Durante más de un siglo, Estados Unidos no solo proyectó poder; se autoproclamó árbitro moral del planeta, el "ciudadano del mundo" destinado a difundir la democracia, la libertad y el orden. Pero tras décadas de invasiones, golpes de Estado, bloqueos económicos y crímenes sistematizados bajo el disfraz del "interés nacional", esa fábula de virtud ha terminado por construir los barrotes de su propia celda. Hoy, el imperio no solo pierde influencia: ha perdido credibilidad hasta en su propio espejo. Y es ahí, en ese espejo empañado por el humo de Bagdad, Kabul, Hanoi y el Esequibo, donde reside su tragedia: ya no puede salir del personaje que creó, porque su identidad entera depende de seguir interpretándolo, incluso cuando el mundo ha dejado de aplaudir.
La Aritmética del Horror: Cuando las Estadísticas son Crímenes
Los números no mienten, aunque el discurso oficial los entierre. Desde 1945, Estados Unidos ha intervenido militarmente en más de 70 países —según datos del Departamento de Defensa y estudios del Watson Institute for International and Public Affairs—. Ha orquestado al menos 64 intentos de cambio de régimen, directos o encubiertos, desde Irán (1953) y Guatemala (1954) hasta Chile (1973), Nicaragua (década de 1980) y, más recientemente, Libia y Siria. El costo humano es incalculable: más de 37 millones de desplazados en guerras posteriores a 1990 vinculadas a su política exterior, según la Universidad Brown.
Pero la guerra no es su única arma. Las sanciones económicas —convertidas en política de Estado— han estrangulado a millones. En Irak, entre 1991 y 2003, el bloqueo causó, según estimaciones de la ONU y estudios independientes, entre 500,000 y 1.5 millones de muertes infantiles. En Venezuela, según la CEPAL, las sanciones han contribuido a una contracción del PIB superior al 80% desde 2013, impidiendo sistemáticamente el acceso a medicinas, alimentos e insumos básicos. Estas no son "medidas dirigidas"; son asedios colectivos que castigan a pueblos enteros por el delito de no doblegarse.
Este modelo de asedio colectivo ha encontrado su expresión más cruda y literal en diciembre de 2025. El abordaje militar y la confiscación por parte de Estados Unidos del carguero petrolero venezolano "Petróleo Soberano" en aguas del Caribe no es una metáfora geopolítica; es la materialización violenta de la doctrina. Ya no se contentan con estrangular económicamente a través de sanciones; ahora ejercen una patente de corso del siglo XXI, apoderándose por la fuerza de los recursos de una nación en lo que constituye un acto de piratería en tiempo de paz. Este evento, celebrado por la retórica triunfalista de Washington, es el eslabón lógico —y monstruoso— en la cadena de la "aritmética del horror": la conversión directa de la coerción en robo, y del derecho internacional en un instrumento descartable del poder.
La Crisis Ontológica: El Actor que Olvidó que la Obra Terminó
Esta acumulación de horror no es solo una lista de agravios; es la evidencia de una crisis ontológica. Estados Unidos se ha enjaulado en una filosofía de miseria disfrazada de universalismo. Cree que puede seguir exigiendo obediencia mientras bombardea hospitales, que puede pontificar sobre "reglas" mientras viola el derecho internacional a conveniencia, que puede presentarse como defensor de la democracia mientras financia dictaduras petroleras. El robo descarado de petróleo venezolano en alta mar bajo una justificación moral es la encapsulación perfecta de esta esquizofrenia: el pirata que exige ser tratado como sheriff. Pero el mundo, sobre todo el Sur Global, ya no compra la obra.
La consecuencia es una parálisis paradigmática: cada vez que enfrenta un desafío —Venezuela, China, la multipolaridad emergente— repite los mismos gestos gastados: sanciones, amenazas, operaciones encubiertas, campañas de demonización. Como un actor que ha olvidado que su personaje fue desenmascarado, sus movimientos ya no producen efecto, solo fatiga. El imperio se debate, sí, pero lo hace dentro de una camisa de fuerza tejida con los hilos de su propia hipocresía.
La Jaula y su Eco: El Peso Muerto de la Historia
Y aquí radica la ironía histórica más profunda: el imperio que se creyó el último capítulo de la historia humana podría terminar siendo el epílogo de todos los imperios. No porque sea derrotado en una batalla campal, sino porque su modelo se ha vuelto insostenible incluso para quienes alguna vez lo imitaron. Al reducir la política internacional a una jerarquía de vasallos, al convertir la cooperación en subordinación y la soberanía en licencia condicional, no solo construyó un orden frágil: construyó un bloque de cemento que ahora arrastra consigo, un peso muerto que lo hunde en las arenas movedizas del tiempo.
Post Scriptum Histórico: El Ladrillo Final
El abordaje al "Petróleo Soberano" es más que un incidente; es el ladrillo que sella la bóveda. Con él, el imperio no solo confiscó petróleo; confiscó toda pretensión de credibilidad futura. Ante el mundo, se auto-declaró corsario. Ante la historia, se auto-inscribió como el poder que, en su agonía, eligió el robo descarado antes que aceptar la irrelevancia. La jaula, desde hoy, tiene un nuevo nombre: la condena a repetir este acto de fuerza cada vez más vacío, hasta que el eco de su propia violencia sea el único sonido que quede en sus oídos.
Quizás no haya justicia en la historia, solo memoria. Pero la memoria es implacable con quienes confunden el poder con el derecho.
Epitafio para un Mito
Detrás de cada sanción que impidió una vacuna,
de cada bombardeo que borró un pueblo del mapa,
de cada golpe que ahogó un sueño de justicia,
queda una huella. No de gloria, sino de ausencia.
El imperio, en su locura de ser el centro,
olvidó que el mundo no gira alrededor de una bandera,
sino alrededor de millones de corazones
que respiran, sufren y resisten en silencio.
Y ahora, cuando intenta alzar la voz para dictar una vez más
el destino de otros,
solo se escucha el eco vacío de sus propias palabras
rebotando en los muros de la jaula
que él mismo construyó, ladrillo a ladrillo,
con cada tratado violado y cada vida convertida en estadística.
No caerá con estruendo,
sino con el susurro de un mito que ya nadie cree.
Y en ese silencio,
al fin,
los pueblos podrán caminar
sin mirar atrás.