir un signo de hipocresía frente al proceso.


III. En cuanto al nombre que Chávez propuso para el nuevo partido, debemos recordar que ese nombre, Partido Socialista Unido de Venezuela, fue sólo eso, una proposición, no un nombre definitivo, como claramente él mismo lo advirtiera. En ese momento, lo importante era la idea. Era la idea, el concepto, lo que nos estaba comunicando el Presidente, no el nombre. Pero el nombre provisorio, que nuestro presidente sugirió en pleno vuelo -¡vuelo heroico!-, ha sido interpretado erróneamente por todos como virtualmente definitivo. Como ocurre con mucho de cuanto nuestro máximo líder dice, este nombre, Partido Socialista Unido de Venezuela, sufrió el efecto de una sacralización. La misma que suele muchas veces alejarnos del sentido de sus palabras. Hay que reconocer que, en un intento por expresar el debido respeto hacia ellas, este respeto se transforma muy a menudo en una inerme, silenciosa y vana adulación, pudiendo pocos finalmente llegar a entenderlas.


IV. Hace un año Alí Rodríguez Araque dijo, en el programa de Ernesto Villegas, algo muy sencillo pero de una prístina lucidez y que, aplicado al tema que nos ocupa, tiene un valor inestimable. En una simple frase axiomatizó lo que de hecho es el principio fundamental de nuestro futuro partido. Esta frase fue: "...un proceso revolucionario no puede tener varias vanguardias, debe tener una sola vanguardia". Efectivamente, la unión de vanguardias es imposible, ilógica, y anula el concepto mismo de vanguardia. Pues es evidente que la suma de varias tendencias invalida cualquier liderazgo posible. En un proceso revolucionario, la vanguardia sólo puede ser una y no múltiple. Lo cual suele expresarse muy bien en lenguaje coloquial cuando, refiriéndose a un equipo deportivo cuyos miembros parecen mutuamente estorbarse, alguien lanza: "muchos capitanes, pocos marineros".


V. Los cinco pasos del siguiente razonamiento deberían sernos suficientes para darle un nombre, pues, a nuestro partido:

1º. Si LA revolución es, o ha de ser, anticapitalista y antiimperialista, y por ello mismo sólo puede proponer, como única respuesta, el Socialismo (lo cual es nuestra convicción), entonces llamarla "revolución socialista" sería redundante. Decir "revolución", para nosotros, ha de ser suficiente (quedando sobre entendido que es "socialista").

2º. No siendo más, pues, el Socialismo una característica opcional de LA revolución, sino un elemento intrínseco de ella, las señas identitarias de esta revolución sólo pueden entonces encontrarse en el pueblo, en la cultura específica de la gente que la asume, emprende y ejerce. Nuestra revolución, asumida, emprendida y ejercida por la mayoría de las venezolanas y los venezolanos, es pues una versión particular de LA revolución: en este caso es la revolución VENEZOLANA.

3º. El partido político que honore y mejor represente esta revolución venezolana -siendo ésta un proyecto inédito en el mundo y en la historia-, más que partido, frente, plataforma, liga, organización o movimiento ha de ser, por lo puntero, por lo revolucionario, por lo novedoso de su paradigma; por su capacidad para existir como verdadera fusión (más que simple unión o adición de partidos); por no adoptar cartillas ni recetas políticas; por sólo adherir a los valores universales de un eterno humanismo; por constituir el primer ejemplo de concreción política latinoamericana y mundial del siglo XXI; y, en fin de cuentas, por parecerse tanto a su líder, arquitecto y constructor, Hugo Rafael Chávez Frías, ha de ser más bien, digo, una VANGUARDIA. En efecto, es esto lo que es nuestra revolución, tanto a nivel nacional como internacional: una VANGUARDIA. Se trataría, entonces, de una VANGUARDIA (mejor término que partido) de Venezuela.

4º Ahora bien, una VANGUARDIA -esto es, cualquier vanguardia- no puede ser VANGUARDIA sin que en ella predomine, por encima de cualquier otra cualidad, aquella de la más solida, patente y posible UNIDAD. Siendo en esto similar a cualquier otra, la de nuestro proceso revolucionario es una VANGUARDIA cuya UNIDAD es imprescindible y necesaria. Por ello debe, pues, prevalecer sobre el término VANGUARDIA el término UNIDAD, el cual resume lo que es -y debe ser- esencialmente una vanguardia: UNIDAD. Así, la nuestra ha de ser no ya una Vanguardia Revolucionaria sino una UNIDAD REVOLUCIONARIA.

5º Entonces, y en perfecto respeto del principio de economía en lo lingüístico (que nos evita caer en redundancias), así como en observancia del principio de precisión respecto de lo nombrado (que nos salva de confusas ambigüedades) el nombre de nuestro partido sensatamente sería:

UNIDAD REVOLUCIONARIA DE VENEZUELA (URV)


(Mi humilde propuesta).


www.myspace.com/xpadilla


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Xavier Padilla


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