El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, reavivó una de las polémicas más serias de su carrera política al repetir una frase profundamente ofensiva y denigrante hacia países pobres y sus habitantes. Durante un mitin en Pensilvania en diciembre de 2025, Trump se dirigió a sus seguidores con palabras que no solo despreciaban a países enteros, sino que reafirmaba una ideología de supremacía cultural y racial.
En su discurso, Trump recuperó directamente un episodio de hace casi ocho años cuando, en una reunión con legisladores, preguntó: A continuación, el mandatario fue aún más explícito al describir a migrantes de naciones como Somalia con términos como “sucios, asquerosos, repugnantes y plagados de delincuencia”, palabras que no solo deshumanizan a millones de personas, sino que apelan a estereotipos raciales y xenófobos.
El uso del término "países de mierda" no fue simplemente un desliz diplomático. Fue una caracterización deliberada que deshumaniza a millones de personas basándose en su origen nacional. Cuando un líder mundial reduce naciones enteras, y por extensión, a sus habitantes, a términos despectivos, mientras simultáneamente elogia países de población mayoritariamente blanca como Noruega, el mensaje subyacente es inequívoco: algunas personas son más valiosas que otras según su raza y procedencia.
Esta retórica no ocurre en el vacío. Se enmarca dentro de un patrón más amplio de comentarios que han caracterizado la carrera política de Trump, desde llamar "violadores" a inmigrantes mexicanos hasta proponer la prohibición de la entrada de musulmanes a Estados Unidos.
Lo particularmente irónico de estos comentarios es que ignoran completamente la historia de Estados Unidos como nación de inmigrantes. El país fue construido, literalmente, sobre el trabajo forzado de africanos esclavizados y las contribuciones de sucesivas olas migratorias de personas que huían de la pobreza, la persecución y la falta de oportunidades en sus países de origen.
Los inmigrantes de las naciones que Trump despreció han sido fundamentales para el desarrollo estadounidense. Consideremos algunos ejemplos:
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Inmigrantes haitianos han enriquecido campos como la medicina, la educación y los negocios. Después del terremoto de 2010, muchos profesionales haitianos que llegaron a Estados Unidos se convirtieron en contribuyentes esenciales a sus comunidades.
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Los inmigrantes africanos representan uno de los grupos más educados en Estados Unidos, con tasas de educación superior que superan el promedio nacional. Han fundado empresas, trabajado como profesionales de la salud durante las pandemias y contribuido significativamente a la innovación tecnológica.
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Inmigrantes latinoamericanos de países centroamericanos trabajan en sectores esenciales: agricultura, construcción, servicios de salud y hostelería. Durante la pandemia de COVID-19, muchos fueron considerados "trabajadores esenciales", arriesgando sus vidas para mantener funcionando la infraestructura del país.
La preferencia expresada por inmigrantes noruegos revela otra falacia: la noción de que existe un tipo "correcto" de inmigrante. Históricamente, cada ola migratoria ha enfrentado discriminación. Los irlandeses del siglo XIX fueron considerados indeseables, al igual que los italianos, los judíos de Europa del Este y, prácticamente, todos los grupos que no fueran anglosajones protestantes.
Además, los noruegos modernos tienen pocas razones para emigrar masivamente a Estados Unidos. Noruega ofrece a sus ciudadanos educación universitaria gratuita, atención médica universal, salarios altos y una de las mejores calidades de vida del mundo. La pregunta no es por qué Estados Unidos no recibe más noruegos, sino por qué alguien dejaría Noruega por un país sin estas garantías sociales.
Los comentarios de Trump no pueden separarse del contexto de supremacía blanca que ha permeado ciertos sectores de la política estadounidense. La idea de que personas de países predominantemente blancos son preferibles a aquellas de naciones de mayoría negra o mestiza es racismo en su forma más cruda.
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El mérito individual no está determinado por el país de origen.
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La desesperación que impulsa la migración a menudo refleja siglos de explotación colonial y económica por parte de potencias occidentales.
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La diversidad ha sido históricamente una fortaleza, no una debilidad, para Estados Unidos.
Cuando un presidente utiliza este lenguaje, legitima el racismo en la sociedad. Los crímenes de odio contra inmigrantes y minorías aumentaron durante la presidencia de Trump. El discurso deshumanizante crea un ambiente donde la violencia y la discriminación se normalizan.
La retórica de Trump no se queda en insultos aislados. Su enfoque político hacia la migración ha sido coherente con estas ideas: aboga por políticas que restringen la entrada de migrantes de regiones no europeas mientras favorece, al menos en retórica, a inmigrantes de países mayoritariamente blancos y acomodados. Esto alimenta una narrativa de que algunos grupos humanos “valen más” que otros según su origen geográfico o racial.
Analistas y críticos han señalado que esta línea discursiva representa una agenda claramente racista y antiinmigrante que va más allá de la gestión migratoria tradicional, abrazando una visión de jerarquías culturales y étnicas.
Olvidar que Estados Unidos mismo es un país construido por inmigrantes —muchos de ellos provenientes de las mismas regiones que Trump denigra— es ignorar la historia fundamental del país. Migrantes haitianos, africanos y de otras partes del mundo han contribuido, y siguen contribuyendo, al desarrollo social, cultural y económico de Estados Unidos.
Reducir a personas a denominaciones despectivas bajo un discurso excluyente no solo es moralmente reprochable, sino que contradice los valores fundacionales de diversidad y oportunidad que definen la identidad estadounidense.
Además, estos comentarios dañan la posición de Estados Unidos en el escenario mundial. Millones de personas en África, el Caribe y América Latina —incluyendo profesionales altamente calificados, estudiantes brillantes y emprendedores potenciales— escuchan estos mensajes y cuestionan si Estados Unidos es realmente un lugar que los valorará.
Los comentarios sobre "países de mierda" no fueron un accidente ni una exageración malinterpretada. Fueron una expresión clara de una ideología que valora a las personas según su raza y origen nacional. Esta visión contradice fundamentalmente los valores que Estados Unidos proclama representar: igualdad, oportunidad y dignidad humana.
La grandeza de Estados Unidos nunca ha residido en aceptar solo a aquellos que ya tienen privilegios, sino en ofrecer oportunidades a quienes las buscan desesperadamente. Los inmigrantes de los llamados "países de mierda" no han empobrecido a Estados Unidos; lo han enriquecido con su trabajo, creatividad, resiliencia y sueños. Olvidar esto no es sólo históricamente ignorante, es moralmente inaceptable.
La frase de Trump “países de mierda” no fue simplemente un comentario desatinado; fue la cristalización de una cosmovisión que valora a las personas por su lugar de origen y que, en consecuencia, refuerza nociones de supremacía blanca y racismo estructural. Las repercusiones de tales palabras resuenan tanto en la política migratoria como en la percepción global de Estados Unidos como nación de inmigrantes.
NO HAY NADA MÁS EXCLUYENTE QUE SER POBRE