Una vez conformada y activada la Fundación Rutalana, lo prioritario fue impartir clases en las comunidades del Estado, llevando a éstas telares, lana e hilo, que fueron entregados a muy bajo costo. Con tales propósitos resultaron beneficiados sectores como Pueblo Nuevo del Sur, Canaguá, Chacantá, Mucuchachi, Mucutuy, El Molino, La Asomada, Mucuchíes (en La Casa de Labores de Mucuchíes entonces dirigido por el profesor José Guerrero), San Rafael de Mucuchíes y Tabay. En la ciudad de Mérida se impartieron talleres en el FOMDES, en el Centro de Convenciones MUCUMBARILA donde funcionaba un taller permanente, otro en el CENTRO CULTURAL ubicado en el desarrollo urbanístico BRISAS DEL ALBA y en el desarrollo urbanístico MARISELA PEÑA, en Los Guaímaros. Todos estos centros acabarían tributando con sus piezas textiles (previamente canceladas) a la tienda que a esta Fundación le habría de ser asignada por la Gobernación del Estado Mérida, logrado a través de un exigente proceso de licitación (Estación Barinitas del Sistema Teleférico Mucumbarí).
Debemos reconocer que, al principio, hubo un fervoroso ambiente de producción, de modo que se hicieron exposiciones en Caracas, Tintorero, Canaguá, El Molino, San José de Acequias, una grandiosa feria textil organizada junto con la Gobernación del Estado Mérida con la participación de muchos artesanos regionales en el Centro de Convenciones Mucumbarila. Vinieron también a exponer en este centro de convenciones artesanos de Tintorero, tejedoras wayú del Estado Zulia, tejedores warao (con sus chinchorros y cestería de moriche), artesanos kariñas llegados desde el Delta del Orinoco con sus tejidos de curagua. Nunca antes se había hecho algo igual en Mérida, una participación tan variada y creativa del trabajo textil artesanal de Venezuela.
Iremos como en círculos tratando esta historia: Todo el que con alguna sensibilidad artística visita Ecuador, no puede dejar de ir al principal pueblo de tejedores, cerca de Quito, llamado Otavalo (en la provincia de Imbabura). Mi esposa y yo lo llegamos, a conocer por allá por 2011, y adquirimos varias preciosas piezas que hoy adornan nuestro apartamento. Igualmente fue una oportunidad para visitar el famoso museo del artista Oswaldo Aparicio Guayasamín Calero, y adquirir algunas de sus obras (reproducciones). Para eso, en cierto modo, vale la pena el turismo, para conocer la esencia cultural de los pueblos, imbuirse en sus tradiciones e historia. En ese gran mercado artesanal de Otavalo, con variedad de toda clase de textiles, ponchos y tapices, mi esposa y yo pensamos en nuestra Mérida, considerando la obra impresionantes de Juan Félix Sánchez, cuyas tallas y cobijas, trabajos artísticos de alta calidad que llegaron a ser exhibidos en reconocidos museos de Estados Unidos y nuestro país, y que de esa obra de El Hombre del Tisure, ya para 2013, no había quedado casi nada. Juan Félix Sánchez era una especie de genio como Guayasamín, pero no supimos cuidar su legado, no pudimos crear el Museo del Tisure con las obras de Juan Félix y de su compañera Epifania.
Bueno, en ese viaje a Ecuador, pensamos en que en Mérida debía rescatarse la obra de Juan Félix, aquel trabajo que él hacía con telares de tres marcos, considerados únicos en el mundo, y rescatarlos a través de sus familiares que aún tejían y vivían en San Rafael de Mucuchíes. Y poco a poco se nos fue haciendo cada vez más real, y necesaria, crear la Fundación Cultural Ruta de la Lana, siendo que, para mediados de 2013, contábamos, para impartir clases con el telar de mesa, de 80 centímetros de mi esposa María Eugenia, construido por Roberto, hijo de la maestra artesana Stefania Pölinger. Aquel telar era en sí una inspiración, representaba la posibilidad de todo un inmenso proyecto. Fue entonces cuando se nos ocurrió iniciar la instalción de una escuela para tejer con telares, en la aldea La Coromoto, en Canaguá, donde nosotros habíamos adquirido una casita. Nos pareció que además, por tratarse de una ruta turística interesante, dada la belleza de sus mucuposadas, se podría convertir aquella aldea en un plan piloto, en un punto de partida para la producción de textiles artesanales; de hecho, varios años atrás, existieron telares de pedal en esa zona con los que los pobladores hacían sus ruanas y cobijas. Existía uno de esos telares, muy viejo e inservible, que fue del abuelo del carpintero Fernando Durán. Esta idea se la comunicamos al gobernador Alexis Ramírez quien la acogió con interés, por lo que para darle fuerza a nuestros objetivos, procedimos a comprarles dos telares a la famosa tejedora Dorita Sánchez, quien tenía un comercio de tejidos en Mucuchíes. Aquellos dos telares estaban viejos y algo desvencijados, pero con algunos retoques que le hicimos pudieron ponerse en funcionamiento. El traslado de estos dos telares, desde Muchuchíes hasta La Coromoto (que se llevaría unas ocho horas de camino) estuvo a cargo de Fundecem (Fundación para el Desarrollo Cultural del Estado Mérida). Se llevaron en una camioneta en la cual, iba como responsable del traslado, el señor Luis Quintero, promotor cultural y quien posteriormente llegaría a formar parte de la Fundación Rutalana.
Hay que ver lo difícil que es crearle un oficio a la gente, en principio todo mundo se entusiasma, abre mucho los ojos, pone harta atención, se alegra, procura poner en funcionamientos las primeras lecciones, y se inicia una especie de forcejeo entre la voluntad de aprender y las dificultades del conocimiento, que nunca se sabe quién de los dos se impondrán en el tiempo. Vienen los que de inmediato tiran la toalla porque no le ven en el "sacrificio" el queso a la tostada que debe llegar con jugosas ganancias inmediatas.
Entonces, ocurrieron lamentables pérdidas: buena parte de un hilo pabilo, de distintos colores, que costó traer desde Barquisimeto, y que se repartió para que en las comunidades fueran practicando los urdidos y así luego montar los telares, desapareció. Más tarde, encontraríamos, en la época decembrina, éstos variados hilos de colores, como estambres luminosos, bellamente exhibidos en los amarres de bollos y hallacas.
Con fortuna, una vez que llegaron a Canaguá, aquellos dos telares comprados a muy bajo precio a Dorita (casi regalados), mi esposa y yo, en nuestra camioneta, los pudimos llevar hasta la aldea La Coromoto. Quisimos entonces hacer un acto en la comunidad, invitamos a todos los interesados en participar en lo que ya imaginábamos sería una espectacular escuela de tejidos en la zona. El llamado a este encuentro, que ya parecía como una feria, con gente que vendría con sus viandas y aparejos para pasarse todo un día de trabajo, aprendiendo algo nuevo que debía ser muy atractivo para las familias, se expandió rápidamente, y de todos los caseríos adyacentes, como en una romería, vimos a la gente acercarse a La Coromoto.
Previamente, hubo de ocurrir un suceso terrible que debimos haber entendido como una alerta, como una peligrosa alarma: el inexperto conductor que había trasladado los telares desde el páramo hasta aquellas montañas tan culebreras, no se quedó en Canaguá, sino que decidió emprender el camino hacia La Coromoto, junto con Luis Quintero y cuatro jóvenes más de la dirección de Cultura del municipio Arzobispo Chacón. El referido conductor se había confiado y no puso a funcionar las cuatro tracciones de la camioneta por lo que en una empinada cuesta, perdió el control, se fue contra la cuneta y volcaron patas arriba, teniendo que ser hospitalizados algunos de sus ocupantes, entre ellos, el más herido resultó ser Luis Quintero.
Un lugareño que miraba aquel accidente, musitaba:
Esa gente trae algo nuevo, y se avecinan cambios, ojalá que sea por nuestro bien porque tan necesitados estamos de aprender un oficio.