El amor al dinero

Es costumbre muy arraigada dentro del sistema de vida capitalista, tener dinero, pero a veces poseerlo en cantidades discretas, suficientes para sufragar nuestros gastos esenciales, no basta, y entonces la posesión del papel moneda se hace una obsesión tan disparatada, que los mercachifles por dinero serían capaces de matar a su mamá, comérsela asada y declarar por CNN que estaba rica. Quizás los mercachifles no tengan la culpa de su desenfrenada pasión por la plata. Ellos fueron educados para amar el dinero más allá de cualquier amor. Fueron entrenados para manejar una falsa generosidad, traducida en la ayuda hipócrita a los explotados por su misma avaricia.

La lógica capitalista siempre ha sido muy buena, ocultando una de sus razones más urticantes: a mayor acumulación de capitales más pobreza en las masas que trabajaron como esclavos para apilonar ese realero loco, esa verdad irrefutable descubierta por Marx, y expresada con claridad meridiana en su plusvalía, ha sido ocultada a los creyentes del capitalismo de a pie quienes esperanzados en la oportunidades que pudiesen presentarse más allá de un salario de explotación, siguen pensando que pueden llegar a ser ricos siguiendo la inspiración de su amor masoquista. Los que son ricos de verdad por la fuerza de su explotación se burlan del lambusio o lambusia que quiere bañarse en el charquito exclusivo de la oligarquía. De allí vienen algunas máximas que los oligarcas inventaron para contener la fiebre de amor monetario que sufrían los idealistas del capitalismo de a pie: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” “Primero entra un camello por el ojo de una aguja que un rico en el reino de los cielos” “Los ricos están completos” “Si el Trabajo diera plata los burros cargaran chequera”. Estos adagios que inocentemente compramos por sabiduría popular, son en realidad axiomas ideológicos del capitalismo oligárquico en contra de los idealistas creyentes del sistema capitalista. Es una muy buena forma de decirle que están condenados a trabajar como mulas por la comida, y que nunca serán dueños del producto de su trabajo, y que además no vale la pena ser rico por que de esta manera se perderán el reino de los cielos.

Sin embargo el capitalismo oligárquico se cuidó mucho de propiciar una desilusión del amor al dinero entre los creyentes del sistema capitalista, y para evitarlo le inventaron esta perla: “Cuánto tienes, cuanto vales”; y así el eterno enamorado o enamorada del dinero sigue viviendo, suspirando por él, y detrás de esos suspiros va ese valor qué él cree que puede darle a su vida.

Solamente hay una manera de conquistar el dinero del capitalismo que tanto se ha amado, y esta es, siendo un explotador, que es lo mismo, siendo el ladrón de la plusvalía que le pertenece a la clase proletaria. Al respecto, estaba una vez un viejo dentro de un banco, con ínfulas de ricachón. Se encontraba elaborando un Cheque cuando un ingeniero con años en el ejercicio de su profesión se le acercó y sin querer miró lo que escribía en la letra bancaria. –Mire señor, disculpe, hacienda se escribe con “h”. El viejo se volteó, y mirándolo a la cara le contestó: --yo tengo diecisiete aciendas sin “h” ¿Cuántas tenéis vos con “h”?.
El viejito en efecto era un hacendado que había acumulado una gran riqueza explotando a los braceros colombianos que llegaban a la zona del sur del Lago intentando escapar de la pobreza generada por esa misma explotación capaitalista en su nativa Colombia. Para ganar más dinero los alimentaba muy mal con espaguetis de avería y sardinas cuyas fechas de vencimiento habían expirado. Para colmo no le pagaba su salario, bajo la promesa que les pagaría todo junto cuando fueran a viajar a su País. Finalmente organizaba la matanza, y el entierro en “sus tierras”, de todos los braceros colombianos para no pagarle ni un céntimo por su duro trabajo de un par de años y más. De este modo el viejito acumuló mucho real, y para completar su robo muy de vez en cuando corría las cercas de la finca que poco a poco iba teniendo decenas de miles de hectáreas. Aquel viejito ladrón no tuvo necesidad de estudiar para ser rico, ya que para ser un acaudalado ganadero sólo le hizo falta no tener escrúpulos.

A esa falta de escrúpulos es a la que apela la oposición perversa cuando promete la Tarjeta “Mi Negra”, y los 5 millones a cualquier malandro por cada arma entregada. El llamado es a ese amor al dinero, que ellos saben que han estimulado bien en muchos miembros de la viveza criolla, durante todos los gobiernos puntofijistas. Ellos están persuadidos que obtendrán una respuesta a su propuesta indecorosa. Pero hay algo que los hace no sentirse tan seguros: y es que ellos están claros que este no es el mismo Pueblo de aquellos tiempos bucólicos donde los burros eran embozalados con cáscaras de mandarina.

La cultura del amor al dinero tiene que ser necesariamente rebatida por la cultura del amor al ser humano. Si no triunfamos en esta lucha nuestra Revolución Bolivariana que tanto queremos, podría estar en pico de zamuro.


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Eduardo Mármol


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