Alí Primera, en su aleccionadora canción «Solo para adultos»[1], relata cómo Juancito preguntón, que apenas está en su primer año de escuela, entre otras acuciosas interrogantes a su padre, le indaga: «Papito, ¿Cuál es la relación entre la teoría y la práctica?»; y la metafórica respuesta fue: «Perdona, no te escuché, es que hay mucha gente hablando en el cafetín de al lado […]».
Nutrido con el acervo martiano –que enseña que «El pensamiento se ha de ver en las obras» y que «Hacer es la mejor manera de decir»–, Fidel, consciente de la coherencia que debe caracterizar a un marxista-leninista, ponía especial énfasis en esa relación que intrigaba a Juancito, que es esencial para una organización que se reivindique como comunista y de la que han carecido muchas veces sectores y personajes de la variopinta izquierda venezolana, latinoamericana y mundial.
Por eso, el recordado e incansable barbudo insistía en que «No se puede tener una posición teórica y otra posición práctica»[2], teniendo claro que «[…] el ejemplo es una forma de aplicar la teoría, el ejemplo es una forma de educar a las nuevas generaciones»[3], por lo que «[…] las abstracciones tenemos que convertirlas en hechos»[4].
De ahí también que el destacado intelectual y dirigente comunista portugués Álvaro Cunhal, al reflexionar acerca de la «Verdadera y falsa autoridad»[5], refería que «la autoridad no parte de la afirmación de quien la tiene, sino de la actitud de quien la reconoce. No es una imposición estatutaria, sino una adquisición verificada por la práctica», y complementaba que «El poder de decisión [en referencia a un organismo de dirección o un dirigente] es sinónimo de competencia. Pero la competencia para decidir no significa necesariamente autoridad.»
El experimentado revolucionario alertaba que, cuando se hace sistemática, «la invocación del argumento de la autoridad impide el debate constructivo, priva al Partido de la contribución de los militantes, traba la reflexión y tiende a fomentar la falsa idea de que el más responsable siempre tiene razón.»
Estos fundamentos ponen sobre el tapete aspectos que resaltamos en la 13ª Conferencia Nacional del PCV (2014), cuando definimos que «[…] a lo interno del Partido, debe mantenerse una permanente vigilancia revolucionaria y una intransigencia en el cumplimiento de los principios y los Estatutos del Partido, porque, en mayor o menor medida, presenta expresiones de la lucha de clases que se libra en la sociedad», y que «[…] las mejores armas frente a retrocesos y desviaciones son la fortaleza ideológica y la claridad del proyecto político, que se expresan en la consecuencia y la vigilancia revolucionaria, diariamente, en la lucha, los objetivos, las normas, los métodos y los principios.»[6].
No en balde, en una comunicación hace cerca de un año, puntualizaba que «[…] esto requiere una dirección ejemplar […] que con ética y sin complicidades realmente represente [estos enunciados] en la práctica, no sólo en lo discursivo», en correspondencia con características que enfatizaba el referencial camarada Eduardo Gallegos Mancera acerca de «Los máximos dirigentes»[7], de quienes se debe exigir «[…] honestidad integral, ausencia de soberbia y disposición a ser los primeros en cumplir los estatutos.»
Asimismo, subrayaba el dirigente del máximo nivel debe «[…] desechar la prepotencia, la irascibilidad, la arrogancia […]. Y debe estudiar, estudiar constantemente la realidad nacional a la luz del marxismo-leninismo […], sin actitudes dogmáticas, sin dejarse llevar a la rutina, calibrando iniciativas, ventilando acusaciones sin abrir trecho a la chismografía maligna que tanto daño nos ha causado.»
Por ende, constituyen prácticas incompatibles con estos valores: cualquier acción que tienda a minar el proceso de desarrollo formativo y la autoconfianza de ciertos cuadros para que sientan temor de expresar sus ideas, planteamientos y propuestas sin el previo visto bueno de quienes tienen mayor trayectoria o determinadas responsabilidades de dirección; así como, en la práctica, penalizar a algunos camaradas, a través de métodos como la estigmatización, la exclusión de tareas o la invisibilización en espacios, sólo por expresar posiciones que le sean incómodas a dirigentes del máximo nivel.
La aplicación consecuente de los vigentes fundamentos ideológicos, políticos y organizativos marxistas-leninistas, es requisito para construir el Partido revolucionario de vanguardia –que, como señalamos reciente, «[…] por su tradición, historia, principios fundacionales y objetivos enunciados, el PCV sigue siendo en Venezuela la organización que tiene las mejores condiciones para llegar a convertirse [en éste]»[8]–, que encabece el derrocamiento de la burguesía y la toma del poder político por la clase obrera y el pueblo trabajador, para iniciar el tránsito hacia el comunismo, cuya primera fase será el socialismo.
[1] Incluida en el lado A de su disco Canción para los valientes (Promus, 1974).
[2] Discurso pronunciado por el 6º aniversario de la Revolución, 2 de enero de 1965.
[3] Discurso pronunciado en la clausura del 5º Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas (UJC), 5 de abril de 1987.
[4] Discurso pronunciado en la clausura de la Plenaria Nacional de la Industria Básica, 7 de diciembre de 1970.
[5] O Partido com Paredes de Vidro (1985), Editorial Avante! SA, Lisboa, 6.ª edição, 2002.
[6] «La organización marxista-leninista», 13ª Conferencia Nacional del PCV, 8 al 10 de agosto de 2014.
[7] Las cualidades del dirigente, Partido Comunista de Venezuela, Serie Cantaclaro, 1988.
[8] «Aún no es tarde para corregir», 11 de mayo de 2020.