Archipiélagos y continentes, chiripas y cucarachas, ratones y león

Hace poco Enrique Ochoa Antich presentó un mapa de la nata política venezolana, a la luz de lo que él intuía en algunas encuestas e informaciones de diversas fuentes, eran las perspectivas de las elecciones del 21 de noviembre y el día después. Lo que él observaba ya lo habían dicho otros, y además repetido, a propósito de algunas iniciativas como esa del "Voto Inteligente", grupo de "influencers" donde participan exministros y exrectores, aparte del propio Ochoa Antich (un ex ¿qué?), que pretenden orientar los votos de la gente (que necesita, claro, una orientación "inteligente") en medio de la brutalidad de la fragmentación y la desorientación que embarga a los descontentos con el gobierno.

De todo ese análisis, me quedó la imagen geográfica de, por un lado, un archipiélago (es decir, un conjunto de islas) y, del otro, un continente (un macizo cuerpo de tierra firme). Los pedazos de terreno rodeados de agua por todos lados, representan, por supuesto, las muy diversas expresiones de lo que sólo globalmente puede calificarse de "oposición"; mientras que el lado del gobierno, obviamente, se representa como, digamos, una inmensa Eurasia.

La metáfora es bastante pedagógica. De ella, Ochoa Antich deriva la esperanza de que pueda conformarse un gobierno de unidad nacional, producto de un amplio entendimiento de todas esas islas e islotes, con el continente. No sabría reproducir con precisión la lógica de tal razonamiento. Por otro lado, la constatación desalentada de la extrema e inevitable fragmentación de la oposición, en beneficio del gobierno burocrático-militar, lleva a gente inteligente como Luís Fuenmayor a recomendar votar por algunos candidatos, algunos exchavistas (la más evidente, la Negra Antonia en Portuguesa), otros, de la llamada "mesita" (lo digo con ánimo cariñoso, no despectivo) como Falcón, e, incluso, algunos abiertamente del G4, como Manuel Rosales (también cariñosamente, el "Sócrates maracucho"). En resumen, los postulados que podrían reunir la mayor parte de ese jugoso pedazo de descontento que pudiera convertirse en determinante de la política venezolana en los tiempos futuros.

Las metáforas tienen su momento y su suerte. Por cosas de la edad, recuerdo aquel "chiripero" que Petkoff una vez opuso a la gran cucaracha (esta metáfora no era de Teodoro, sino de Alí Primera), y que luego se adhirió al gobierno de amplio y heterogéneo respaldo de Rafael Caldera en 1993. Ahora, las imágenes pasaron del orden zoológico (o, mejor, entomológico), al orden geográfico. Se gana en belleza literaria, hay que reconocerlo. No es lo mismo ser chiripa que isla, ni ser cucaracha que continente. Si vamos a metáforas y alegorías, también se podría recurrir a aquella clásica que oponía los ratones al león. Incluso, esta última metáfora se prestaba a ilustrar matices muy importantes, como aquella conocida distinción entre la aspiración a ser cola de león y la de llegar a cabeza de ratón.

La verdad es que es difícil empinarse para poder ver algún horizonte luminoso en una situación tan complicada como la que tenemos los venezolanos. A raíz de una explicación del amigo Roberto López sobre las etapas de la historia moderna venezolana y sus correspondientes "reyes de la baraja", hasta llegar a Chávez (cosa que Herrera Luque no llega siquiera a barruntar), recordaba yo aquel libro de Manuel Caballero donde se hablaba de las crisis históricas de Venezuela. Decía el historiador que cada crisis era un agotamiento de un proyecto, de unas élites, de un sistema completo de orientaciones tanto para los gobiernos como para sus oposiciones; pero su desenlace comenzaba cuando se vislumbraba un nuevo actor, muchas veces marginal, invisible hasta ese momento, que anunciaba un "nuevo elenco", un nuevo proyecto, etc. Hoy todavía no hay tal cosa y la crisis sigue y seguirá. Es lo más que podemos hoy anticipar, sin engañarnos.

Esto indica que la crisis no se puede reducir a la fragmentación de la oposición. Ni siquiera a la crisis compleja que incluye lo que he llamado una deconstrucción de nuestra cultura, que abarca desde la cotidianidad, pasando por todas las instituciones, la economía, hasta llegar al descentramiento del Estado y la pérdida de perspectivas nacionales de la juventud. Tampoco se refiere nuestra crisis únicamente a la pretensión de convertir al gobierno en un simple atajo de delincuentes organizados con fuerza armada propia, sujeto de persecución del sistema judicial norteamericano o hasta mundial, como algunos ilusos se imaginan con la visita del fiscal de la CPI. O a la dimensión geopolítica, un factor de primera importancia, reconocida por un alto funcionario norteamericano que advertía que con el apoyo de China, Rusia e Irán podía sobrevivir el gobierno de Maduro por un tiempo indefinido.

Volviendo al plano electoral, mirando a esos pocos días que quedan, es completamente comprensible la dispersión y el fraccionamiento a raíz de la derrota de una oposición (¿cuántas van? Y, además, seguidas) que basó su política en el sostén de una brocha que pintaba un techo: el apoyo norteamericano. Guardando las distancias, esa derrota se parece a la de la izquierda histórica que en los 60 trató de "asaltar el cielo" imitando con una morisqueta lo que ella había entendido del gesto del Che. Esta de la oposición al chavomadurismo es otra derrota del gesto, como aquella. Toda derrota es huérfana, es decir, se convierte en un mar de acusaciones para descubrir la madre. Todos quieren ser cabeza de ratón. Posicionarse, en términos de marketing. Y esto significa distinguirse de los otros competidores. Luchar por ser chiripa. Islita perdida en el mar.

Pero ese espectáculo es completamente patético. No voy a recurrir a la manida alegoría de los borrachos y la botella vacía, porque ésta, ese 80 y pico por ciento de rechazo al gobierno, no está tan vacía. Más bien acudiré para ilustrar mi punto a ese pequeño video que circuló hace poco por las redes, donde un representante de un olvidado país insular, Tuvalu, habla para el enésimo encuentro de la ONU sobre el "cambio climático", parado, con el agua ya a la altura de sus rodillas, porque el mar ya está borrando su país.

Se entiende que Ochoa Antich sueñe con un gobierno de una amplia unidad, donde las islas (o las chiripas o los ratoncitos) se unan con el continente (o la cucaracha o el león). Es la expresión de un deseo. Como un sueño. También lo es el llamamiento inteligente a los "mejores" candidatos.

Pero estemos claros: no estamos cerca de un pase de época, de un "relevo de elenco", de un fin de la crisis. Ahora viene una competencia a ver cómo se posiciona cada pequeño emprendimiento político para, al menos, decir que se limpió la placita del pueblo bajo nuestra administración. Aparte de ver cómo hacemos para merendar con el león sin que éste nos meriende a nosotros al confundirnos con un pasapalo.



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Jesús Puerta


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