Policías cerraron un puente a punta de pistolas para obligar a refugiados a volver a New Orleans

Un oficial de la policía de Luisiana admitió que tras el paso de Katrina en el sur de Estados Unidos, ordenó a sus subordinados cerrar un puente sobre el río Mississippi para forzar el regreso a Nueva Orleáns de gente que intentaba escapar del caos y del peligro en esa ciudad. Testigos dijeron que los agentes policiales hicieron tiros de advertencia contra personas aterradas, con el propósito de proteger suburbios habitados por la clase media.
Dos paramédicos que llegaron a Nueva Orleáns para participar en una conferencia del gremio en esa ciudad y que permanecieron ahí para auxiliar a los damnificados por el ciclón, afirmaron que policías les confesaron que no querían que su comunidad residencial "se convirtiera en otro Nuevo Orleáns o en otros Superdome".

Los cansados y desesperados evacuados fueron forzados a volver a la ciudad que acababan de abandonar. "Fue una forma de abrir los ojos", dijo a The Independent Larry Bradshaw, paramédico de 49 años, residente en San Francisco. "Creo que eso fue racismo y crueldad".

Bradshaw afirmó que la policía obstaculizó el puente sobre el Mississippi el jueves primero y el viernes 2 de septiembre.

El paramédico y su esposa, Lorrie Slonsky, que tienen la misma ocupación profesional, estuvieron refugiados en el hotel Monteleone del antiguo barrio francés. Pero cuando los alimentos y el agua se agotaron ahí, los paramédicos fueron obligados a recluirse en el centro de convenciones de Nueva Orleáns.

De camino a ese lugar escucharon versiones sobre el caos y la violencia que había en el interior del estadio, adonde habían sido enviados miles de personas, a pesar de la falta de agua corriente, sanitarios, electricidad y aire acondicionado.

Eso llevó a Bradshaw a hablar con un alto oficial de la policía, que le indicó que cruzaran el puente que comunica a la localidad suburbana de Crescent City Connection con el condado de Jefferson, donde encontrarían autobuses para salir de esa región, según aseguró el agente policial.

La pareja formaba parte de un contingente de 800 personas -la mayoría negra- que caminaba por el puente sobre el río Mississippi, cuando oyeron disparos de armas de fuego y vieron a la gente correr.

"Habíamos escuchado disparos durante los días anteriores. Pero la diferencia en ese momento fue la cercanía de los tiros", dijo Bradshaw. Al emprender el camino hacia la cresta del puente, los paramédicos pudieron ver una fila de policías que obstruían el paso sobre la ruta.

Cuando preguntaron por los camiones, los agentes les informaron que esa versión era falsa y que el paso a desnivel estaba cerrado para evitar que el condado vecino se convirtiera en otro Nuevo Orleáns. Los policías -indicaron los Bradshaw- eran parte de la corporación de la ciudad de Gretna.

Al día siguiente, Bradshaw dijo que trató una vez más de cruzar y que en ese intento pudo observar cómo los policías hacían disparos de advertencia a la gente y que eso los obligó a volver a Nueva Orleáns. El viernes en la mañana, la pareja logró pasar al lado contrario del puente, pero con la ayuda de un bombero local.

Según el jefe de la policía de Gretna, Arthur Lawson, hasta hoy no ha podido interrogar a los agentes de su corporación sobre los disparos hechos en el puente.

Sin embargo, confirmó que los policías de Gretna, junto con oficiales del condado de Jefferson y de Crescent City Connection, sellaron el puente y rechazaron a la gente que intentó pasar, a pesar del hecho de que los medios locales informaron en esos días que el puente era una de las pocas rutas seguras de evacuación de Nueva Orleáns.

"No había alimentos ni agua ni refugios en Gretna. No teníamos la necesidad de tratar con esa gente. Si hubiésemos abierto el puente, nuestra ciudad hubiera quedado como Nuevo Orleáns: saqueada, incendiada y vandalizada".

Bradshaw y su esposa fueron trasladados a Texas y desde ahí viajaron finalmente a su hogar en California.

Su postura ahora es de condena a las autoridades. "El trato gubernamental contrastó con la cálida y sentida recepción que nos brindó el texano promedio. Pudimos ver cómo el empleado de una aerolínea le dio sus zapatos a un hombre que andaba descalzo. Gente desconocida nos ofreció dinero y nos dio la bienvenida. Más allá de eso, la ayuda del gobierno fue insensible, incapaz y racista. Hubo perdidas humanas que nunca debieron ocurrir".




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