La aculturación y el capital: yugo y tirano de la juventud

En el mar de nuestra juventud, el llamado de la sirena capitalista continúa
haciendo estragos. Las ideas de solidaridad y desarrollo personal se ven en
continua lucha con el bombardeo mediático que a diario promulga la sociedad
de consumo. La concepción individualista de sociedad en la que hemos sido
educados permanece presente en algunas mentes como un memento de la vieja
sociedad explotadora de la que, ahora, tratamos de librarnos. En su artículo
“Los jóvenes nacidos en Venezuela, que se organizaron en Washington para
revertir “la cubanización” de nuestro país, no son venezolanos” el camarada
Alberto Müller Rojas expone claramente el proceso de aculturación de la
juventud perteneciente a la alta burguesía venezolana, especialmente
aquellos en el exterior. Sin embargo, es preciso ahondar en este problema
con el fin de desvelar su importancia para el capitalismo de nuestro tiempo.

Con el fin de defender su estrato económico, la alta burguesía tiende de
manera continua a identificarse con sus congéneres sociales, identificación
de carácter económico que desemboca en un absorbimiento cultural por parte
del individuo. En los jóvenes pertenecientes a este estrato social, la
palabra “cultura” adquiere rasgos clasistas que la identifican con la
tradición artística europea, o, de manera más constante, a la cultura “pop”
y el arte de consumo, menospreciando las capacidades de las tradiciones
folclóricas de la región geográfica de origen. Se podría pensar que este
proceso de aculturación se observa solo en los estratos altos de la
periferia global, entiéndase en las pequeñas burguesías nacionales de las
regiones subyugadas a los imperios del capital, en cuyo caso sería
comprensible e incluso previsible dadas las relaciones económicas presentes
en el capitalismo. Sin embargo, este proceso continúa de forma rampante a
través de todos los estratos sociales, afectando principalmente a aquellos
jóvenes pertenecientes a las clases proletarias de las naciones mal llamadas
subdesarrolladas.

Para mantener las relaciones económicas actuales, no es necesaria la
participación activa del proletariado de la periferia global en la acción
del consumir, no es ni siquiera necesario alienar al individuo de forma
material. Basta solo una enajenación mental, pasiva, en la cual el deseo de
consumir se haga presente aun cuando las capacidades económicas no permitan
más que la subsistencia precaria del individuo y su entorno familiar. Y es
este precisamente el objetivo del capitalismo actual, transformar el
individuo desde temprana edad en un engranaje más de la sociedad de consumo.
La universalización de los deseos del individuo asegura un desvinculamiento
social que conlleva a una población sumisa y obediente. Este hecho se
observa de manera latente en las llamadas sociedades desarrolladas, en las
cuales las obras de caridad son vistas con buen ojo, mientras que cualquier
tipo de reivindicación social viene rechazada bajo el argumento que esta se
opone a un sistema que da al individuo su “legitimo” derecho a perseguir sus
intereses, aun cuando sea el sistema mismo en primer lugar a atentar contra
los intereses básicos del individuo.

En las mal llamadas sociedades subdesarrolladas, las clases proletarias
carecen incluso de las condiciones básicas de vida, las cuales han sido
negadas o removidas desde largo tiempo atrás. Los jóvenes de la clase
proletaria crecen ricos en deseos de consumo, observando desde temprana edad
la incapacidad de ser partícipes en una economía de mercado. Es aquí donde
la aculturación se convierte en un arma de los poderosos: se enseña a los
jóvenes que la cultura tradicional es la razón por la cual son pobres. Se
culpabiliza al individuo de su estrato social aun cuando los jueces sean los
verdaderos culpables. El único objetivo, según ellos, es transformarse en
explotador, ser amo y señor de la vida de otros proletarios. La ausencia de
conciencia política en los futuros proletarios acentúa el poder de la
retórica capitalista. La conciencia de clase se convierte en conciencia de
culpabilidad, ser proletario es ser nadie, y ser nadie es no poder
participar en el juego de consumo. De esta forma, y sostenido por la
invasión de necesidades superfluas, el círculo vicioso de poder continua, y
los futuros proletarios renuncian a su condición de creadores de un mundo
nuevo y se entregan inconcientemente a las manos de su verdugo.

No basta decir que es necesario cambiar el esquema de la educación actual,
pues esto lo hemos ya hecho, promulgando lo que ha de ser la educación
socialista del proyecto revolucionario. Es también necesario contrarrestar
la influencia reaccionaria de la cultura juvenil de mercado. Es nuestra
responsabilidad, como jóvenes venezolanos, el asumir un rol de cambio y
demostrar con palabras y hechos el carácter nocivo de las actitudes
consumistas. Solo mediante la creación de una conciencia de clases podemos
preparar lo que ha de ser la generación que desarrollará el proyecto que
nace hoy en nuestro suelo patrio y dar comienzo al nacimiento del hombre
nuevo.

sketss@hotmail.com


Esta nota ha sido leída aproximadamente 4422 veces.



Jesús Enrique Moreno


Visite el perfil de Jesús Moreno para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: