La sin esperanza de El Salvador

Aclaratoria: tuve la osadía de tomar un texto de Fátima Piñero y ampliarlo, más como una especie de relato, porque me pareció demasiado bueno. Espero que ella sepa disculpar este atrevimiento que me inspiró su escrito. Y aunque Nayib Bukele y sus crímenes han desaparecido en medio del camuflaje mediático creo que lo que dice Fátima Piñero esta vigente

Había una vez un pueblo lleno de personas algo ignorantes e hipnotizadas por las redes sociales que al mínimo esfuerzo que hiciera el príncipe azul Nayib en su país: una Biblioteca, una Calle o una linda Cárcel salían a postearlo sin razón y catalogarlo lo mejor del mundo, las frases políticas o motivacionales publicadas con su opinión y aparecía con su estampa y percha en los estados y muro hasta de los idiotizados Camaradas de izquierda. Claro ninguno de los del pueblo emigraba para el Salvador (De donde pertenecía el príncipe Azul). Pero si a Estados Unidos donde un feroz Dragón Naranja los empezó a echar.

En ese pequeño pueblo, sumido en la ignorancia y atrapado en una nube de distracciones digitales, entre ellos el Bitcoin, después negado por el Dragón Naranja, los habitantes vivían ensimismados en las redes sociales. A cada gesto del príncipe azul Nayib , consideraban un milagro: una nueva biblioteca, una calle recientemente pavimentada o incluso una flamante cárcel se convertían instantáneamente en motivos de celebración. "¡El mejor presidente que hemos tenido!", proclamaban sin dudar, inundando sus muros con imágenes de su carismática sonrisa y frases motivacionales que jamás cuestionaban.

Pero más allá de sus notificaciones y publicaciones, el pueblo estaba ciego ante el verdadero rostro de su gobernante. Mientras compartían memes y alabanzas, Nayib consolidaba su poder, desmantelando cualquier atisbo de conciencia. En la penumbra de las redes, un descarnado Dragón Naranja, que acechaba desde el norte, comenzaba a despedazar sus esperanzas de un futuro mejor. La frontera se tornó en un muro inquebrantable, y aquellos que soñaron con emigrar a Estados Unidos se encontraron atrapados.

Los días se volvieron oscuros cuando la represión se intensificó. Cualquier voz que disintiera con Nayid fue silenciada. Los que osaron cuestionar su gobierno empezaron a desaparecer, llevados por las fuerzas de seguridad hacia esas nuevas y lujosas cárceles celebradas en las redes. El pueblo, aún hipnotizado, creía que eran solo rumores, hasta que un día, el silencio de los ausentes se volvió ensordecedor.

Así, en un giro trágico, el pueblo encontró que la felicidad que había cultivado en sus pantallas era solo un espejismo. Todos, desde los más fervientes seguidores hasta los escépticos, fueron finalmente apresados y sometidos a torturas indescriptibles. Un eco helado se asentó en el aire: el precio de su ignorancia había sido la libertad, y el príncipe azul, lejos de ser su salvador, se reveló como el verdugo que había arrastrado sus sueños a la oscuridad.

Al caer la noche, mientras las luces del pueblo se apagaban, los agentes represores y policías regresaban a sus casas, humildes y empobrecidos. En barrios marginales de El Salvador, donde los muros agrietados contaban historias de lucha y desesperanza, sus corazones latían con un eco del conflicto. Uno por uno, se despojaron de sus uniformes, dejando al descubierto las cicatrices de sus propias batallas. Sabían que en la búsqueda de una autoridad que nunca existió, habían llegado a la traición a su propia alma.

Al mirar a través de las ventanas de sus hogares, vieron la miseria que compartían con aquellos a quienes habían sometido. La tristeza de las familias desgarradas, los sueños rotos, resonaban en cada rincón. Así, la tragedia no sólo se extendía sobre los que habían sido encarcelados, sino que también caía pesadamente sobre los brazos de aquellos que habían elegido el camino de la opresión. La verdad quedó clara: la tiranía que infligían a otros también los había atrapado a ellos en su red.

La noche se deslizaba lenta, y mientras el dolor y el abatimiento se transformaban en un lamento colectivo, los agentes podían percibir que eran tanto los verdugos como las víctimas de un sistema cruel. La ironía era devastadora: en su afán por mantener el control, habían perdido todo: su humanidad. El eco de los gritos de los inocentes se mezclaba con sus propios susurros de su ya inexistente conciencia, y así, la tragedia se multiplicaba, envolviendo a todos en un ciclo interminable de sufrimiento y desesperanza.

Quizás un día surja la luz nuevamente para alumbrar a El Salvador.



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Oscar Rodríguez E


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