Ottolina: el eslabón...

Las cosas tal vez hubieran sido de otro modo. Hubiésemos tenido una historia muy distinta, de no haber ocurrido aquel lamentable hecho, justamente 10 años antes del Caracazo. Época en que el país ya estaba enrumbado hacia ello, impulsado por las fuerzas políticas de turno. Este lamentable hecho no es otro por supuesto que la muerte de Renny Ottolina.

Renny fue un sorpresivo candidato independiente, popular y libre de ataduras clientelares en la miserable arena política de entonces, a la cual desestabilizó con el sólo hecho de postularse sin provenir de ella. Aparte de no ser un político tradicional y de tener no obstante —o precisamente por ello— muy altas probabilidades de ganar las elecciones y acabar, en consecuencia, con el status quo, sabía mucho más de gestión de lo que pudiéramos suponer. Para documentar esta idea, los invito a escuchar su último programa de radio:

(1ra parte) http://www.youtube.com/watch?v=dLefqQI7n1c
(2da parte) http://www.youtube.com/watch?v=4s9B0xWiTXc
(3ra parte) http://www.youtube.com/watch?v=MagWCzheImI
(4ta parte) http://www.youtube.com/watch?v=fMNTeiPIScU
(5ta parte) http://www.youtube.com/watch?v=C2QmqxrXJkk

Los niños jamás se equivocan. Tuve el privilegio de participar en su programa a los 9 años y lo que vi detrás de bastidores me dejó profundamente marcado. Su control de todos los detalles, tanto técnicos como conceptuales del programa, era absoluto, de una proficiencia alucinante y de una exigencia en favor de la excelencia verdaderamente admirable y contagiosa.

La desaparición de Renny fue determinante para la historia de nuestro país, pero tal vacío permanece curiosamente —por no decir sospechosamente— subestimado en la actualidad. Es altamente probable que si Renny Ottolina hubiese ganado las elecciones del 3 de diciembre de 1978 —lo cual era más que factible—, nuestro país muy posiblemente no hubiera padecido, exactamente 10 años más tarde, una tragedia como la del Caracazo. A tal punto podría elevarse la importancia histórica de su muerte para el país, ya que tal vez su muerte fue también la muerte de otro destino para la nación, el cual no conocimos y está aún por delante, a reinventar.

No había para aquellos momentos quien denunciase el estado del País, al menos no cómo él lo hiciera, ni quién propusiera soluciones con su lúcida visión a largo plazo. Decía la verdad y ello debería resultar ahora cada vez más incontestable y evidente. Recordemos que el accidente tuvo lugar el 23 de marzo del 78, es decir, muy al comienzo de su campaña. Cómo no pensar que no fuese un magnicidio.

Tras su desaparición, las fuerzas políticas en el poder durante esa última década de la Cuarta República se encargaron muy bien de borrar de nuestra mente a ese útimo Renny Ottolina, el de la súbita, sorpresiva iniciativa política, haciéndonos volver mansamente como corderitos hacia la memoria del inofensivo animador carismático de la tele. Más tarde, durante el chavismo, al ya nimifiado "animador" y puerilizado "anunciante de marcas" se le agregó, para colmo, el estigma de oligarca derechista recalcitrante.

Hoy me parece importante que los venezolanos volvamos sobre la memoria de este individuo en busca de un modelo alternativo, una memoria cuya postura difícilmente puede ser confundida con la impostura de aquellos partidos tradicionales (todos sin excepción) a los que debemos evitar actualmente homologarnos como reacción postraumática irreflexiva al nefasto estado actual del país.

No hay que volver a la Cuarta, señores, sino a la recuperación modélica de aquel eslabón perdido, de aquel individuo singular, agudo, deferente, apolítico y realizador independiente —prácticamente en medio de la jungla— de cosas de calidad. El compromiso es grande, ahora de la talla de una reconstrucción de embergadura, la cual necesitamos para llegar apenas al punto en que estábamos, aquel en que todo restaba por hacer.



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Xavier Padilla


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