El meollo de la revolución socialista

La vida bajo un régimen socialista no implica que se deba renunciar
a lo bello, lo exquisito, o a todo lo que signifique comodidad y placer.
Esta reflexión fue magistralmente expuesta hace poco por Roberto Hernández
Montoya, cuya calidad como escritor y pensador nos aporta nuevas
revelaciones producidas en su computadora Mac G5, moderna sustituta del
bolígrafo o la pluma.

Es más, el mismo hecho de que intelectuales como Hernández Montoya
se identifiquen con la revolución bolivariana y socialista indica que no se
trata de una sublevación de resentidos con la sociedad de consumo. En este
caso nos referimos a un caballero que habla y escribe varios idiomas y se
siente como pez en el agua en cualquier calle del Quartier Latin de París,
además de ser fino humorista y ³bon vivant².

Contrariamente a otros izquierdistas exitosos, durante la cuarta
república el compatriota Hernández Montoya no se pasó al otro bando,
cambiando la primogenitura socialista por un plato de lentejas neoliberales.
Hoy dirige con buen tino el Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo
Gallegos (CELARG), abierto a todos los sectores sociales y no solo a la
elite que durante muchos años monopolizó la actividad cultural oficialista.

En el caso del amigo mencionado se trata de la persona idónea en el
cargo adecuado a su capacidad. Afortunadamente no le han aplicado el
Principio de Peter, según el cual todo empleado alcanza su nivel de
incompetencia. De acuerdo a dicho principio un buen locutor de anuncios
comerciales será promovido a presidente del canal de televisión, digamos
RCTV o Venevisión, donde desempeñará un papel decorativo o meterá la pata
hasta el fondo.

Por desgracia los esfuerzos por implantar el socialismo del siglo
XXI encuentran su mayor escollo en la falta de gerentes y otros funcionarios
capacitados para ejercer cargos de alto rango. El Presidente Hugo Chávez ha
recurrido a lo más granado entre sus colegas militares, además de abrir
espacios para los dirigentes partidistas que hasta ahora lo han acompañado;
los resultados no siempre han sido óptimos y, en algunos casos, la
corrupción ha mostrado su mano peluda.

El meollo de la revolución socialista estriba en que las promesas
de redención social, destinadas a mejorar la condición de los pobres, se
cumplan. Para cumplirlas no basta con abrir un Mercal, un dispensario de
Barrio Adentro o una escuela bolivariana en cada cuadra. Lo que importa es
que el Mercal despache alimentos y no mantenga la estantería vacía. Que el
dispensario cuente con un médico, sea criollo o cubano, y con las medicinas
requeridas. En cuanto a la escuela bolivariana, que ésta disponga de la
plantilla de maestros y no se caiga por falta de mantenimiento.

El temor mío, y el de mucha gente, es que el pueblo se harte de
promesas incumplidas. Por mi parte quiero creer que la Misión Revolución
Energética en realidad instaló 52 millones de bombillos en todo el país,
aunque por mi apartamento no pasaron los morralistas con los bombillos
ahorradores. Así mismo ruego que la Misión Robinson haya liquidado el
analfabetismo y no se trate de un concurso de cobas.

Lo que anhelamos es que los servicios públicos, entre ellos la
policía, funcionen y no se limiten a brindar estadísticas asegurando que
todo está mejor que antes.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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