Los bomberos del oeste: un misterio de la ciencia

Cinco de la mañana del 19 de Septiembre 2008, un idiota que bajaba hacia La Guaira por el canal rápido de la autopista decidió demasiado tarde salirse en el barrio El Limón después de la pasarela. Cruzó abruptamente y estuvo a punto de ser embestido por el que venía detrás por el canal del medio. Ambos frenaron y quedaron atravesados en medio de una nube de humo azulado. El conductor de la camioneta que me llevaba evitó con maestría el impacto, que hubiera sido fatal, pero golpeamos en diagonal con la isla, volamos por encima de ella y caímos dando tumbos en la vía contraria. Cuando finalmente nos detuvimos, ruedas al aire y techo aplastado, supe que ya no caeríamos por el barranco, que estábamos vivos pero heridos y que había perdido mi vuelo.

Nada más indefenso, desamparado y ridículo que el sobreviviente de un choque, una vez que lo han extraído de la chatarra humeante, parado tembloroso y desorientado sobre una constelación de fragmentos de vidrio y plástico donde se forman pequeños ríos con los líquidos vitales que se escapan del vehículo apachurrado. Pasan los carros sin detenerse, su casa se le ha vuelto muy lejana, casi inalcanzable, y las heridas, por más que duelan, le parecen un precio justo por la vida.

La Venezuela de hoy

En menos de cinco minutos llegaron dos funcionarios motorizados a ordenar el tráfico, controlar a los mirones y levantar un croquis del accidente. Diez minutos después la ambulancia de los bomberos y, casi de inmediato, una grúa. En menos tiempo del que se tarda en leerlo, nos habían hecho las primeras curas y estaba acostado en la camilla de la ambulancia, rodando hacia una centro asistencial. Asombrado de la rapidez y eficiencia de la vigilancia vial y los bomberos, confirmé una vez más que aunque uno mismo sea la noticia, es imposible dejar de ser periodista, hacer preguntas y enterarse de cosas.

La Venezuela de ayer

Lo más escandaloso: los Bomberos Metropolitanos sólo tienen tres (si, tres) ambulancias para cubrir el oeste de Caracas, que comprende Catia, San Martín, el 23 de Enero, Antímano y Caricuao. Mucho más de un millón de personas. Son tres ambulancias viejas, del Convenio España-Venezuela, repotenciadas con gran esfuerzo. Dos de ellas no tienen señal sonora, lo que les dificulta avanzar en el tráfico y llegar a tiempo. El bombero que me acompañaba en la ambulancia me habló del sitio del accidente, las dos salidas a la altura del barrio El Limón. “Recogemos mucha gente ahí”, explicó.

Me contó también las anécdotas clásicas de su profesión, el gato que hay que bajar de la palmera, la señora que llama porque su anillo de matrimonio cayó en una alcantarilla. Se quejó de las clínicas que les hacen perder tiempo y ponen en peligro a los pacientes al no aceptarlos hasta asegurarse de que pueden pagar. Esos sos muy infames bastardos del incalificable Doctor León Natera, enemigo público número uno de la salud en Venezuela.

Centro de Diagnóstico

Me bajaron en el Centro de Diagnóstico de San Bernardino, incluido en la lista del seguro HCM de mi trabajo. Una vez fui operado ahí, y el trato fue excelente. Esta vez me esperaba lo contrario. Eran las 6 de la mañana y no me tocó la doctora joven y bonita que me recibió, sino una de mal talante, hosca y despectiva, quien sin responder a mis buenos días le preguntó al enfermero “¿Y éste por qué vino?”. “No vine, me trajeron” logré responder. Me ordenó sentarme en una camilla y se fue sin decir más. Después de un largo rato creí que la doctora me haría esperar hasta mi próximo cumpleaños, y me dolía demasiado para eso. Me levanté, caminé como pude hasta la salida y me fui en taxi a otro centro. En el taxi iba comparando la actitud repugnante de esta doctora con la del bombero de ojos brillantes de entusiasmo: “Yo siempre quise ser bombero, me gusta mi trabajo, ojalá estuviéramos mejor equipados.”

No se lo recomiendo a nadie, pero un volcamiento en la autopista enseña mucho sobre las instituciones y las personas, sobre lo viejo y lo nuevo, sobre la doctora inhumana que representa el capitalismo, y los bomberos que socorren a quien los necesita, sin distinción de sexo, raza, edad, posición social, política o económica, es decir el socialismo.

rotheeduardo@hotmail.com


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Eduardo Rothe


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