¿Dejó Dios de ser chavista?

La primera derrota electoral de la revolución bolivariana, aunque no la esperaba, la recibí con una vaga sensación de tranquilidad. Ese revés comicial tiene muchos elementos de victoria política, dentro y fuera de Venezuela. También resulta un remezón a tiempo, un alerta temprano, una oportuna lección. Quienes militamos en la izquierda desde la adolescencia y bebimos en las fuentes de los clásicos del marxismo-leninismo, con todas sus tendencias, purgas y polémicas, sabemos que el socialismo es una lucha larga y prolongada.

Por supuesto, no le regateamos un milímetro a la victoria de la oposición, ni tampoco se le debe subestimar. De su dirigencia depende lo que hagan con este triunfo, luego de un rosario de atajos, aventuras y fracasos. Del lado bolivariano hemos visto compatriotas que parecen devastados por un huracán político que, hoy por hoy, no llega a ventarrón. Algunos dicen sentir la misma sensación demoledora del 12 de abril de 2002. Si es así, eso pasa por creer que el socialismo es un simple trámite electoral.

Luego de la resaca, aflora el humor del venezolano, que es el mejor antídoto contra todo guayabo, por profundo que sea el barranco. La gente del pueblo se inventó un chiste para explicar por qué Hugo Chávez sale con bien de todos los atolladeros en que lo meten o se mete. “Definitivamente, Dios es chavista”, suele decir el pueblo.

Un “por ahora” convirtió en victoria política una derrota militar el 4 de febrero de 1992. Lo derrocaron y regresó en aroma de pueblo un 11-A. Altos militares se fueron a una plaza y le depuraron la Fuerza Armada. La brillante meritocracia petrolera lanzó un sabotaje de dos meses y terminó entregándole las riendas de PDVSA. Una oposición veterana de mil batallas decide abstenerse en 2005 y pone en manos bolivarianas toda la Asamblea Nacional.

En 2004 le activaron un referéndum para sacarlo del poder y lo que hicieron fue atornillarlo. Dos años después, sería reelecto con 7 millones 300 mil votos, un record histórico. Algo lo coloca por encima de la ineficiencia de algunos de sus colaboradores, de burócratas o corruptos. Quienes lo traicionan o le son desleales, terminan en un insufrible ostracismo. Los medios los exprimen y los desechan.

Juega duro a la política, corre riesgos a veces innecesarios, se desplaza en el filo de la navaja, lanza políticas audaces, suele colocarse en el limbo, apuesta a Rosalinda y, al final, siempre sale del trance de alguna manera. Ese zorro viejo de la política mundial que es Fidel Castro, le acaba de decir que todos los días no se puede estar jugando a la ruleta rusa.

La reforma constitucional fue una apuesta fuerte y perdió la primera mano, pero no la partida, según sus palabras. Aquellos de sus seguidores que lo acompañan impulsados por una especie de sentimiento mágico-religioso, con esta primera derrota se empiezan a preguntar si Dios dejó de ser chavista. De ninguna manera, pero sí lanzó una advertencia que entronca más con lo humano que con lo divino, más con lo profano que con lo sagrado: el reloj de la revolución tiene su ritmo y él determina cuándo se han de abrir las rosas rojas. No es malo recordar el ayer demasiado temprano y el mañana demasiado tarde de Lenin.


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Earle Herrera

Profesor de Comunicación Social en la UCV y diputado a la Asamblea Nacional por el PSUV. Destacado como cuentista y poeta. Galardonado en cuatro ocasiones con el Premio Nacional de Periodismo, así como el Premio Municipal de Literatura del Distrito Federal (mención Poesía) y el Premio Conac de Narrativa. Conductor del programa de TV "El Kisoco Veráz".

 earlejh@hotmail.com

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