“Con revolución no come nadie”

“Con revolución no come nadie”, dijo un obrero minero. No es para alarmarse, pero sí para tomarlo en consideración, porque no viene de la boca de un burgués, por contumacia enemigo del socialismo; no viene del sentimiento de un pequeñoburgués tensionado por una situación económica que lo esté agobiando y ve en el nazismo una tabla de salvación. No, viene de la convicción de una persona que se declara obrero y cree que le están vulnerando sus derechos, el de comer. Es la ideología burguesa la que se ha ocupado de “ilustrar” las cabezas de muchos proletarios que no piensan jamás en su redención social sino en la momentaneidad de la satisfacción de algunas de sus necesidades, esencialmente, materiales. Demasiados duendes persisten atravesados en la espiritualidad de la clase social que tiene por misión romper las cadenas que le atan a la esclavitud. Aún sigue habiendo aristocracia obrera en el mundo y, especialmente, en el campo de las naciones subdesarrolladas, porque es en éstas donde más probabilidades inmediatas de revolución existe arrancándole el poder político a la burguesía. No se entienda lo que estoy diciendo como una afirmación de que el obrero minero que dijo “Con revolución no come nadie” sea un aristócrata.

No es tampoco un grito de ignorancia política. En la lucha de clases, por mucho conformismo que haya de parte de proletarios a la explotación burguesa, se dan condiciones para armarse de nociones elementales de las realidades y contradicciones internas del capitalismo, porque en la práctica de la producción el obrero no sólo adquiere conciencia desde fuera sino, también, desde dentro. El capitalismo no subsiste sin cierta capa proletaria aristocrática que lo defiende a capa y espada porque le garantiza algunas reivindicaciones que jamás las disfruta la mayoría de la clase explotada y oprimida.

La minería es una importante fuente de riqueza, en el capitalismo, para la propiedad privada, bien sea ésta grande o pequeña. Muchas naciones en el mundo han quedado prácticamente en ruina producto, de un lado, de la expoliación de su sector primario por parte de grandes y poderosos monopolios económicos privados y, del otro, por quedar sumidas en el contexto de unas fuerzas productivas (especialmente la técnica) extremadamente dependiente de los países altamente desarrollados, lo cual no le permite que su economía nacional dependa fundamentalmente del sector terciario. Y mientras éste no sea una realidad de dominación económica, no hay ningún termómetro o decreto divino que sitúe a un pueblo como desarrollado en este tiempo.

Con revolución no come nadie”, dijo un obrero minero. No nos pongamos ni a pelear con él ni mucho menos a descalificarlo. Todo Estado que se proponga la explotación y uso de sus recursos naturales para crear beneficios a su pueblo, no debe permitir que la propiedad privada se haga dueña de aquellos. Todos los recursos naturales, en otros términos, deben ser de propiedad del Estado aunque, en algunos o en todos, permita la explotación mixta, es decir, Estado y propiedad privada mientras ello sea necesaria para el progreso de una transformación revolucionaria del régimen socioeconómico. Sabemos que a los señores capitalistas eso no les gusta ni agrada ni les conviene. Tampoco a la mayoría de los pequeños capitalistas. Pero los intereses económicos o sociales de un pueblo deben estar por encima de todos y cada uno de los intereses individuales o capitalistas. En ese contexto es que debemos analizar el concepto del obrero minero de que “con revolución nadie come”.

Con revolución nadie come”, es un concepto ultrarreaccionario, aunque, hasta cierta escala de la historia, algunos o muchos no coman. No nos traslademos a la Antigüedad ni tampoco a la Edad Media para buscar argumentos que refuten el criterio del obrero minero. Si la burguesía y, especialmente, los obreros en la fase más avanzada del feudalismo se hubieran guiado por el concepto de que “con revolución nadie come”, estaría el mundo sumergido en un abismo de lodo ahogándose diariamente todo lo que posea olor a género humano. Por una beneficiosa casualidad histórica hombres como Voltaire, Diderot, Montesquieu, Beaumarchais, Condorcet y Rousseau, ilustraron las cabezas de quienes tuvieron a bien ponerse al frente de los acontecimientos históricos y llevar a feliz término la Revolución Burguesa en la Francia de 1789. Y para que nada faltara hubo un Hegel que puso la filosofía en manos de los revolucionarios y el gran Danton los inspiró con el grito de “audacia, más audacia, siempre audacia”, convirtiéndose en el fiat lux de la revolución. Si parodiamos a Víctor Hugo, una revolución viene siendo como el relámpago que es capaz de encender la antorcha de Prometeo como el botafuego de Cambronne; ilumina al burgués pero también despierta al obrero para que sus brazos fuertes no se conviertan en cabillas de reposo eterno del capitalismo sino, más bien, en una fuerza creadora de porvenir emancipador. Entonces, si una revolución es una brutalidad en la historia, por lo que contiene de violencia y muerte y dolor, hay que entender que sin ella no progresa el género humano aunque –repitiéndolo- hasta cierta escala histórica algunos o muchos no coman.

Con revolución no come nadie”, dijo un obrero minero. Pero eso tiene un corolario que lo deja fuera de combate antes que el mismo relámpago se produzca: sin revolución la historia humana hubiera quedado escrita toda en un pequeño pergamino donde no más se leyera lo siguiente: el género humano nunca dejará de ser un género animal irracional. La palabra ciencia, tal vez, sólo identificaría una piedra roída por sus costados; la técnica no sería más que una hoja de metal con un mango de cartón alejado siempre del fuego; por cultura tendríamos sólo el instinto de conservación comiéndonos unos contra los otros; y un mundo sin arte, sería tan horrible y espantoso que nada valoraríamos como exquisito. Los monos nos llevarían la misma ventaja que el capitalismo, gracias a las revoluciones, con sus fuerzas productivas altamente desarrolladas le lleva al esclavismo de la Antigüedad.

Ahora, aun cuando toda la humanidad se uniera para evitar la revolución en el campo social por ejemplo, no lograría más que algunos sueños esporádicos pero las pesadillas serían tantas y tan fuertes que en alguno de los despertares tendría, inevitablemente, que romperse esa unidad y una parte importante se inclinaría por la revolución. No puede concebirse la historia humana, como tampoco la de la naturaleza y la del pensamiento, sin evolución y ésta, queramos o no, prepara las condiciones para el salto cualitativo que, en sí, es la revolución. Mejor dicho: este concepto jamás desaparecerá mientras haya historia social. Lo que más sucederá es que al desaparecer las clases sociales y todos sus aditamentos, no habrá nunca más revolución bajo la égida de lucha política. No habrá jamás violencia social, pero seguirán produciéndose revoluciones en lo social, en lo económico, en la técnica, en las ciencias, en la vida misma sin que haya necesidad de ningún hecho de violencia social. Entonces, aun cuando “con algunas revoluciones mucha gente no ha comido y unos pocos se han enriquecido, habrá –sin duda- una revolución que le abrirá las puertas a una cultura y un arte universales donde jamás ninguna persona se quedará sin comida”.

En fin: tal vez, el obrero minero, disgustado por ver afectada la posibilidad de ser un pequeño propietario minero, dijo “Con revolución nadie come” como una reacción del momento, alterado su espíritu por las circunstancias y cuando vuelvan las aguas a la calma, seguramente, se dará cuenta que precisamente es necesaria la revolución socialista para que todos tengan la oportunidad de comer y comer bien como garantía de buena salud y de facultades para formarse sin esos dolores y traumas que causa el hambre en este capitalismo salvaje. Por lo demás, es muy importante que se comprenda que no pocas veces una revolución, para garantizarle alimentos a toda la población, se ve en la necesidad de tomar o aplicar medidas drásticas, incluso, contra algunos sectores populares que no han entendido la supremacía de las necesidades del pueblo por encima de los estamentos, los grupos, los gremios y las individualidades. Eso fue, por ejemplo, el conocido “comunismo de guerra” en Rusia para poder salvar la revolución de todas las embestidas del capitalismo tanto desde fuera como desde dentro. Vuelta las aguas a la calma, inmediatamente decretaron su muerte. Y son, conste, los obreros quienes principalmente deben entender esas cosas porque la revolución socialista es, en primera instancia, hacer valer su derecho a la emancipación social. Y si quisiéramos otro ejemplo, diríamos que si bien el pueblo cubano no come las exquisiteces que disfrutan sectores sociales acomodados económicamente en otras naciones, ningún cubano ni ninguna cubana se han quedado sin comer incluso en los períodos especiales. Eso realmente no es el socialismo propiamente dicho, pero sí es una política revolucionaria que busca garantizarle a toda la sociedad, aun en adversidades extremas, un mínimo de alimentación, salud y educación, aunque muchos o pocos griten que “con revolución nadie come”.



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Freddy Yépez


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