El "gran jefe" (y algunas máximas)

Aquí no se hablará del "Gran Hermano", ese personaje emblemático de la novela 1984, escrita por George Orwell entre 1948 y 1949, en la cual narra un mundo sin libertad de expresión, desesperador, en donde todos son siempre vigilados, y se intenta borra la felicidad de la vida de las personas.

Aquí se hablará del "Gran Jefe", de ese que ocupa puestos de dirección en la administración pública venezolana y produce, por sus comportamientos, un enorme daño a la revolución bolivariana, sobre todo en momentos definitorios como los que transcurren.

El "Gran Jefe" cuando llega a un acto se comporta como si fuera un "Pavo Real" (con el debido respeto hacia esta ave); a su alrededor "pululan" sus acompañantes que con él trabajan y los respectivos aduladores. Se siente extasiado y se "masturba" mentalmente al considerarse una especie de sol: la atracción única de la actividad.

El "Gran Jefe" cuando alguien del público o asistente al acto le habla, él se hace el imprescindible. Su vanidad vuelve sordo sus oídos y no escucha nada, la alteridad u otredad de Emmanuel Lévinas brilla por su ausencia, porque al otro lo percibe como una amenaza para la propia identidad o para la propia existencia.

El "Gran Jefe" es un burócrata por antonomasia. Fija, directa o a través de sus asistentes, día y hora para las reuniones y cuando llega tarde (generalmente es la practica) la responsabilidad la tiene las múltiples ocupaciones de su agenda. Si, por el contrario, es el "subordinado" que hace eso, la entrevista es cancelada con la respectiva reprimenda: eso es imperdonable.

El "Gran Jefe", con sus "subordinados" actúa con la prepotencia que lo caracteriza. Los mensajes que recibe de estos por internet o las redes sociales casi nunca los responde. Siempre está ocupado en otras actividades más importantes. Pero, sin embargo, le gusta decidir sobre todo, hasta sobre las menudencias más insignificantes.

El "Gran Jefe" estimula hasta el paroxismo el "jalabolismo" y la adulación. Siempre tiene a su servicio unos confidentes "incondicionales" que los tiene para que les cuente los pormenores que supuestamente acontecen al interno de la organización que dirige, incluyendo en ello los personajes que "le hacen sombra". Los chismes son el pan de cada día y tanto uno (el jefe) como otro (el confidente), son adictos a esos indignos comportamientos.

Para esos "especímenes", que son "dirigentes", les encanta que lo llamen jefe, se ponen gorras y franelas rojas y vociferan permanentemente "Chávez vive", vayan estas máximas.

El historiador griego Plutarco, que vivió en el siglo 1º, escribió un opúsculo titulado: Cómo distinguir a un adulador de un amigo. Allí dice: "Siendo cada uno de nosotros el principal y mayor adulador de sí mismo, debemos admitir sin problemas a alguien de afuera como testimonio. Alguien que nos critique y nos haga reconocer los errores y defectos. Sólo un amigo verdadero es capaz de librarnos de la ilusión y lograr que nos miremos en el espejo del alma".

Nicolás Maquiavelo en el capítulo XXIII de su obra El Príncipe, habla de Cómo huir de los aduladores, en los siguientes términos: "No quiero pasar por alto un asunto importante, y es la falta en que con facilidad caen los príncipes si no son muy prudentes o no saben elegir bien. Me refiero a los aduladores, que abundan en todas las cortes. Porque los hombres se complacen tanto en sus propias obras, de tal modo se engañan, que no atinan a defenderse de aquella calamidad; y cuando quieren defenderse, se exponen al peligro de hacerse despreciables. Pues no hay otra manera de evitar la adulación que el hacer comprender a los hombres que no ofenden al decir la verdad; y resulta que, cuando todos pueden decir la verdad, faltan al respeto".

Por su parte, Michel Foucault, en conferencias dictadas en la Universidad de Berkeley, USA, en 1983, toca el tema de la parresía, palabra griega que significa franqueza o, etimológicamente, "decir todo". El parrésico, el que habla la verdad, aunque merece credibilidad por su ética y valentía, se convierte, no obstante, en incómodo

El "Gran Jefe" generalmente prefiere el engaño, no estimula el pensamiento crítico de sus subalternos y así va arrastrando por la vida esos defectos, que terminan perjudicando a terceros y lo pone en la peana del ridículo.

Qué bueno sería que los que se hacen llama jefes reflexionara y pudieran seguir las máximas de Plutarco y Maquiavelo, levantar la autoestima y deslastrarse de los "jalabolas" y aduladores

Qué bueno sería que quienes ocupan una función de poder, sea cual sea, y en organización que fuere, estimulasen a aquellos con quienes y para quienes trabajan a manifestar sus críticas y sugerencias, con franqueza. Que no se reciba cualquier parresía como puñalada en su ego.

Eso sí y sólo si se está pensando en que se abra un futuro promisorio para esta nueva presidencia de Nicolás Maduro y, por extensión, para la revolución bolivariana.

¿O moriremos en el intento?

 



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Franklin González

Doctor en Ciencias Sociales, UCV. Sociólogo, Profesor Titular, Ex Director de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV. Profesor de Postgrado en la UCV, la Universidad Militar Bolivariana de Venezuela y en el Instituto de Altos Estudios ?Pedro Gual? del Ministerio del Poder Popular para las Relaciones Exteriores. Fue embajador en Polonia, Uruguay y Grecia.

 framongonzalez@gmail.com

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