Club de amigos

La Revolución Bolivariana no es un monumento estático, sino un río que avanza con la fuerza del pueblo. Sin embargo, en su cauce se han enquistado piedras que, aunque pequeñas, buscan desviar su curso. No son enemigos declarados, sino actores que se mimetizan con el discurso revolucionario mientras cavan trincheras para sus intereses. A estos grupos los llamamos *El Club de amigos*: por su habilidad para disfrazar su ambición bajo el manto de la lealtad. Son los que traicionan sin hacer ruido, los que usan la bandera roja como escudo para saquear.

El Comandante Chávez, con lucidez profética, advirtió que el peor peligro no estaba en Miraflores, sino en los pasillos donde se conspira con sonrisas cómplices. "El Club de amigos" son herederos de esa vieja práctica: se infiltran en instituciones, cooptan recursos y convierten la militancia en un trampolín para ascender, no para servir. Hablan de socialismo, pero sus acciones huelen a capitalismo de compadres. Se presentan como guardianes de la ortodoxia, pero su único dogma es el beneficio propio.

¿Cómo operan? Crean redes de complicidad, prometen protección a cambio de silencio y convierten la crítica en herejía. Su arma no es la confrontación, sino la cooptación: ofrecen cargos, prebendas o reconocimientos a quienes se plieguen, mientras aíslan a los que exigen transparencia. Así, vacían la Revolución de contenido, reduciéndola a una fachada donde lo colectivo se somete a lo clientelar. No les importa el pueblo; les importa su cuota de poder.

A la militancia del PSUV corresponde una tarea urgente: desenmascararlos. No basta con gritar consignas; hay que ejercer la crítica honesta y la vigilancia activa. El Club de amigos prospera en la pasividad, en el "no te metas", en el miedo a cuestionar al compañero con influencias. Pero la lealtad a Chávez no se mide por los años en un cargo, sino por el compromiso con los humildes. Quien calla ante la corrupción, aunque vista de rojo, es cómplice de la contrarrevolución.

Estos grupos apuestan al cansancio, a la desesperanza. Saben que si logran que las bases bajen la guardia, podrán reemplazar el proyecto histórico por una caricatura burocrática. Por eso, la respuesta debe ser organización popular: asambleas de ciudadanos, medios comunitarios que informen, colectivos que ocupen espacios sin pedir permiso. La Revolución no se defiende con decretos, sino con pueblo movilizado y consciente.

Hay que recordar las palabras del Comandante: "*Revolución es radicalidad*". Radicalidad no significa intolerancia, sino profundizar la democracia participativa, incluso cuando eso implique remover a quienes se aferran a privilegios. "El Club de amigos" teme a las comunas, a los consejos comunales, al pueblo organizado, a todo poder que no controlen. Por eso, construir desde abajo es la mejor forma de dejarlos sin terreno.

No hay tiempo para ingenuidades. La historia de América Latina está plagada de procesos traicionados desde dentro. "El Club de amigos* no es una excepción, sino un síntoma de las debilidades que toda revolución debe superar. Su existencia no es una derrota, sino una prueba de fuego: ¿estamos dispuestos a priorizar el bien común sobre los intereses de grupo? La respuesta define si somos chavistas de verdad o cómplices del retroceso.

Avanzar implica dejar atrás lo que frena. "El Club de amigos" quiere que la Revolución se convierta en un club de beneficiarios, pero el pueblo tiene la llave para cerrarles la puerta. Sigamos el ejemplo de los que luchan en los barrios, de los que enseñan en las escuelas, de los que siembran en los campos. Ellos, sin títulos ni cargos, encarnan el socialismo. Que los oportunistas se queden hablando solos; la Patria sigue su marcha.

Chávez vive en el pueblo organizado..!



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Alexander Quiroz


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