Orfeón UCV 76

Treinta años han transcurrido desde aquella noche trágica cuando una tormenta nos arrebató de pronto la alegría de vivir. Un huracán acabó en un instante con los proyectos y las ilusiones de 53 jóvenes que iban a representarnos en un Festival de Canto Coral que habría de celebrarse en Barcelona, España.

Más allá de la tristeza y del eterno dolor que nos acompaña desde entonces, una rabia infinita no ha terminado de desalojarnos el alma. Está allí enquistada y cubierta de impotencia ante la injusticia de un hecho que, si bien fue un accidente como tantos que ocurren, ha podido evitarse si las autoridades universitarias y las del país en general, hubieran prestado mayor atención a la solicitud de transporte que durante meses bregó Vinicio Adames para llevar a su muchachera a España.

En la Venezuela Saudita de 1976, la entonces aerolínea bandera Viasa negó sus asientos a una muchedumbre cantora que no tenía con qué pagar. Otro tanto sucedió con ministerios y entes que denegaron su auxilio hasta que, a última hora, la Fuerza Aérea prestó un avión de carga, no preparado para recibir tan hermosos pasajeros. Improvisados tablones sirvieron de asiento a los orfeonistas para un viaje que se suponía sería de más de 20 horas. Unas cortinas plásticas rodeaban el excusado que les serviría de baño. Aún en esas condiciones, los jóvenes se embarcaron contentos y deseosos de llegar a su cita con la historia.

En las Azores funciona una base norteamericana. Hasta allá llegaron en medio de una terrible tormenta que azotaba el océano. Como suele suceder en estos casos, la responsabilidad recayó sobre el piloto muerto; sin embargo, supimos de un informe que revelaba la impericia del militar estadounidense que se encontraba en la torre de control al momento del accidente. Nada de ello se hizo público. Nunca supimos la verdad de lo que ocurrió.

Mi hermana mayor, mi otra madre, iba en ese vuelo. Y con ella, los amigos, invalorables compañeros de andanzas musicales. Difícil, muy difícil, describir el dolor y la impotencia que aprisiona el pecho cada vez que el recuerdo emerge y siempre que, como hoy, volvemos a escuchar aquellas queridas voces entonando su "canto infinito de paz". Dios los bendiga.


mlinar2004@yahoo.es


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Mariadela Linares


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