Han transcurrido tres semanas desde las elecciones y seguimos insólitamente embasurados. Un gentío, no necesariamente de la derecha, sigue dudando del resultado definitivo. Los datos "oficiales" y los de la gente que sigue a la esquizofrénica Machado, estimulan la duda. Los primeros dicen tener el 51%, los segundos el 70%. Lo hacen aunque lo real, según los datos presentados por el CNE, sean los siguientes: Votos por Maduro: 30,5 %. Votos por todos los demás candidatos: 29,0 %. Votos nulos y abstención: 40,5 %. Esta significativa realidad la han tratado de ocultar. Ella señala la pérdida -para todos los candidatos- de la confianza en buena parte del pueblo venezolano. Ese, casi, 41%, para nada despreciable, es gente defraudada de todos.
En el exterior, la cosa es peor. Los comentarios lanzados al boleo por "Occidente", donde hasta la izquierda es de derecha, junto al coro de cristatis de sus cachorros latinoamericanos, no alertaron a la izquierda fatua de este hemisferio -Lula y Petro-, a mantener silencio. Llamaron a repetir las elecciones o coaligarse con la derecha en un frente para formar un gobierno como el de ellos, ni chicha ni limonada. Volver a las inutilidades de la infeliz Dilma, el arrogante Correa o el viejito contador de cuentos Mujica. Todo complementa nuestra estúpida ingenuidad de invitar, como observadores o veedores, a unos organismos internacionales abiertamente identificados con los intereses de ese "Occidente". Vinieron, siguiendo un guión, a cagarse en nuestra casa.
La guinda en esta torta de estiércol, la puso el propio gobierno. Me explico, siendo un convencido del blindaje de nuestro sistema electoral, no encuentro forma de explicar el silencio de Amoroso por algo diferente al "cállate la boca". No tengo manera de entender, que el gobierno, en vez de pedirle al CNE -es uno de los poderes del Estado- mostrar todo lo necesario para dar certeza de los resultados; decidió darles a los magistrados del tribunal supremo la última palabra electoral. Y de paso dejar que, un compulsivo por el lucimiento, como es el Fiscal General, convierta todo el follón institucional y comunicacional en una muestra del morbo delincuencial de la derecha fascista. La arrogancia y la torpeza parecen ir asociadas.