La sombra del caudillo: manipulación histórica y milicianos en el discurso de Nicolás Maduro

"Me dicen que, adelantándote a los verdugos, has levantado la mano contra ti mismo. Ocho años desterrado, observando el ascenso del enemigo, empujado finalmente a una frontera incruzable, has cruzado, me dicen, otra que sí es cruzable.

Imperios se derrumban. Los jefes de pandilla se pasean como hombres de estado. Los pueblos se han vuelto invisibles bajo sus armamentos.

Así el futuro está en tinieblas, y débiles las fuerzas del bien. Tú veías todo esto cuando destruiste el cuerpo destinado a la tortura".

Bertolt Brecht (1940)

El discurso político, como herramienta fundamental de construcción de hegemonía, encuentra una de sus expresiones más potentes en la manipulación de la historia. Al reconfigurar el pasado, se busca legitimar el presente y movilizar el futuro hacia los intereses del poder establecido. Un ejemplo paradigmático de este mecanismo se observa en la retórica empleada por el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, particularmente en su convocatoria a inscribirse en las milicias nacionales "bolivarianas".

En acto público, Maduro evocó la figura de Cipriano Castro y su gesta durante el bloqueo naval impuesto por las potencias europeas en 1902-1903, equiparando aquella resistencia histórica con la actual coyuntura venezolana y presentando la milicia como el instrumento libertador y soberano por excelencia. Sin embargo, esta analogía se sustenta en una lectura parcial, tergiversada y convenientemente editada de los hechos históricos, cuyo examen detallado revela no solo una operación de propaganda sino también la profunda divergencia entre el proyecto nacionalista de antaño y el control "revolucionario" contemporáneo.

El objetivo de este documento es deconstruir este discurso, contrastándolo rigurosamente con el contexto real de la Revolución Liberal Restauradora y el bloqueo, para evidenciar cómo se fabrica un relato épico que sirve para enmascarar una movilización de carácter clientelar y coercitivo, lejos del espíritu de auténtica liberación que se invoca.

Para comprender la manipulación, es imperativo regresar a los eventos de 1902. Cipriano Castro, caudillo andino líder de la Revolución Liberal Restauradora, se encontraba en el poder enfrentando una severa crisis fiscal agravada por deudas contraídas con varias potencias europeas por gobiernos anteriores y por el suyo. Gran Bretaña, Alemania e Italia, exasperadas por la falta de pago y por los daños a las propiedades de sus connacionales durante las guerras civiles, decidieron emplear la fuerza. Una coalición naval —a la que luego se uniría Francia— estableció un férreo bloqueo de las costas venezolanas, llegando a capturar buques de la armada nacional y a bombardear instalaciones portuarias como el fuerte de Puerto Cabello. La situación para Castro era desesperada; su armada era insignificante frente a la potencia de fuego de la escuadra europea.

El discurso oficial actual omite de manera crucial el desenlace diplomático de este conflicto. La resistencia militar venezolana, aunque valerosa, fue simbólica y no pudo "vencer" a las armadas imperiales en el mar. La clave para la resolución del conflicto no radicó en una milicia popular, sino en la intervención de dos actores externos: los Estados Unidos y, de manera fundamental en el plano doctrinal, la República Argentina. Fue el canciller argentino Luis María Drago quien, en una nota que se convertiría en doctrina de derecho internacional, protestó enérgicamente contra el uso de la fuerza para cobrar deudas de estado, argumentando que vulneraba la soberanía de las naciones americanas.

Aunque la Doctrina Drago no fue aplicada inmediatamente, sentó un precedente moral y jurídico crucial. Por su parte, los Estados Unidos, bajo la presidencia de Theodore Roosevelt y amparándose en su creciente influencia en la región y en la Doctrina Monroe, ejercieron una presión diplomática decisiva. Fue la mediación norteamericana la que llevó a las partes al arbitraje, que culminó en los Protocolos de Washington de 1903. Venezuela, si bien no fue aplastada, tuvo que comprometer el 30% de sus ingresos de aduanas para el pago de la deuda, una solución que distaba mucho de una victoria absoluta. Así, los verdaderos "libertadores" de aquella crisis no fueron milicias irregulares, sino la diplomacia y el emergente poder hemisférico de Washington.

La tergiversación en el discurso de Maduro opera en varios niveles:

En primer lugar, se produce una supresión fáctica. Se omite por completo el papel de Argentina y Estados Unidos, creando la ilusión de que fue la pura resistencia nacional, encarnada por Castro y su pueblo, la que doblegó a los imperios. Esta omisión no es inocente; responde a la necesidad del chavismo-madurismo de presentar un relato de autosuficiencia heroica y antiimperialista pura, donde ningún factor externo, y menos uno asociado al "imperio" como Estados Unidos, puedan ser vistos como salvador. Es un pasado editado para que encaje en la dicotomía maniquea del discurso oficial: El pueblo unido vs. El imperio.

En segundo lugar, se ejecuta una equiparación anacrónica. Maduro proyecta la figura de las milicias "bolivarianas" del siglo XXI —estructura creada por Hugo Chávez como brazo armado del partido— sobre la realidad sociomilitar de 1902. En la época de Castro, no existía una "milicia popular" organizada por el estado como fuerza estructurada. La resistencia se basó en el ejército regular, considerablemente debilitado, y en el apoyo tácito o activo de "segmentos" de la población, muchos de ellos leales a Castro por vínculos caudillistas tradicionales.

La convocatoria de Maduro, en cambio, es un acto de Ingeniería Social desde el poder para crear una fuerza paralela al ejército nacional, leal primeramente al partido oficialista y al líder en turno. Mientras la resistencia castrista fue una respuesta orgánica (y forzada) a una agresión externa concreta. La milicia madurista, es una movilización permanente, justificada en una amenaza externa, a menudo, difusa y utilizada para el control interno.

Este último punto es crucial. El llamado a inscribirse en las milicias no es, en la práctica, un llamado a defender la patria de una invasión inminente en sus fronteras. Es un mecanismo de control clientelar y coerción. En el contexto de una crisis humanitaria compleja, la inscripción en la milicia suele estar vinculada al acceso a beneficios escasos: alimentos de los CLAP, oportunidades laborales en la administración pública, o simplemente la preservación de un puesto de trabajo en una estructura de gobierno y estado hipertrofiado. Se crea así una relación de dependencia donde la lealtad política se intercambia por supervivencia. Además, sirve como un instrumento de vigilancia y movilización dentro de las comunidades, fomentando la cultura de la delación y la presión social sobre quienes no se alinean.

Lejos de ser un ejército de liberación, quieren llevarlo a funcionar como una herramienta de disciplinamiento político masivo, muy en la línea del concepto de "Servicio de Trabajo del Reich" (Reichsarbeitsdienst) utilizado en el régimen NacionalSocialista de partido único (NOTA).

Finalmente, la invocación de Cipriano Castro como un héroe libertador unánime es, en sí misma, una simplificación histórica. Castro fue un caudillo autoritario, cuyo gobierno estuvo marcado por la centralización del poder, la persecución de opositores y una aguda crisis económica que fue, precisamente, el caldo de cultivo de la agresión internacional. La "heroica resistencia" fue también el último recurso de un régimen acorralado. Maduro, al erigirlo como símbolo, no abraza la complejidad histórica, sino que extrae de ella un símbolo vacío, útil para su narrativa de asedio permanente y liderazgo Despótico.

En conclusión, la referencia de Nicolás Maduro a Cipriano Castro y al bloqueo de 1902 para promover la inscripción en las milicias "bolivarianas" constituye un caso ejemplar de manipulación histórica al servicio de la consolidación de un poder autoritario y "Unidad Conveniente" con FEDECAMARAS. Al suprimir el decisivo trabajo de la diplomacia internacional y de Estados Unidos (aunque fue indiferente pero no permitió el bloqueo) en la resolución del conflicto, se fabrica un mito de autodeterminación y resistencia popular que nunca existió ni existen en los términos épicos que se relatan. Al equiparar anacrónicamente el contexto sociopolítica de 1902 con el de hoy, se busca vestir a una estructura de control clientelar con el ropaje glorioso de la defensa nacional. El objetivo último no es liberar a Venezuela de una invasión, sino amarrar a un sector de la población, ya de por sí vulnerable, a una relación de dependencia con el gobierno-partido, fortaleciendo un aparato de coerción que garantice la permanencia en el poder. La sombra de Cipriano Castro es, pues, invocada no para iluminar el camino de la soberanía, sino para oscurecer las realidades de un proyecto político que, lejos de liberar, somete a través de la necesidad y el miedo, usando la historia no como Maestra de Vida, sino como sierva del poder.

Nota: El Reichsarbeitsdienst (traducido "Servicio de Trabajo del Reich") fue una "institución" establecida en Alemania por el "Partido Nacional Socialista" con el objetivo de reducir el desempleo, ayudar a la formación y en el apoyo para la Wehrmacht. Sus miembros ofrecían servicios a diferentes proyectos civiles, militares y agrícolas.

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Oscar Flores


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