En nuestro mundo hipermedicalizado, donde los pasillos de las farmacias se asemejan a supermercados y los diagnósticos se reparten a veces con la ligereza de un folleto publicitario, una idea incómoda empuja con fuerza: ¿Qué pasa cuando la salud deja de ser un bien común para convertirse en un producto más?
La premisa, tan cruda como lúcida, "Cuando la salud es mercancía, la enfermedad es un derecho", no es solo un eslogan contracultural. Es el reflejo de una realidad económica y social que hemos normalizado hasta el punto del absurdo.
El Negocio de la "Salud"
Pensemos por un momento en el ecosistema que rodea al "cuidado" de la salud. No hablo del acto noble de la medicina, sino de la industria que la ha secuestrado:
Las farmacéuticas no son ONGs; son corporaciones cuyo principal deber fiduciario es maximizar las ganancias para sus accionistas. Un paciente crónico, un tratamiento de por vida, es un cliente recurrente y valioso.
La comida ultraprocesada, cargada de azúcares, grasas nocivas y aditivos, es barata, accesible y adictiva. Se vende en cada esquina, mientras los alimentos frescos y nutritivos se encarecen y se vuelven un lujo para muchos.
El "wellness" y la estética nos venden la idea de que la salud es un producto que se compra: suplementos milagrosos, apps de mindfulness premium, cirugías correctivas. Si no estás sano, es quizás porque no has comprado la solución correcta.
En este mercado, la salud no es el estado natural al que se aspira, sino un bien de consumo elitista. Y si la salud es un lujo, entonces su opuesto, la enfermedad, se democratiza. Se convierte, de manera perversa, en el terreno común, en la experiencia compartida por la mayoría.
La Enfermedad como Último Bastión de Autonomía
Entonces, si la salud es un producto en un estante, ¿qué le queda a quien no puede pagar su precio? Le queda la enfermedad. Pero no hablo de la enfermedad como una simple fatalidad biológica, sino como un espacio de resistencia involuntaria.
En un sistema que te empuja hacia el abismo (con estrés crónico, comida basura, entornos contaminados y ritmos de vida insalubres), enfermarse se convierte en la consecuencia lógica, casi predecible. Es la respuesta del cuerpo a un ambiente hostil. Y al hacerlo, la enfermedad se transforma en un "derecho" en el sentido más trágico: es el único "producto" que el sistema te garantiza sin costo aparente inicial. Es la factura que la sociedad te pasa por participar en ella.
Es el derecho a:
Parar. En un mundo que valora la productividad por encima de todo, la enfermedad es una de las pocas razones socialmente aceptadas para detenerse.
Ser visible. Para muchas personas, especialmente las más vulnerables, es en la sala de espera del médico donde por fin alguien (aunque sea por un breve instante) les presta atención.
Decir "basta". El cuerpo, al quebrarse, emite un veredicto inapelable sobre un modo de vida insostenible.
Reclamar la Salud como un Bien Común
Esta perspectiva no es una invitación al derrotismo, sino todo lo contrario. Es un llamado a despertar. Reconocer que la salud ha sido mercantilizada es el primer paso para arrebatársela al mercado.
¿Cómo empezar?
Desmedicalizando la Vida Cotidiana: No todo malestar requiere un fármaco. Recuperemos el valor del descanso, la alimentación consciente, el movimiento natural y las conexiones humanas como pilares fundamentales de la salud.
Siendo Críticos: Preguntémonos siempre quiénes se benefician de cada diagnóstico, de cada "solución" milagrosa, de cada nuevo síndrome de moda. La información es el antídoto contra la manipulación.
Exigiendo Políticas Públicas: La salud no puede depender de la cartera. Un sistema sanitario público, robusto y preventivo, que ataque las causas de la enfermedad (pobreza, contaminación, desigualdad) y no solo sus síntomas, es una rebelión contra esta lógica mercantil.
Abrazando la Comunidad: La curación a menudo sucede en comunidad, no en una consulta. Fortalecer las redes de apoyo mutuo es crear un sistema inmunológico social.
En la distopía del negocio de la salud, enfermar se ha convertido en la consecuencia más democrática y accesible. Nuestra tarea, individual y colectiva, es trabajar para que ese "derecho" deje de ser la única herencia segura, y que la verdadera salud —integral, comunitaria y digna— deje de ser un privilegio para convertirse, de nuevo, en un derecho fundamental para todos.