Repuesta a la profesora Amarilis Longa

Opositor extremista y golpista es todo aquel que desea llegar al poder a la fuerza, a él no le importa la Constitución, ni mucho menos las decisiones de las mayorías, por ello irrespeta los procesos electorales, y lo que es peor, le resbala, le importa poco, la suerte que pueda correr el pueblo.

El mayor problema que priva en un opositor extremista es que desea erigirse jefe supremo de las clases populares, de las grandes mayorías, sin ningún liderazgo, solo porque se cree que pertenece a una raza superior y a las élites, cuando no tiene, en la mayoría de los casos, donde caerse muerto.

Apela a todo, incluso, al asesinato, con tal de llegar al poder. Muchas veces se alimenta de las drogas para darse valor y energía, aunque de por si es cobarde y llorón, como está claramente demostrado, cuando caen en manos de la justicia.

Su principal virtud es la traición. Incluso la pone en práctica entre su misma corriente. Se las da, igualmente, de “piquito de oro”, de ser conocedor a profundidad del mundo político global, a pesar de no haber leído un libro que lo avale.

Repite como el loro la doctrina capitalista: el socialismo es malo es criminal, mientras apoya las barbaries y las guerras injustificadas que la gran potencia promueve para someter a los países en minusvalía, con el objeto de hacerse de sus riquezas.

Por lo general se le encuentra en todas partes, sin ser mayoría, incluso muchos visten o vistieron el uniforme verde de oliva esperanzados de conquistar el poder, pero su escasa capacidad intelectual hizo que se fueran de baja, frustradamente.

Sin doblegarse, un opositor extremista, enfermo por naturaleza, luego se arrincona, se “achinchorra”, buscando espacios para actuar soterradamente, en contra del gobierno y de las mayorías.

Pero igualmente se vuelve halagador de la clase política reacia que no arrima un “boche al mingo”, que vive de la fantasía, de la mentira, simplemente porque no maneja discurso ni mucho menos un programa.

Aplaude por igual a cuanto imbécil sale a atacar al gobierno, sin argumentos y adoctrinados a las políticas del imperio.

Apoya a los empresarios, pero aquellos que son deshonestos, a los mismos que desangran al pueblo con la especulación y los altos precios. Justifica los hechos de corrupción, porque piensa que ese es un derecho que le ha dado el pueblo.

Llora, chilla y patalea, al mismo tiempo, cuando tiene que pagar los servicios públicos, o los impuestos, por cuanto es también un tacaño por naturaleza y solo quiere comer él, junto a su reducido grupo de secuaces.

Un opositor extremista, por más que se le oriente y se le haga ver de dónde parte el problema, así lo aconseje la familia, es ciego, sordo y mudo, por cuanto cree que la razón le asiste y que el poder le pertenece.

Como característica propia, un opositor extremista tiene un cromosoma de más que lo lleva a ser violento, asesino, piro maniaco y cleptómano, en especial con el erario público. Por eso apela, cuando se queda sin argumentos, a la ofensa, al descrédito, sin importarle llevarse por delante a sus propios familiares.

Un opositor extremista desconoce la honradez, la amistad, la verdadera camaradería, sin que pueda despojarse de sus intereses. El odio, por naturaleza, es el combustible que lo hace ir adelante.

Al mismo tiempo vive y piensa en solo sacarle provecho a todo, con tal de ver sus arcas personales repletas, para luego aspirar verse retratado en las páginas de los primeros diarios del país, como todo un gran señor.

Al verse acorralado, porque es inculto y no lee, trata de subestimar al adversario tildandolo de bruto e incapaz, lo que hace que se la pase la gran mayoría del tiempo, ante sus frustraciones, enojado, molesto, con malestar, dispuesto a atacar como un perro con mal de rabia.

Claro está, hay un antídoto para controlar a un opositor extremista, seguir siendo patriota, leal, amar al prójimo, querer al país, y sobre todo, ser solidario con los que menos tienen.


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Italo Urdaneta

Periodista, historiador y profesor universitario

 italourdaneta@gmail.com

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