Los Nuevos Aristócratas del Pueblo: Una Crónica de Contradicciones Doradas

Era una vez, en una tierra no muy lejana, donde los vientos de la revolución soplaron tan fuerte que terminaron por levantar las faldas de la hipocresía hasta mostrar la ropa interior de encaje importado. Aquí, en este rincón del mundo donde el sol abraza eternamente las costas caribeñas, nació una nueva especie sociológica tan fascinante como paradójica: la burguesía revolucionaria.

Estos modernos Robin Hood decidieron que robar a los ricos para darse a sí mismos era, definitivamente, la interpretación más correcta del socialismo de acuerdo a su percepción. Con una creatividad digna de Shakespeare, lograron convertir la dialéctica marxista en una comedia de errores donde ellos siempre terminan siendo los protagonistas más ricos de la función.

Observemos a estos especímenes únicos en su hábitat natural. Por las mañanas, mientras el pueblo hace cola para comprar pan (cuando lo hay), ellos desayunan croissants franceses en sus penthouses con vista al mar. "Es que necesitamos mantener la moral alta para seguir luchando por los oprimidos", explican mientras untan caviar en pan tostado artesanal.

Sus hijos estudian en colegios privados de élite en el extranjero, porque "la educación revolucionaria es tan buena que debe ser exportada para que otros la conozcan". Qué altruismo tan... costoso. Entre clases de equitación en Suiza y cursos de filosofía marxista en Oxford, estos jóvenes revolucionarios aprenden el difícil arte de ser socialistas con tarjeta de crédito ilimitada.

Las esposas de estos luchadores sociales se han convertido en expertas curadoras de arte revolucionario, coleccionando obras que casualmente coinciden con sus gustos burgueses. "Este Picasso representa perfectamente la lucha del proletariado", dice una de ellas mientras ajusta sus aretes de diamantes, sin una pizca de ironía en su voz botoxeada.

La indumentaria de estos nuevos aristócratas merece un capítulo aparte. Han logrado la proeza de hacer que una guayabera de lino cubano cueste más que el salario mensual de tres maestros. Sus relojes Rolex no marcan las horas, sino los millones que han "redistribuido" hacia sus propias cuentas en el extranjero.

"La elegancia es una forma de resistencia", filósofa uno de ellos mientras se prueba su décimo par de zapatos italianos hechos a mano. "Si nos vemos prósperos, es porque el socialismo funciona". La lógica es impecable: nada dice "igualdad social" como un guardarropa que vale más que el presupuesto de salud de un estado entero.

Sus automóviles son verdaderas declaraciones políticas sobre ruedas. Ferraris rojos que simbolizan la revolución, Lamborghinis amarillos que representan el sol de la patria, y Bentleys negros para las ocasiones más solemnes de lucha social. "El pueblo necesita ver que sus líderes están bendecidos por la revolución", explican mientras sus choferes los llevan a sus yates privados.

Pero lo más hermoso de todo es escucharlos hablar. Con lágrimas en los ojos (de cocodrilo, pero lágrimas al fin), narran las penurias del pueblo mientras cenan langosta en restaurantes de cinco estrellas. "Nosotros también sufrimos", solloza uno de ellos, "¿acaso no ven lo difícil que es decidir entre la casa de Miami o la de París para las vacaciones?"

Han desarrollado un vocabulario único donde "austeridad revolucionaria" significa tener solo tres residencias en lugar de cinco, y "solidaridad con el pueblo" se traduce como organizar cenas benéficas de $10,000 por plato para ayudar a... bueno, para ayudarse a sí mismos a sentirse mejor.

"La riqueza es una responsabilidad histórica", proclaman desde sus jacuzzis de mármol italiano. "Alguien tiene que cargar con esta pesada cruz de vivir bien para demostrar que el socialismo funciona". Qué sacrificio tan noble, qué entrega tan... lucrativa.

Lo más emotivo de observar a estas criaturas es su genuina convicción de que están salvando al mundo. Mientras sus cuentas bancarias crecen exponencialmente, su amor por el pueblo se mantiene inversamente proporcional pero igual de constante. Es matemáticamente perfecto.

Se han convertido en maestros del arte de la redistribución: toman de todos y redistribuyen hacia ellos mismos con una eficiencia que haría llorar de orgullo a cualquier economista neoliberal. "No es corrupción, es socialismo aplicado", explican con la seriedad de quien acaba de descubrir la fórmula de la felicidad humana.

Sus reuniones de partido parecen subastas de arte contemporáneo, donde se discute apasionadamente cuál es la mejor manera de ayudar al pueblo mientras se sirve champagne Dom Pérignon y se rifan viajes a Dubai. "Todo esto es para mantener las buenas relaciones internacionales y expandir la revolución", justifican entre risas que suenan como el tintineo de monedas de oro.

Pero no nos engañemos pensando que todo es materialismo vulgar. Estos revolucionarios de corazón tienen una relación profundamente espiritual con su tierra natal. La aman tanto que han decidido llevársela consigo a donde vayan, literalmente. Sus maletas diplomáticas son verdaderos cofres del tesoro que exportan el amor patrio en forma de metales preciosos y divisas.

"Llevamos la patria en el corazón", dicen mientras sus corazones laten al ritmo de las transferencias bancarias internacionales. Es conmovedor ver cómo han logrado convertir el patriotismo en una empresa familiar próspera, donde cada miembro tiene su propia cuenta en el extranjero pero todos comparten el mismo discurso de amor por el terruño.

Sus hijos, educados en el exterior, regresan de vacaciones con ese acento cosmopolita que mezcla el inglés oxfordiano con el español revolucionario, creando un dialecto único: el "socialismo con acento británico". "Daddy, ¿Cuándo podemos repartir más riqueza?", preguntan ingenuamente mientras cuentan los ceros de sus mesadas semanales.

La dimensión internacional de su compromiso revolucionario es verdaderamente inspiradora. Han establecido una red de solidaridad que conecta bancos de medio mundo en una hermosa cadena de hermandad financiera. "El internacionalismo proletario del siglo XXI", lo llaman, y efectivamente, han logrado que proletarios de muchos países trabajen para mantener sus cuentas.

Sus "misiones diplomáticas" son verdaderas odiseas humanitarias donde llevan ayuda (a sus propias arcas) y reciben apoyo (de bancos internacionales) para continuar su lucha incansable por la justicia social. Cada viaje al extranjero es una oportunidad de expandir la revolución y, casualmente, de expandir también sus portafolios de inversión.

"Tenemos que pensar globalmente pero actuar localmente", filosofan mientras firman contratos millonarios con multinacionales. Y efectivamente, actúan muy localmente: todo termina en sus localistas cuentas personales.

Mientras escribo estas líneas, con lágrimas de risa y una profunda tristeza humana mezclados en mi corazón, no puedo evitar sentir una extraña admiración por estos artistas del autoengaño. Han logrado crear una realidad paralela donde ser millonario es una forma de pobreza revolucionaria, donde la opulencia es austeridad, y donde robar es redistribuir.

Son los hijos legítimos de una contradicción histórica: socialistas que viven como capitalistas, revolucionarios que se comportan como aristócratas, líderes populares que desprecian al pueblo desde la altura de sus torres de marfil bañadas en oro.

Pero quizás lo más humano y desgarrador de todo es que, en el fondo de sus corazones llenos de cuentas bancarias, realmente creen que están haciendo lo correcto. Han construido una narrativa tan perfecta, tan herméticamente cerrada, que logran dormir tranquilos cada noche en sus camas de seda italiana mientras afuera el pueblo que dicen representar cuenta las horas hasta el amanecer, esperando que quizás mañana haya luz, agua o esperanza.

Es la tragedia más cómica o la comedia más trágica de nuestros tiempos: una burguesía que se cree revolucionaria, una aristocracia que se viste de pueblo, unos millonarios que predican pobreza. Son los nuevos reyes de un reino al revés, donde todo es exactamente lo opuesto a lo que parece ser.

Y mientras tanto, el sol sigue saliendo cada día sobre esta tierra hermosa y sufrida, iluminando por igual los barrios humildes donde vive la dignidad verdadera y las mansiones doradas donde habita la dignidad comprada. Porque al final del día, la única revolución real que han logrado estos personajes es la de sus propias cuentas bancarias, girando incansablemente hacia el cielo infinito de los números con muchos ceros.

¿Será posible que algún día despierten de este sueño dorado? ¿O seguirán viviendo en su burbuja de cristal y champagne, convencidos de que son los salvadores de un pueblo al que solo ven desde la ventanilla de sus limusinas?

La historia, esa jueza implacable, ya está tomando notas. Y algo me dice que la factura de esta comedia costará muy cara... pero como siempre, la pagarán otros.

NO HAY MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE.



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Ricardo Abud

Estudios de Pre, Post-Grado. URSS. Ing. Agrónomo, Universidad Patricio Lumumba, Moscú. Estudios en Union County College, NJ, USA.

 chamosaurio@gmail.com

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