La lealtad revolucionaria, virtud imprescindible

Haber visto por enésima vez a Chávez llamar a la unidad y, sobre todo, a la honestidad revolucionaria resultó conmovedor. Con cada gesto, con cada palabra y cada acción confirma el valor insustituible de la fidelidad revolucionaria. Podría decir que todas las otras virtudes son legítimas y nobles compañeras de esta virtud. La fidelidad a la revolución y al pueblo obliga a ser honesto, eficaz, consciente, apasionado, generoso y, como hemos señalado, tener todas las virtudes necesarias para ser un buen revolucionario.

La fidelidad a esta misión es una característica absolutamente imprescindible, es la sumatoria de todas las otras virtudes. La fidelidad es una cualidad natural al hombre nuevo. La fidelidad es lealtad a las ideas, a los sueños, al proyecto. Fiel es aquella persona que no defrauda la confianza que se ha depositado en ella aún en las más adversas y duras circunstancias. El compatriota fiel tiene mala memoria para lo que da y no olvida jamás lo que recibe. Desleal es el que traiciona, el que olvida, el que se entrega a sus propios proyectos egoístas. De fieles e infieles, de leales y desleales y de gratos e ingratos tengo en lo personal grandes recuerdos. Las tengo en circunstancias extremas, allí, cuando una palabra hacía la diferencia entre unas horas de sueño y seguir siendo apaleado. Allí, cuando una sola palabra marcaba la diferencia entre la libertad propia y el enterramiento de los sueños, allí vi de todo, de lo uno y de lo otro.

La fidelidad requiere de la voluntad porque ha de realizarse en el tiempo. La fidelidad se verifica en la constancia y la perseverancia, no se trata de ser leal sólo en ciertos momentos sino de serlo, a toda costa, todo el tiempo. Precisamente la fidelidad como ejemplo la tenemos los venezolanos en Simón Bolívar, nuestro Libertador y modelo. No nos es ajena la fidelidad sino que la tenemos en el ser profundo que somos. La fidelidad total de Simón Bolívar ocurrió en medio de una historia y de circunstancias concretas, en una sociedad con unos hombres y mujeres como los de hoy, marcados por la deslealtad y la mentira. Por eso, la fidelidad del Libertador resulta conflictiva y dolorosa; ocurrió en medio de unas circunstancias que se oponían a su fidelidad. Esta oposición fue tan tremenda que lo condujo al aparente fracaso de Santa Marta y lo precipitó a aquellas dolorosas expresiones: "he arado en el mar" o "mis perseguidores me han conducido a las puertas del sepulcro, yo los perdono".

Su muerte y su mortaja con una vieja camisa rota proporcionada por un español es la prueba de la tremenda fuerza del mal y la injusticia siempre imperante en el mundo. Es también la prueba de la fidelidad del Libertador a la patria y con ella a su pueblo. Su entrega no tiene sentido sino como fidelidad a su misión. He aquí nuestro ejemplo a seguir: entender la entrega, la fidelidad y los muy probables padecimientos como fidelidad a la misión, como fidelidad a los más desamparados y débiles de nuestro pueblo.

Pero la fidelidad y el sacrificio tienen un significado muy particular para los marginados y excluidos de siempre. Para el pueblo, este sacrificio nos enseña a vivir y morir de una manera diferente, no a la manera del abatimiento y el fracaso, sino en la fidelidad a una causa llena de esperanza. Esa es la manera de llevar la fidelidad a cuestas: transformarla en un signo y fuente de amor y entrega. Esa es la absoluta luminosidad de la muerte del Libertador: la promesa que ella encierra, promesa que muestra toda su densidad en esa "Espada de Bolívar que camina por América Latina".

Los oprimidos de todas las categorías encuentran la luz de la esperanza en esta promesa que mana de la vida y muerte del Libertador. Razones para la esperanza, razones para la alegría, razones para la lucha. A esa esperanza debemos aferrarnos para ser fieles, leales, capaces, revolucionarios, socialistas. Sin esta fidelidad aceptada y abrazada libremente todo se nos derrumba, siempre habrá algo que "merezca la pena" más que la radical exigencia. Siempre encontraremos la manera de disimular el compromiso; para aquel llamado a Judas Iscariote bastaron 30 monedas de plata, para otros, poder y lujos… ¿Cuál será nuestro precio?, ¿cuánto valdrá nuestra lealtad a los sueños?, ¿qué nos hará desistir? Pongamos toda nuestra voluntad en superar las pruebas, comenzando por aquellas que nos parecen más ligeras y pequeñas, eso irá templándonos, eso irá formando el revolucionario fiel que necesita nuestro pueblo.

martinguedez@gmail.com


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Martín Guédez


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