El Hombre Nuevo

Primero que todo nadie es dueño de nada. De lo único que lejanamente pudiera acercarse a ser “dueño” de algo, el ser humano es dueño de su vivir. O debe serlo. Vivir es proyectar (sentir y devolver) el gozo hacia el entorno que me lo proyecta a mí. Tiene sus aventuras, pero no afectan en nada al principio, que porto con cada ser natural que me acompaña. Cada ser humano en particular tiene su propia percepción de ese gozo.

Pero paralelo a su júbilo, la defensa del derredor, el nomadismo de miles de años, la posesión anda como herramienta que permite hurgar más allá de la marca tribal: Más posesión. Desde que existe la posesión, el vivir está parcelado. La posesión arrancó el vivir, al punto que la posesión es el vivir. La posesión es el virus del hambre y la mentira. El rebosamiento del número de hermanos, provocó necesidad y carencia, y ésta, ha empujado al ser humano nuevamente buscar solución dentro del baúl del olvido, para sanar la agonía del vivir.

La llave magnífica del galileo (Cristo), que es la de sentir la misma cercanía con todo, sin elegir, determina que el albergar el relámpago de vida, cuando lo sentimos, ese alborozo que rejuvenece instantáneamente, sorpresivo, ES vida, estemos o no con las reglas de la estructura social donde nos desenvolvamos. La parte de uno que llama a la convivencia, cómo la ejercemos, la acción solidaria con quien sea, cuando sea, ESOS SENTIRES SON PROPIEDAD ÚNICA E INTRANSFERIBLE DE VIDA, pues somos un compendio de estructuras biológicas, largo rato más complejas que las sociedades que hemos inventado, que necesitamos de nuestro derredor, y miren como funcionan en nuestro cuerpo humano, desde conocer la luz, parir avatares, genios, a mendigos aborrecedores de la luz y la vida.

Pasemos a nuestra circunstancia. Existe una razón incómoda, que es la de saber que las generaciones que nacimos de un tiempo acá, algo más de medio siglo, venimos “esposados” a este planeta. Si existe alguna caída que cambió el curso de algún fulano Paraíso, es la proveniente del temor de perder el espacio de la amenaza externa que “traspase” al interior de “propiedad” comunal, tribal, familiar, marcado con mi (nuestra) orina. Pero hace tanto tiempo que nada es amenaza para nosotros, excepto nosotros mismos. Ampliemos ahora el lente: ¿Cuántas esquinas orinadas tiene un imperio? O visto desde otro ángulo, el que interesa para estas líneas ¿qué tanto llega la influencia de “mi marca” de orina; ¿será más bien delatora, antes que amenazante y protectora?

Desde los pasos inocentes o macabros de la pedagogía monarquista o republicana, dividiendo al mundo en buenos y malos, a las propuestas constitucionales de hoy, el pueblo de mi nación (el “esposado” sobre todo) está dentro de una centrifugadora que lo ejercita para ser astronauta o ser expelido para siempre. Ha terminado el viaje nómada de muchos siglos ha. Toca a esta generación humana enfrentar el borde de horizonte que se acerca, cuando en un tiempo no se le veía nunca el final. Descubrimos que Dios también tiene límites y lo estamos matando. Y Dios es vida.

A esta generación del mundo le ha tocado ser la que termine su grand finale suicida, o remodele nuevamente el camino, (de ahí las esposas), que nunca está perdido, parte intrínseca de su naturaleza, camino, no ya baches ni deseos escritos. A echarle bolas copiosamente, en olvido tajante de lo que lo ha retrasado en millones de generaciones que han vivido en la de ser superior o inferior a los suyos. Y entre otras, nuestro sitio es cantar lo que vivimos. El pueblo per se, no es culpable o responsable, pero saber leer y escribir, es desde ya, proporcionar herramientas para que sea responsable de su canto, de lo que viene, porque para lo que viene, nada está escrito. Todo está en la memoria de los seres humanos. La hora de la propaganda está llegando a su término. La hora de la verdad, apenas despierta. Descubrirla molesta todo, desde quien nos lo dice hasta el hacer mismo, que por traerla dormida, se traduce en obligación, emplazamiento, más que voluntad propia. Y es que nunca hubo voluntad propia. Es más, con todo lo que parezcamos pobres y tercermundistas, el grueso del trabajo no nos toca, pues el dolor del yugo nos hizo comprensibles. No así en el primer mundo que no sabe sino dominar.

Pasando a lo inmediato, hay mística popular alrededor de la intención revolucionaria. Los tantos inscritos en el PSUV demuestran que hay aprobación y confianza para la acción, y las reuniones con su asistencia plena o no, se encaminan a otro tipo de roce con el hermano de tu misma orilla, pero de circunstancia radicalmente distinta a la que vives. Un tejido que apenas del que apenas se traza la urdimbre.

Sin embargo, creo que hay una pedagogía revolucionaria de verdad, a ser inculcada en cada hermano, o por lo menos, hay necesidad bárbara de brotar ese dormido paradigma humano. Se trata de la meditación. Para eso, creo, es imprescindible masificar ese conocimiento ignorado, empezando por los profesores, que la experiencia corra DENTRO del profesorado un año cuando menos: Sí, hablo de meditación, ejercicios de psicofísica, respiración, tai chi. Limpiar lo interior, obvio que te lanza a tu alrededor, a quererte. A interesarte en el querer (amar) más. A después, enseñar y proyectar ESE querer.

Cultura es que cada conjunto residencial que se lleve a efecto, disponga de su ateneo tanto para la expansión artística, como para el encuentro con la paz interior y por ende, aprender a convivir(la) con quienes nos rodean. Un ateneo para residentes. Revolución es proporcionar los medios posibles para ese triunfo sobre el ignorante egoísmo. Para cada conjunto residencial debe ser tan importante ese ateneo como la clínica o las unidades escolares. Atender al ethos, dirían los griegos, la tiroides, diría el conductista Watson, la glándula que discierne lo conveniente de lo desechable. Es simple, aflojar la garganta, aflojar el estómago y cualquier problema deja de existir, observar que todo el género humano marcha con sus problemas decididos de antemano por la garganta y el plexo solar apretados (tiroides y timo).

Cultura es que sepamos alimentarnos, no solo estomacalmente. Y si es en revolución, el alimentarnos debe enseñarnos a caminar solos. Y solos significa, sin ataduras de dominio, pues los lazos de hermandad desaparecen la desconfianza del hombre viejo de dominio sobre su hermano. Imprescindible el salto. Urgente el paso. Hombre nuevo contra esto que en mucho ha confundido tolerancia con pusilanimidad.


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Arnulfo Poyer Márquez


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