Disrupción

Es una interrupción o rompimiento con la manera tradicional de hacer las cosas. En sus orígenes se manejaba como una estrategia publicitaria de ventas. Ahora está llenando los espacios de la política y, más allá de desbaratar la diplomacia que, se supone, procura mantener relaciones y negociaciones sin conflictos; busca naturalizar la absurdidez.

No es fortuito que su promoción venga de agrupaciones políticas fuertemente inclinadas a la derecha, conjuradas con los medios de comunicación y entretenimiento y los grandes consorcios empresariales. Esto, aunque suene a teoría conspirativa, es lo que está ocurriendo en el mundo de Occidente. Basta con fijar la atención en cómo los discursos, anuncios e imágenes buscan apoyarse en palabras y acciones que van a contrapelo de su significación natural.

Los mejores ejemplos de esta normalización de la disrupción, o dicho de otra manera, desconfiguración de los valores culturales y de ciudadanía, son los discursos de Trump, Netanyahu y Miley. Veamos -en el mismo orden- algunas señas de esto: EE.UU. se apoderará de la Franja de Gaza y nosotros también haremos un trabajo con ella. Seremos sus dueños... Quienes se oponen a la ofensiva israelí defienden el mal y quienes la respaldan promueven el bien... La justificación -para reemplazar libertad por liberación- fue la siniestra, injusta y aberrante idea de la justicia social...

Los disruptores forman, ahora, la vanguardia de la derecha internacional. Ellos, conscientes que el capitalismo es inviable con el aumento poblacional y la reducción de sus soportes naturales, le anuncia, cual heraldos de calamidades, a esa población sin acceso a los costos de producción, que además de sobrar, están descomponiendo los rasgos fundamentales del sistema. En consecuencia, se impondrá, oficialmente, su desaparición.

Para aquella clase media simplona, lo señalado por estos heraldos disruptivos no es, ni siquiera novedoso. Ha vivido asida a lo que le digan sus superiores, que les son históricamente naturales: sacerdotes, guerreros y nobles. Para los pueblos insumisos es la normalización de la tragedia.



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José Manuel Rodríguez


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