Matar a una mujer

Mujer (en inglés woman, de womb vientre y man hombre: hombre con vientre): ser anómalo para el patriarcado , que sirve para gestar, parir y criar humanos, dar placer, servicio doméstico, y ser asesinada por desobediente, por infiel, por bruja, por sumisa, por rebelde, por puta, "porque es mía" o "porque no quiere ser mía".

La plaga de feminicidios que infecta Venezuela no es un dato criminológico sino una infamia que viene de los viejos tiempos y los no tan viejos de hace pocas décadas cuando la palabra feminicidio no existía, y a los policías se le disparaban accidentalmente las armas de reglamento y mataban a sus compañeras o, (leer el libro "Cuatro crímenes cuatro poderes") cuando un cura asesinó a su hermana, un capitán de aviación a su esposa, y un diputado, con una bomba, a la madre de sus hijos. Esos crímenes que algunos llaman casi elogiosamente "pasionales" cuando son, sórdida y vulgarmente, domésticos. "De cuchillo y palangana" los llaman los portugueses.

Crímenes perpetrados en personas conocidas y cercanas, en parejas y ex-parejas, y que nos lleva a la etimología latina de la palabra "familia" como conjunto de bienes, parientes y esclavos que pertenecían a un hombre, y de los cuales podía disponer a voluntad. De aquellos maravillosos tiempos patriarcales en los que, según las leyes del rey Alfonso X de Castilla "El Sabio", si un hijo se sentaba a la mesa sin permiso de su padre, éste tenía derecho a matarlo y comérselo…

De aquellos polvos vienes estos lodos. Porque la infamia particular de matar mujeres forma parte de la más general que les niega el derecho a decidir sobre su cuerpo. Son las dos caras de la misma moneda falsa y moralista que les queda a los curas y pastores que asaban vivas a las brujas.

Un ejemplo: la madre de una niña de 13 años embarazada por violación y la activista feminista que la ayudó practicarle un aborto seguro están presas. ¿Y el violador? Libre.

Todas estas cosas pasan en Venezuela que, sin negar los grandes avances legales que penalizan la violencia contra la mujer y donde el feminicidio recibe el castigo máximo de 30 años de prisión es, junto a Paraguay, en el tema del aborto el país más atrasado de Latinoamérica, con una legislación (Códigos Penal, Civil y de Comercio) que tiene casi un siglo y desfavorece a las mujeres. En todos nuestros países proliferan los ministerios e instituciones oficiales de "igualdad de género", pero el patriarcado sigue vivito y matando. Porque está enraizado en la cultura machista transmitida de generación en generación hasta por las mismas mujeres. Cultura violenta de cuando algunos padres iniciaban al hijo llevándolo a las putas y/o regalándole un revolver.

Es una vergüenza que Venezuela, un país con una Constitución progresista, donde un tercio de la oficialidad militar es femenina y donde las mujeres son el nervio y el músculo de las organizaciones de base del Poder Popular y comunal, siga bajo un machismo subyacente con altos índices de feminicidios, bajo una misoginia cultural cuyos efectos tóxicos alcanzan a los colectivos de la diversidad sexual. No basta con leyes y decisiones administrativas: se requiere una política educacional desde la escuela primaria.

Porque se trata de una lucha eminentemente política. El patriarcado es anterior al capitalismo, al feudalismo, a las grandes religiones y a las dinastías…un mal que viene de lejos como la primera opresión general que dividió a la humanidad, una maldición histórica que aún pervive en la especie humana. Hoy el capitalismo crepuscular transmite su patriarcado a la destrucción de la Madre Tierra, al envenenamiento de la mar océano, a la contaminación de las aguas y los aires, a la falsificación de los alimentos… el que mata una mujer mata al amor porque, como dijo el revolucionario belga Raoul Vaneigem, "todo es mujer en lo que amamos".

Un mundo sin amor no es un mundo: es un infierno. Luchar contra el feminicidio no es una tarea de las feministas, es una obligación de todos y todas para ser libres del "pensamiento de los muertos que oprime el cerebro de los vivos". Ni una más ni una menos.



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Eduardo Rothe


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