Plácido un Domingo de otrora

Y nació el sonido y nació la voz, y la armonía del bel canto llena anfiteatros, y la estupefacción atrae y aclama multitudes, pellizcos y apretones, son las prácticas ocultas que marcan un ajuste antes de salir a escena y, el silencio lleva el paso y, los años corren entre incómodas posturas en que reina la paz y largos aplausos respiran a profundidad y, nadie sospecha que un romántico desvelo bajará el telón y preciso será callar a tiempo.

Habla ahora o calla para siempre que la apatía no congenie con la locura y, una mirada a tiempo retuerce opiniones, unos callan y otros reconfortan como cuando el ánimo entra en paroxismo de bienvenida, que tiempo que se va no vuelve que, preciso es decir que, teniéndolo todo no tienes nada, la prisa cansa y un cuerpo atrae y rebasas los cálculos que miden el triunfo en que hombre y mujer se confunden en un lamento de corazones atascados no atrayentes.

El trovador palpita con sus ojos atragantados de momento y, porqué no, si el torero reza antes de entrar al ruedo y, la sinfónica con su director accionando la batuta muerde la dimensión de lo imperceptible, lo mismo que el pezón suelta una nota que sólo el dedo se percata de afinar hasta llevarlo a un réquiem de ternura que esconde el miedo y, el hombre sabe que ha abusado, pero su ánimo está en el placer de complacer el auditorio.

Muchos años después los acordes destemplan el momento cuando el furor se hizo realidad y, lo que por años se calló, ahora sale a flote en su peor momento que, hacen relampaguear multitudes de rabia, y lo que pudo ser un desatino crece en opiniones y ahora se suman como cantidades que vomitan un paso que quedó marcado de abusos con la complicidad que se hizo alarmante, pero el castigo busca un fin que lo pervertido ni los pevertidores se salgan con la suya en un ayuno que trunca el desespero en que la negación no consigue un oportuno aplacador silencio.

El reino de los cielos se incomoda como el concierto mismo que, no dejo de marcar pauta dentro de una noche más que enlutó de agravios a una sirena que sonó a lo lejos y, cada corazón palpita en su momento y el honor y la reputación se van de paseo al desierto donde mueren las ideas y, lo humano deja de padecer y, la razón entra en razón sin otro fruto que castigar al culpable.

¿Quién miente y quién acerca el momento en que lo contagioso despierta rencilla dentro de un humanismo donde priva lo sexual sin mostrar sus frutos que ni marcas quedan? Aunque un sentimiento afloja el deseo de encaminar un momento que se hizo realidad, un momento que marcó una pausa, donde la tentación de descubrir que las almas tienen su momento preciso que la voz no puede adormecer, y el tenor tiembla de miedo por más que refuerce su voz. Se encierra en un mundo aparte que no es parte del público, un mundo abyecto afligido de tolerancia.

Todo logro tiene un fin que encierra un momento bien preciso. Un momento que entró en escena no al descubierto, sino cargado de una emoción que rompió un lamento sin entrega y, como hay reglas para actuar hay reglas para rectificar, aunque silenciar es olvidar, lo pasado es lo pasado y el presente debe preservar lo que una multitud aclama de poner freno a un descuido que a su momento se lo tragó un ensayo que dejaba al descubierto una vieja maña de tocar lo que a su defecto está prohibido por no estar a la caridad de una misericordia de un tenor que quiere taladrar un pecho amante que, es de otro y en ese concierto de angustias, muchas voces flotan dentro del desconcierto en que el hombre afina la sutileza de perjudicar lo que no saldrá con su voz, ni con su respiración y, entonces un clamor desesperante se entretiene al descubrirse lo que no debió suceder, ni con el tacto ni con la vista.

Plácido Domingo, debe estar herido de angustias, y sólo la verdad entre él y los involucrados que lo implican dentro de un pasado crujiente de acoso sexual que se volvieron impertinentes: lo desvestirán de deshonor o, por el contrario lo aclamarán de trágico oportuno a su personalidad que ganó con su voz en todos los escenarios de su prosperidad sin desatino ninguno.

El acoso sexual es la mayor tragedia que a hombres de fama, los tira al desván de las dudas, y las redes se los comen vivos.



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Esteban Rojas


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