Entrevistando imaginariamente a Marx sobre lo tratado en: El capítulo VIII del Tomo II de “El Capital” (VIII)

¿Por cuáles elementos se halla formado el capital fijo?

En una inversión de capital, los distintos elementos que forman el capital fijo tienen distinto tiempo de vida y también, por tanto, distintos tiempos de rotación. En un ferrocarril, por ejemplo, los rieles, las traviesas, las trincheras y los terraplenes, los edificios de las estaciones, los puentes, los túneles, las locomotoras y el material rodante duran en su funcionamiento distinto tiempo y tienen también distinto tiempo de rotación. Los edificios, los andenes, los depósitos de agua, los viaductos, los túneles, las trincheras y los muros de contención de la vía, en una palabra, lo que en la técnica ferroviaria inglesa se llaman las obras de arte no necesitan ser renovados durante una larga serie de años. Los objetos que más se desgastan son la vía férrea y el material rodante (rotling stock).

En un principio, al surgir los ferrocarriles modernos, era criterio dominante, alentado por los ingenieros prácticos más distinguidos, que la duración de un ferrocarril era secular y el desgaste de los rieles tan insensible, que no había para qué tenerlo en cuenta en los cálculos financieros y prácticos; el tiempo de vida, de los rieles de buena calidad, se calculaba en 100 a 150 años. Pronto se comprobó sin embargo, que el tiempo de vida de un riel, el cual depende naturalmente de la velocidad de las locomotoras, del peso y del número de los trenes que circulen por la vía, del espesor de los mismos rieles y de toda otra serie de circunstancias accesorias, no excedía, por término medio, de 20 años. Hay incluso estaciones, centros de gran tráfico, en que los ríeles se desgastan y hay que reponerlos todos los años. Hacia 1867, empezaron a introducirse los ríeles de acero, que costaban sobre poco más o menos el doble que los de hierro, pero duraban, en cambio, más del doble. El tiempo de vida de las traviesas de madera oscilaba entre 12 y 15 años. En cuanto al material rodante, se comprobó que los vagones de mercancías se desgastaban mucho más que los coches de pasajeros. El tiempo de vida de una locomotora se calculaba, en 1867, entre 10 y 12 años.

El desgaste obedece en primer lugar al propio uso. En general, los rieles se desgastan en proporción al número de trenes que circulan por la vía (R. C, núm. 17,645). Al aumentar la velocidad de los trenes, el desgaste aumentaba en una proporción mayor que la del cuadrado de la velocidad; es decir, al doblar la velocidad de los trenes, el desgaste aumentaba en más del cuádruplo (R. O, núm. 17,046).

Otra causa del desgaste es la influencia de las fuerzas naturales. Así por ejemplo, las traviesas no se deterioran solamente por el desgaste efectivo, sino también al podrirse la madera. "Los gastos de conservación de un ferrocarril no dependen tanto del desgaste que lleva consigo el tráfico ferroviario como de la calidad de la madera, del hierro y de los materiales de construcción de los muros, expuestos a la intemperie. Un solo mes riguroso de invierno deteriorará más la caja de la vía que todo un año de tráfico ferroviario" (R. P. Williams, On the Maintenance of Permanent Way. Conferencia pronunciada en el Institute of Civil Engineers, otoño de 1867).

Finalmente, en los ferrocarriles como en toda la gran industria, desempeña también su papel el desgaste apreciativo: al cabo de diez años se puede comprar, generalmente, por 30,000 libras esterlinas la misma cantidad de vagones y locomotoras que antes costaban 40,000. A este material se le debe imputar, pues, una depreciación del 25 por 100 sobre el precio del mercado, aun cuando no se deprecie en nada su valor de uso (Lardner, Railway Economy).

"Los puentes de tubo ya no se renuevan en su forma actual" (la razón de ello es que se dispone hoy de mejores formas para esta clase de puentes). "Las reparaciones corrientes, el desmontaje y la sustitución de piezas sueltas, no son factibles, en este caso" (W. B. ' Adams, Roads and Rails, Londres, 1862). Los medios de trabajo se ven constantemente revolucionados en gran parte por el progreso de la industria. Por tanto, no se les repone en su forma primitiva, sino bajo una forma nueva. De una parte, la masa del capital fijo invertida bajo una determinada forma natural y llamada a vivir dentro de la misma un determinado tiempo medio constituye una razón para la introducción puramente gradual de nuevas máquinas y, por tanto, un obstáculo que se opone a la rápida implantación general de medios de trabajo perfeccionados. De otra parte, sin embargo, la competencia, sobre todo cuando se trata de transformaciones decisivas, obliga a sustituir los antiguos medios de trabajo por otros nuevos antes de que aquéllos lleguen al término natural de su vida. Son, principalmente, las catástrofes, las crisis, las que imponen esta renovación prematura de las instalaciones industriales en gran escala social.

El desgaste (prescindiendo del desgaste apreciativo) es la parte de valor que el capital fijo va transfiriendo gradualmente al producto mediante su funcionamiento y que aumenta, por término medio, en la misma medida en que aquél pierde su valor de uso.

A veces, este desgaste es de tal naturaleza, que el capital fijo tiene cierto término medio de vida; se desembolsa íntegramente para este período, al terminarse el cual es necesario reponerlo en su totalidad. Tratándose de medios de trabajo vivos, por ejemplo de caballos, el tiempo de reproducción se halla trazado por la misma naturaleza. Su tiempo medio de vida como medios de trabajo lo determinan las leyes naturales. Al terminar este plazo, los ejemplares desgastados tienen que reponerse por otros nuevos. Un caballo no puede reponerse fragmentariamente, sino que bay que sustituirlo por otro caballo.

Otros elementos del capital fijo admiten una renovación periódica o parcial. En estos casos, la reposición parcial o periódica debe distinguirse de la extensión gradual de la industria.

El capital fijo se halla formado en parte por elementos de la misma clase, pero que no duran todos lo mismo, sino que se renuevan fragmentariamente en distintos períodos. Por ejemplo, los rieles de las estaciones, que es necesario sustituir con más frecuencia que los del resto de la vía. Y otro tanto sucede con las traviesas, que según Lardner en la década del 50 eran sustituidas en los ferrocarriles belgas a razón del 8 por 100 al año, lo que quiere decir que en un término de 12 años se renovaban en su totalidad. La proporción es aquí, por tanto, la siguiente: se desembolsa una cantidad, por un período de diez años, supongamos, invirtiéndola en una determinada clase de capital fijo. Esta inversión se hace por una vez. Pero una determinada parte de este capital fijo, cuyo valor se incorpora al valor del producto y se convierte con éste en dinero, se repone todos los años en especie, mientras que la otra parte persiste bajo su forma natural primitiva. La inversión por una vez y la reproducción simplemente fragmentaria y bajo forma natural es lo que distingue a este capital, como capital fijo, del capital circulante.

Otras partes del capital fijo se hallan formadas por elementos desiguales que se agotan y tienen, por tanto, que reponerse en períodos de tiempo desiguales. Esto ocurre, principalmente, tratándose de máquinas. Lo que hace poco decíamos con respecto a la distinta duración de los diferentes elementos de un capital fijo es aplicable aquí al tiempo de vida de los distintos elementos de la misma máquina que figura como parte de este capital fijo.

Por lo que se refiere a la extensión gradual de la empresa en el transcurso de una renovación parcial, haremos notar lo siguiente: Aunque, corno hemos visto, el capital fijo sigue actuando en especie dentro del proceso de producción, una parte de su valor, según el grado de desgaste medio, ha circulado con el producto, se ha transformado en dinero, constituye un elemento del fondo de reserva en dinero destinado a reponer el capital conforme se realice su reproducción en especie. Esta parte del capital fijo convertida así en dinero puede destinarse a ampliar la empresa o a mejorar la maquinaria para aumentar la eficacia de ésta. De este modo, en períodos más cortos o más largos, se efectúa la reproducción, que es además —considerada desde el punto de vista de la sociedad— reproducción en escala ampliada; extensiva, si el radio de producción se extiende; intensiva, si aumenta la eficacia del medio de producción.

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Esta reproducción en escala ampliada no brota de la acumulación —de la transformación de la plusvalía en capital—, sino de la reversión del valor que se ha desglosado, que se ha separado en forma de dinero del cuerpo del capital fijo, a un nuevo capital fijo de la misma clase, bien adicional o al menos más útil. A veces, de pende, naturalmente, de la naturaleza específica de la industria la medida y las dimensiones en que sea susceptible de semejante ampliación gradual y, por tanto, las proporciones en que sea necesario formar un fondo de reserva para poder «invertirlo de este modo y los plazos dentro de los cuales deba hacerse esto. Por otra parte, las proporciones en que puedan introducirse mejoras de detalle en la maquinaria existente dependerán, naturalmente, de la naturaleza de estas mejoras y de la estructura de la misma maquinaria. En las instalaciones ferroviarias, por ejemplo, este punto debe examinarse de antemano con toda atención, como nos dice Adams: "Toda la construcción debe descansar sobre el principio que preside una colmena: capacidad para extenderse ilimitadamente. Todas las estructuras excesivamente sólidas y de antemano simétricas son perjudiciales, pues, en caso de extensión, deben ser destruidas" (p. 123).

El sitio disponible juega aquí un papel capital. A algunos edificios se les pueden agregar pisos, otros tienen que ampliarse en extensión, lo que requiere más terreno. En la producción capitalista se derrochan, por una parte, muchos recursos y, por otra, se realizan muchas extensiones contraproducentes de superficie de esta clase (perjudicando en parte a la fuerza de trabajo) cuando se trata de ampliar gradualmente las industrias, porque nada se realiza con sujeción a un plan, sino que todo depende de circunstancias, de medios, etc., infinitamente variados de que dispone el capitalista individual. Y esto se traduce en un gran despilfarro de las fuerzas productivas. v

En la agricultura es donde inás fácil resulta esta reinversión gradual del fondo de reserva en dinero (es decir, de la parte del capital fijo que vuelve a convertirse en dinero). Un campo de producción de extensión dada es susceptible, aquí, de la mayor absorción progresiva de capital. Y lo mismo acontece allí donde se efectúa una reproducción natural, como en la ganadería.

El capital fijo supone gastos especiales de conservación. Una parte de la conservación se efectúa por obra del mismo proceso de trabajo; el capital fijo se deteriora cuando no funciona en el proceso de trabajo (véase libro I, cap. vi, p. 166 y cap. xiii, p. 356: desgaste de la maquinaría producido por el desuso). Por eso la ley inglesa considera expresamente que constituye un daño el hecho de que las tierras arrendadas no se cultiven con arreglo a los usos del país (W. A. Holdsworth, Barrister at Law, The Law of Lanálord and Tenant, Londres, 1857, p. 96). Esta conservación determinada por el uso en el proceso de trabajo constituye un don natural gratis del trabajo vivo. Y la virtud conservadora del trabajo actúa de

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dos formas. Por una parte, conserva el valor de los materiales de trabajo, y lo transfiere al producto; por otra parte, conserva el valor de los medios de trabajo en la medida en que no lo transfiere también al producto, al conservar su valor de uso, por medio de la acción que ejerce ,en el proceso de producción.

Pero el capital fijo requiere, además, una inversión positiva de trabajo, para ponerlo en condiciones de funcionar. La maquinaría necesita limpiarse de vez en cuando. Es éste un trabajo adicional, sin el cual se inutilizaría para el uso; se trata, simplemente, de contrarrestar ciertas influencias nocivas elementales, inseparables del proceso de producción; es decir, de mantener la maquinaria en estado de funcionamiento, en el sentido más literal de la palabra. El tiempo pormal de duración del capital fijo se calcula, naturalmente, partiendo del supuesto de que se cumplan las condiciones bajo las cuales puede funcionar normalmente durante este tiempo, del mismo modo que al calcular que el hombre puede vivir 30 años por término medio se da por supuesto que habrá de lavarse. Aquí, no se trata tampoco de reponer el trabajo contenido en la máquina, sino que se trata del trabajo adicional constante que requiere su uso. No se trata del trabajo que realiza la máquina, sino del que se realiza en ella, del trabajo en que la máquina no es agente de producción, sino materia prima. El capital invertido en este trabajo forma parte del capital circulante, aun que no entre en el verdadero proceso de trabajo al que debe su origen el producto. Este trabajo tiene que invertirse constantemente en la producción y, por tanto, su valor tiene que reponerse también constantemente mediante el valor del producto. El capital invertido en él figura entre la parte del capital circulante que tiene que cubrir los gastos generales y que ha de distribuirse entre el producto del valor con arreglo a un cálculo promedio anual. Hemos visto que, en la industria, propiamente dicha, este trabajo de limpieza es realizado gratis por los obreros en sus descansos, razón por la cual se efectúa también frecuentemente durante el mismo proceso de producción, siendo causa de la mayoría de los accidentes. Este trabajo no cuenta en el precio del producto. El consumidor lo obtiene, pues, gratis. Por otra parte, el capitalista puede ahorrarse por completo, gracias a esto, los gastos de conservación de su maquinaria. El obrero paga con su persona, y esto constituye uno de los misterios a que obedece la conservación automática del capital, que representan en realidad una reivindicación jurídica del obrero sobre la maquinaria y lo convierten, incluso desde el punto de vista jurídico burgués, en copropietario de ella. Sin embargo, en ciertas ramas de producción en que la maquinaria, para limpiarse, tiene que alejarse del proceso de producción y en que, por tanto, la limpieza no puede realizarse en ratos perdidos, como ocurre por ejemplo con las locomotoras, este trabajo de conservación figura entre los gastos corrientes y, por tanto, como elemento del capital circulante. Una locomotora tiene que llevarse al taller, por lo menos, después de tres

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días de trabajo, para ser limpiada; hay que esperar a que se enfríe la caldera, para no exponerse a deteriorarla cuando se lave (R. C. núm. 17,823).

Las verdaderas reparaciones o arreglos requieren inversión de capital y trabajo que no están incluidos en el capital primitivamente desembolsado y que, por tanto, no pueden ser repuestos y cubiertos, por lo menos no siempre, medíante la reposición gradual de valor del capital fijo. Si, por ejemplo, el valor del capital fijo = 10,000 libras esterlinas y su tiempo total de vida — 10 años, esta suma sólo repone el valor de la primitiva inversión de capital, pero no el capital o el trabajo añadidos posteriormente en forma de repara ciones. Hay aquí un elemento de valor adicional que no se desembolsa siquiera de una vez, sino a medida que la necesidad lo requiere y cuyos diversos tiempos de inversión son fortuitos por la naturaleza misma de las cosas. Y todo capital fijo requiere estas inversiones posteriores, dosificadas y adicionales bajo la forma de medios de trabajo y de fuerza de trabajo.

Los deterioros a que se hallan expuestas determinadas partes de la maquinaria, etc., son, por la naturaleza misma de la cosa, fortuitos, cualidad que comparten también, como es lógico, las reparaciones correspondientes. De este complejo se distinguen, sin embargo, dos clases de trabajos de reparación que presentan un carácter más o menos estable y corresponden a distintos períodos de vida del capital fijo: a las enfermedades de infancia y a las enfermedades, mucho más numerosas, de la edad que rebasa ya el tiempo medio de vida. Una máquina, por ejemplo, por muy perfecta que sea su contextura al entrar, en el proceso de producción, acusa en el transcurso de su uso real defectos que necesitan ser corregidos mediante un trabajo posterior. Por otra parte, cuanto más rebase su tiempo medio de vida, es-decir, cuanto más se vaya acumulando el desgaste normal, cuanto más se vaya agotando por el uso y se vaya debilitando por la edad el material de que está formada, más numerosos e importantes serán los trabajos de reparación necesarios para conservar la máquina en uso hasta el final de su tiempo medio de vida, del mismo modo que un hombre viejo; para no morir antes de tiempo, necesita gastar más en médico y medicinas que un hombre joven y fuerte; por consiguiente, a pesar de su carácter fortuito, los trabajos de reparación se distribuyen en masas desiguales entre los distintos períodos de vida del capital fijo.

De esto como del restante carácter fortuito de los trabajos de reparación de las máquinas se desprende lo que sigue:

Por un lado, la verdadera inversión de fuerza de trabajo y medios de trabajo para los trabajos de reparación es algo fortuito, como las circunstancias mismas que hacen necesarias estas reparaciones; el volumen de las reparaciones necesarias se distribuye por partes desiguales entre los distintos períodos de vida del capital fijo. De otro lado, cuando se calcula el tiempo medio de vida del capital fijo, se parte del supuesto de que se halla contantemente en con-

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diciones de funcionar, manteniéndose en este estado en parte mediante su limpieza (en la que se incluye también la limpieza de los locales) y, en parte, mediante las reparaciones, efectuadas con la frecuencia necesaria. La transferencia de valor por el desgaste del capital fijo se calcula a base del período medio de vida de éste, y a su vez este período medio de vida se calcula partiendo del supuesto de que se desembolsa constantemente el capital adicional necesario para mantener aquél en estado de funcionar.

Por otra parte, no es menos evidente que el valor añadido por esta inversión adicional de capital y trabajo no puede entrar en el precio de las mercancías al mismo tiempo- que la inversión real. Un hilandero, por ejemplo, no puede vender esta semana su hilado más caro que la semana anterior porque se le haya roto una rueda o se le haya reventado una correa de su aparato de hilar. Los gastos generales de la hilandería no varían en modo alguno por el hecho de que en determinada fábrica de hilados se produzca este accidente. Lo que vale, en este caso, como en todos los casos de determinación del valor, es el promedio. La experiencia se encarga de señalar el volumen medio de estos accidentes y de los trabajos de conservación y reparación necesarios durante el período medio de vida del capital fijo invertido en una determinada rama industrial. Estos desembolsos medios se distribuyen entre el período medio de vida del capital fijo y se imputan en sus correspondientes partes alícuotas al precio del producto, reponiéndose, por tanto, mediante la venta de éste.

El capital adicional que se repone de este modo figura entre el capital circulante, aunque el tipo de inversión sea irregular. Como es importantísimo reparar inmediatamente las averías de la maquinaria, toda fábrica importante cuenta con el personal necesario para ello, agregado a su personal obrero, con los ingenieros, los carpinteros, cerrajeros, mecánicos, etc., indispensables para ésos trabajos de reparación. Sus salarios forman parte del capital variable y el valor de su trabajo se distribuye entre el producto. Por su parte, los gastos que imponen los medios de producción se determinan con arreglo a aquel cálculo medio y, a base de este cálculo, entran a formar constantemente parte del valor del producto, aunque de hecho se desembolsen en períodos irregulares, incorporándose, por tanto, al producto o al capital fijo en períodos irregulares también. Este capital invertido en verdaderas reparaciones constituye en ciertos respectos un capital de tipo especial, que no puede incluirse ni en el capital circulante ni en el capital fijo, aunque,encaja más bien dentro del primer concepto, por destinarse a cubrir gastos corrientes.

El tipo de contabilidad que se lleve no altera en nada, naturalmente, la realidad de las cosas asentadas en los libros. Conviene, sin embargo, advertir que, en muchas ramas industriales, es costum-, bre englobar los gastos de reparaciones con el desgaste efectivo del capital fijo, del siguiente modo. Supongamos que el capital fijo

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desembolsado ascienda a ,10,000 libras esterlinas y que su periodo de vida sea de 15 años'; según esto, el desgaste anua! será de 666% libras esterlinas. Ahora bien, el desgaste sólo se calcula por diez años; es decir, se añaden todos los años 1,000 libras esterlinas al precio de las mercancías producidas en concepto de desgaste del capital fijo, en vez de añadirse 666% libras solamente, lo que equivale a decir que se reservan 333Vs libras esterlinas para los trabajos de reparación, etc. (Las cifras de 10 y de 15 se dan solamente a título de ejemplo.) Esta cantidad es la que se desembolsa, pues, por término medio para que el capital fijo dure 15 años. Este cálculo no impide, naturalmente, que el capital fijo y el capital adicional invertido en reparaciones formen categorías distintas. A base de este cálculo se admite, por ejemplo, que el tipo más bajo de costo para la conservación y reposición de buques de vapor es el 15 por 100 anual, siendo por tanto el período de reproducción, en este caso, de 6% años. En la década del sesenta, el gobierno inglés bonificó a la Peninsular and Oriental Co., por este concepto, el 16 por 100 anual, lo que representa por tanto un período de reproducción de 6% años. En los ferrocarriles, el plazo medio de vida de una locomotora son 10 años, pero el desgaste, incluyendo las reparaciones se calcula en un 12)4 por 100, lo que reduce a 8 años el plazo de vida. Tratándose de vagones de mercancías y coches de pasajeros, se calcula el 9 por 100, lo que representa un período de vida de ll1/» años.

En los contratos de alquiler de casas y "Otros objetos que son para su propietario capital fijo, y se alquilan en concepto de tal, la legislación reconoce en todas partes la diferencia entre el desgaste normal ocasionado por el tiempo, por la acción de los elementos y por el uso natural y las reparaciones a que hay que proceder de vez en cuando para mantener la casa en condiciones durante su período normal de vida y su uso normal. Por lo general, las primeras corren a cargo del propietario y las segundas a cargo del inquilino. Las reparaciones se dividen, además, en corrientes y sustanciales. Las segundas implican ya en parte la renovación del capital fijo en su forma natural y corresponden también al propietario, a menos que el contrato disponga expresamente otra cosa. Así, por ejemplo, según el derecho inglés:

"El inquilino por años sólo está obligado a mantener los edificios a prueba del agua y del viento, siempre y cuando que ello pueda hacerse sin recurrir a reparaciones sustancíales, y en general a costear solamente aquellas reparaciones que podemos llamar corrientes. E incluso desde este punto de vista deberán tenerse en cuenta la antigüedad y el estado general de las partes correspondientes del edificio en el momento en que el inquilino se hizo cargo de él, pues el inquilino no está obligado ni a reponer materiales viejos y desgastados por otros nuevos ni a reparar los deterioros inevitables

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causados por el transcurso del tiempo y el uso normal de los edificios" (Holdsworth, Law of Landlocd and Tenant, pp. 90 y 91).

Una partida que no debe confundirse ni con la reparación del desgaste ni con los trabajos de conservación y reparación es la del seguro para prevenir los riesgos de la destrucción ocasionada por acontecimientos naturales extraordinarios, incendios, inundaciones, etc. Dichos gastos deben cubrirse con la plusvalía y representan una deducción de ésta. Desde el punto de vista de la sociedad en su conjunto, es necesario asegurar una superproducción constante, es decir, una producción en escala mayor de la necesaria para la simple reposición y reproducción de la riqueza existente —prescindiendo en absoluto del aumento de población—, con objeto de disponer de los medios de producción necesarios para compensar la destrucción extraordinaria causada por los siniestros y las fuerzas naturales.

En realidad, el fondo de reserva en dinero sólo cubre la parte mínima del capital necesario para hacer frente a estas atenciones. La parte más importante se obtiene ampliando la escala de la misma producción ; unas veces, esto representa una verdadera ampliación y otras veces forma parte del volumen normal de las ramas de producción que producen el capital fijo. Así, por ejemplo, una fábrica de maquinaria jendrá en cuenta que las fábricas aumentarán todos los años su clientela y, además, que una parte dé ellas necesitará someterse constantemente a una reproducción total o parcial.

Al determinar el desgaste y los gastos de reparación a base de un promedio social, se acusan necesariamente grandes desigualdades, aun tratándose de inversiones de capital iguales, realizadas en condiciones idénticas y en la misma rama de producción. En la práctica, resultará que a un capitalista las máquinas etc. le durarán más del período medio de vida, mientras que a otro le durarán menos. Los gastos de reparación del primero serán, por tanto, inferiores; los del segundo, superiores al tipo medio, etc. Sin embargo, el recargo de precio dé la mercancía para cubrir el desgaste y los gastos de reparación será para todos el mismo y se hallará determinado por aquel tipo medio. Esto quiere decir que unos obtendrán con este recargo de precio más de lo que realmente desembolsan y otros, en cambio, menos. Y ello, como todas las demás circunstancias que hacen que, siendo la misma la explotación de la fuerza de trabajo, no sean iguales las ganancias obtenidas por los distintos capitalistas en la misma rama industrial, contribuye a entorpecer la comprensión de la verdadera naturaleza de la plusvalía.

La línea divisoria entre las verdaderas reparaciones y las reposiciones, entre los gastos de conservación y los gastos de renovación, es una línea más o menos incierta. De aquí la eterna discusión sostenida, por ejemplo, en los ferrocarriles sobre si ciertos gastos constituyen reparaciones o reposiciones, si deben cargarse a los gastos corrientes o al capital social. El cargar los gastos de reparación a la cuenta del capital, en vez de cargarlos a la cuenta de los ingresos,

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es el consabido recurso de que se valen las empresas ferroviarias para hacer subir artificialmente sus dividendos. Sin embargo, la experiencia brinda también en este punto los puntos de apoyo más importantes. Los trabajos complementarios realizados durante el primer período de vida de los ferrocarriles, por ejemplo, "no constituyen reparaciones, sino que deben ser considerados como parte esencial de la construcción del ferrocarril, debiendo por tanto cargarse en la cuenta capital y no en la de los ingresos, puesto que no proceden del desgaste o de la acción normal del tráfico ferroviario, sino que se deben a la imperfección originaría inevitable de la construcción del ferrocarril" (Lardner, Railway Economy, p. 40). "En cambio, no hay más método exacto que cargar a la cuenta de los ingresos de cada año la depreciación que necesariamente se produce, para que estos ingresos sean verdaderamente legítimos, siendo igual para estos efectos que la suma se haya desembolsado realmente o no" (Capitán Fitz-maurice, "Committee of Inquiry on Caledonian Railway", impreso en Money Market Review ,1867).

En la agricultura, por lo menos allí donde no funciona movida por el vapor, resulta prácticamente imposible y carece de objeto el separar la reposición y la conservación del capital f¡jo. "Cuando los aperos agrícolas están completos, pero no son exageradamente abundantes (escasez de aperos agrícolas y de otros instrumentos de trabajo y herramientas de todas clases), se suele calcular, a base de un tipo medio muy general, el desgaste anual y la conservación de los aperos, no obstante la diversidad de las condiciones dadas, en un 15 a un 35 por 100 del capital de adquisición" (Kirchhof, Hana-buch der landwittschaftlichen Betriebslehre, Dessau, 1852, p. 137).

En el material de explotación de un ferrocarril, es imposible distinguir entre reparaciones y reposición. "Conservamos cuantitativamente nuestro material de* explotación. Cualquiera que sea el número de locomotoras de que dispongamos, conservamos este número. Si al cabo del tiempo se inutiliza una de ellas, resultando más ventajoso construir otra nueva, la construimos a cargo de los ingresos, abonando en la cuenta de éstos, naturalmente, el valor de los materiales sacados de la máquina antigua. . . Las ruedas, los ejes, la caldera, etc., en una palabra, una parte considerable de la locomotora antigua, se aprovecha" (T. Gooch, Chairmán of Great Western Railway Co., R. C, núm. 17,327-29). "Reparar quiere decir renovar; para mí la palabra 'reponer' no existe;. . . cuando una empresa ferroviaria compra un vagón o una locomotora, debe preocuparse de repararlos de modo que duren eternamente (R. C, 17,784). Calculamos como gastos de cada locomotora %Y¿ peniques por cada milla inglesa de recorrido. Estos %Yi peniques nos aseguran la vida eterna de la locomotora. Renovamos nuestras máquinas. El disponerse a comprar una máquina nueva supone un desembolso mayor del necesario... La locomotora vieja tiene siempre un par de ruedas, un eje, una pieza cualquiera aprovechables y esto sirve de base para

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reconstruir una locomotora por menos dinero del que costaría otra nueva (17,790). Yo produzco actualmente una locomotora nueva a la semana, es decir, una locomotora tan buena como si fuese nueva, pues la caldera, el cilindro o el chasis son nuevos" (17,823. Archi-bald Sturrock, Locomotive Superintendent of Great Northern Ráilway, en R. C, 1867).

Y lo mismo ocurre con los vagones: ' 'En el transcurso del tiempo se renueva constantemente el stock de locomotoras y vagones; una vez se les ponen ruedas nuevas, otra vez se les cambia la plataforma. Las partes sobre que descansa el movimiento y que se hallan más expuestas al desgaste, se van renovando gradualmente, las máquinas y los vagones pueden experimentar además una serie de reparaciones que en muchos de ellos no dejan ni rastro del material antiguo. . . Y aun cuando ya no sean susceptibles de reparación, se les acoplan piezas de otros vagones o locomotoras antiguos y, de este modo, no desaparecen nunca del todo de la explotación. Por tanto, el capital móvil se halla en un proceso constante de reproducción; lo que tratándose del cuerpo de la vía tiene que realizarse de una vez y en un momento determinado, al construirse el ferrocarril, se va realizando gradualmente, de año en año, cuando se trata del material de explotación. Este tiene una existencia viva y se halla sujeta a constante rejuvenecimiento" (Lardner, Railway Economy, p. 116).

Este proceso que aquí describe Lardner con referencia a los ferrocarriles no se da en una fábrica aislada, pero sí refleja la imagen de la reproducción constante, parcial, mezclada con las reparaciones, del capital fijo dentro de toda una rama industrial o dentro de toda la producción en general, considerada en una escala social.



370 libras esterlinas

225 „

257 „

'360 „

377 „

263 „

266 „

200 „

He aquí una prueba de cuan elásticos son los límites dentro de los cuales pueden las direcciones hábiles de las empresas manejar los conceptos de reparación y reposición con el fin de obtener dividendos. Según la conferencia de R. B. Williams, citada más arriba, diversas sociedades ferroviarias inglesas desglosaban como promedio de una serie de años, para la reparación y los gastos de administración del cuerpo de la vía y de los edificios, las siguientes sumas de la cuenta de los ingresos (por milla inglesa de la longitud de la vía y anualmente) :

London 8? North Western

Midland

London & South Western

Great Northern

Lqncashire & Yorkshire .

South Eastern

Brighton

Manchester & Sheffield . .

Estas diferencias sólo en una pequeñísima parte provienen de la diversidad existente entre las inversiones reales; responden casi exclusivamente al distinto modo de hacer los cálculos, según que las par-

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tidas de gastos se carguen a la cuenta de capital o a la cuenta de ingresos. Williams lo dice categóricamente: "Se opta por cargar en cuenta lo menos posible, cuando ello es necesario para obtener buenos dividendos, y se cargan en cuenta cantidades mayores cuando existen ingresos grabados que pueden soportarlo."

En ciertos casos, el desgaste y, por tanto, su reposición constituye una magnitud prácticamente insignificante, y sólo figuran en cuenta los gastos de reparaciones. Lo que Lardner dice a continuación refiriéndose a las works of art en los ferrocarriles es aplicable en general a todas las obras permanentes de esta clase, canales, muelles, puentes de hierro y de piedra, etc. "El desgaste producido en las obras más sólidas por la acción lenta del tiempo es casi imperceptible durante períodos cortos; sin embargo, al cabo de un período de tiempo largo, por ejemplo, de siglos, ese desgaste impone hasta en las más sólidas construcciones una renovación total o parcial. Este desgaste imperceptible, puesto en relación con el desgaste más sensible que afecta a otras partes de la víaNférrea podría compararse a las desigualdades seculares y periódicas que se observan en el movimiento de los astros. La acción del tiempo sobre las construcciones más sólidas de un ferrocarril, los puestos, los túneles, los viaductos, etc., puede servir de ejemplo de lo que podríamos llamar un desgaste secular. La depreciación más rápida y más sensible que se ataja en períodos más cortos de tiempo mediante reparaciones o reposiciones presenta cierta analogía con las desigualdades periódicas. Los gastos anuales de reparación incluyen también la reparación de los daños fortuitos que experimenta de tiempo en tiempo la parte exterior de todas las construcciones, hasta de las más sólidas; pero, aún independientemente de estas reparaciones, los años no pasan en balde para ellas y llega necesariamente, por mucho que tarde, un día en que su estado exige su reconstrucción. Claro está que este día puede estar todavía muy Jejos desde el punto de vista financiero y económico, para ser tenido en cuenta prácticamente" (Lardner, Raiway Economy, pp. 38 y 39).

Esto es aplicable a todas aquellas obras de duración secular, en las que, por tanto, no hay por qué reponer gradualmente, con arreglo a su desgaste, el capital desembolsado en ellas, bastando con transferir al precio del producto los gastos anuales medios de conservación y reparación.

A pesar de que, como hemos visto, una gran parte del dinero que refluye para la reposición del desgaste del capital fijo revierte anualmente o incluso en períodos de tiempo más cortos a su forma natural, todo capitalista aislado necesita disponer de un fondo de amortización para aquella parte del capital fijo que sólo llega a su término de reproducción de una vez y a la vuelta de varios años, debiendo entonces reponerse en bloque. Una parte considerable del capital fijo excluye, por su propia naturaleza, la posibilidad de una reproducción gradual. Además, allí donde la reproducción se efectúa

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gradualmente, de tal modo que las partes depreciadas son sustituidas por otras nuevas, se hace necesaria, según el carácter específico de cada rama de producción una acumulación previa en dinero de mayor o menor volumen, la cual no ha de producirse para que pueda tener lugar esa reposición. Para ello no basta una suma cualquiera de dinero, sino que se requiere una cantidad de dinero de determinada magnitud.

Si enfocamos todo esto simplemente desde el punto de vista de la simple circulación del dinero, sin fijarnos para nada en el sistema del crédito, de que trataremos más adelante, el mecanismo del movimiento es el siguiente:, en el libro I (cap. III, 3, [pp.] 94-99]) se puso de manifiesto que si una parte del dinero existente en una sociedad se inmoviliza siempre en forma de tesoro, mientras que otra parte funciona como medio de circulación o bien como fondo inmediato de reserva del dinero directamente circulante, cambia constantemente la proporción en que la masa total del dinero se distribuye como tesoro y como medio de circulación. En nuestro -caso, el dinero que necesita acumularse en gran volumen como tesoro en manos de un gran capitalista se lanza de una vez a la circulación mediante la compra del capital fijo. Este dinero vuelve a repartirse en la sociedad como medio de circulación y como tesoro. Mediante el fondo de amortización, en que, en la medida del desgaste del capital fijo, el valor de éste revierte a su punto de partida, una parte del capital circulante vuelye a erigirse —por un período de tiempo más o menos largo— en tesoro en manos del mismo capitalista cuyo tesoro se convirtió en medio de circulación y se alejó de él al comprar el capital fijo. Es una distribución constantemente cambiante del tesoro existente en la sociedad, que unas veces funciona cómo medio de circulación y otras veces vuelve a separarse de la masa del dinero circulante para inmovilizarse como tesoro. Al desarrollarse el sistema del crédito, siguiendo un curso forzosamente paralelo al desarrollo de la gran industria y de la producción capitalista, este dinero deja de actuar como tesoro y empieza a funcionar como capital, pero no en manos de su propietario, sino de otros capitalistas que pueden disponer de él.


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Nicolás Urdaneta Núñez


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