Dios no mira tus logros, tu riqueza, ni tu poder; Dios solo mira tu corazón"... Fin de la cita.
Varios amigos y lectores de www.aporrea.org dentro y fuera del país, me han enviado mensajes, preguntándome de porque no he escrito mas, el titulo de este articulo lo dice todo.
No rendirse, al miedo, y la salvación: en esta lucha contra el cáncer es mi resignación.
Venezuela me rompe el corazón de todas las formas imaginables que tuve en mi lucha política. Eso está garantizado, y yo no puedo explicarlo, como tampoco la locura que llevo dentro o la que lleva los demás. La vida nunca es justa, pero debes afrontar los golpes y seguir adelante. Y hoy cuando tengo el corazón roto tendré que volver a reconstruirlo y, no solo eso, tener que volver a confiar, y esta es la parte más difícil. A pesar de todo esto, aunque la vida me rompa todas las ilusiones debo seguir soñando por una gran Venezuela, porque si no lo hago ¿qué clase de vida estoy viviendo, junto a mis queridos hermanos venezolanos? ¿Para qué queremos una vida si no la estamos aprovechando?
No se puede vivir con miedo toda la vida. La vida es así: te caes, te levantas y te vuelves a caer. Pero, si ni siquiera te mueves por temor a caerte, en realidad, ya te has rendido.
Precisamente porque en el fondo soy alguien muy optimista, y muy vital, alguien que cree profundamente en la vida, y que vive lo más profundamente posible, la noción de la muerte es también muy fuerte en mí. Siempre se despertó en mí el sentimiento religioso. Y entonces la noción de la muerte para mí no es una noción que yo pueda esconder o disimular o buscarle un consuelo con la idea de una resurrección, de una segunda vida. Para mí la muerte es un escándalo. Es el gran escándalo. Es el verdadero escándalo. Yo creo que no deberíamos morir, y que la única ventaja que tienen los animales sobre nosotros es que ellos ignoran la muerte.
Mi reacción ante está enfermedad, esta vez ante los escasos recursos económicos para enfrentar esta situación la acabo de decir, y por eso tengo que comprender que la muerte es un elemento muy importante, y muy presente en cualquiera de las cosas que yo he escrito. ¿De morir de mengua o con dignidad?
El amor por mi patria Venezuela, ha sido siempre para mi el amor en cualquier tiempo, y en cualquier parte, pero tanto más intenso cuanto más cerca del peligro está. Como muy claro lo dijo Gabriel García Márquez en Cien Años de Soledad: "Nadie debería descubrir el significado de la vida antes de haber cumplido cien años". Y al final la vida es eso: el amor que pasa, la vida que pesa, la muerte que pisa.
Cuando me diagnosticaron Linfoma No Hodgkin por primera vez en el 2011 la situación económica, del país, eran otras y milagrosamente me salvé, gracias a la ciencia médica quedé completamente recuperado con diez y nueve sesiones de quimioterapia en mi humanidad.
La lucha contra el cáncer marca a diversos ciudadanos dentro de una misma familia venezolana. Y pocas familias se salvan del terror que genera esta palabra. Escribo esto y pienso en la mía. En los que ya no están, y en los que seguimos aquí, trepando por las paredes salpicadas de cemento filoso para seguir adelante.
El cáncer entra como un rayo, ni siquiera te avisa. No hay vuelta atrás: me he vuelto a enfrentar al huracán, yo que siempre he estado en la batalla.
Muchos compañeros de lucha me sugieren solicitar ayuda a los nuestros en esta situación tan difícil, he tocado varias puertas, y estoy dispuesto a aguantar hasta que no pueda más.
Escribo este artículo para no escuchar tanto ruido a mí alrededor. Mi forma de luchar, cuando más lo necesito, es escribir. Quizá ante el miedo que genera el momento nuevamente, de este diagnóstico también surjan efecto las letras. O mientras se lucha contra el terror. Existen letras que hablan de todo lo que ha formado parte de mi vida, y de la de tantos hermanos venezolanos. De lo bueno, y de lo malo, y también de lo que no se sabe muy bien a cuál de los dos bandos en pugna se pertenece. Hablar de esa necedad de coger el daño y gritarlo, para que duela un poco menos, para escucharlo más bajito. Es el grito el que me salva de estos días convulsivos tan extraños. No tengo ni remotamente miedo de morir, pero admito que me "llena de terror" la idea de retirarme en plena batalla. Sé lo que tengo, pero realmente no me interesa, está fuera de mi control. Si no puedo controlarlo, no me meto con eso. Todos los días me levanto agradecido y, me encomiendo a Dios.