El Fondo Monetario Internacional junto a Juan Guaidó Un criminal de guerra

El Fondo Monetario Internacional, que anunció el desembolso de un préstamo especial sin compensación a los países que lo solicitan, ha rechazado las demandas tanto de Irán como de Venezuela. «El perro no come perro», dice un viejo dicho italiano, y así los potentados económicos y financieros no se vuelven contra Estados Unidos. Los halcones del Pentágono han decidido reducir su contribución a la Organización Mundial de la Salud en más del 50%, prefiriendo asignar los fondos de prevención humanitaria, científica de la USAID a Juan Guaidó con fines desestabilizadores.

La justificación proporcionada por el FMI es que no habría unidad entre los países para reconocer el gobierno legítimo de Venezuela, presidido por Nicolás Maduro, o el de un títere virtual pero con los bolsillos llenos de dinero robado a los venezolanos, que responde al nombre de Juan Guaidó. Un criminal que, después de pedirle a sus padrinos occidentales el bloqueo económico y financiero de Venezuela, hoy insiste en pedir nuevamente que ingrese la «ayuda humanitaria» de Estados Unidos.

Ahora dice que ha «permitido» que los médicos venezolanos que están fuera del país, y que actúan como sus enviados en el extranjero, sean «contratados» por las administraciones públicas. Uno de los administradores de extrema derecha de Lombardía se hace eco de esto, tratando de crear confusión entre la llegada de médicos chinos y cubanos, y la de venezolanos que se oponen a las políticas públicas bolivarianas como él se ha opuesto a las italianas. Y no podía faltar la intervención macabra de otro buitre que deambula por Europa, Julio Borges, a quien le gustaría aprovechar de la llegada del coronavirus para derrocar al gobierno de Maduro.

En Italia, la salud pública, resultado de los logros alcanzados por las luchas de la década de 1970, ha sufrido los mayores recortes a favor del sector privado, que hoy muestra toda su inutilidad. En una Europa de los poderosos, que ha impuesto feroces recortes en las políticas públicas para pagar impuestos a multinacionales y bancos, en tiempos de coronavirus, uno muere de trabajar también en función de la escala jerárquica de los países europeos.

En Italia, faltan 56.000 médicos y 50.000 enfermeras. Entre 2012 y 2017, se cerraron 759 salas de hospital, hoy hay 5,6 enfermeras por cada 1.000 habitantes. En Francia, la proporción es de 10,5 por habitante y en Alemania de 12,6. En los hospitales italianos, hay 3,2 camas por 1.000 habitantes, en Francia 6, en Alemania 8. En Italia, desde 2010 hasta hoy, se han cortado 37 mil millones de euros de financiación al sector salud. Desde 1990 hasta hoy, las camas se han reducido en un 50%.

La salud pública también se ha vaciado desde el interior, con la ley que permite a los médicos ejercer de forma privada en los hospitales, en beneficio de la industria de salud y seguros privados, directos o complementarios, que cuestan muchísimo. Se quería imponer progresivamente el modelo norteamericano, tanto injusto como ineficiente, como se muestra claramente también ante esta pandemia.

La victoria de China sobre Covid-19, por otro lado, muestra lo que se podría hacer si una sociedad pensara en el desarrollo del bien común y no en el beneficio de esas 60 familias que poseen la riqueza del mundo. El coronavirus es un acto de desconfianza mundial contra un sistema capitalista en crisis estructural que, con el pretexto de querer defender la paz, en 2018 asignó un promedio de 240 dólares por persona a la guerra. Los medios de comunicación europeos no hablan de eso, pero las grandes maniobras OTAN-EE. UU. llamadas Defender Europa 20, las más grande durante 25 años, no se detendrán por el contagio, tal vez solo sufrirán una disminución en el número de soldados.

Esta es la explicación de la reacción rabiosa de Trump y de los think tanks israelíes que están intentando cargar toda la culpa de la pandemia a China, acusándola de no haber comunicado la existencia del virus a tiempo. El «paciente cero», por otro lado, podría ubicarse en los Estados Unidos. Y el Ministerio de Relaciones Exteriores de China acusó a los Estados Unidos a este respecto. En resumen, una batalla monumental que es todo menos obvio, tanto a nivel geopolítico como simbólico, está en marcha, y que compara precisamente dos modelos.

Si gana el capitalismo, si ganan los dueños del planeta, la pandemia terminaría llevando agua a su molino. Como alguien señaló, por ejemplo, los ancianos que en Italia mantienen una gran parte de la economía precaria ayudando a las familias con las pensiones obtenidas en los años en que las luchas han producido el estado de bienestar, morirían.

Los nietos se quedarían con esas casas donde los jóvenes que no pueden pagar un alquiler viven amontonados con los viejos, con buena paz de las invitaciones a no salir y mantener su distancia. Y, de hecho, las figuras públicas que cantan o lanzan llamamientos desde sus espaciosas casas, tan estridentes con respecto a las chozas en las que habitan los menos acomodados y los inmigrantes, comienzan a indignar.

¿Cómo pueden los pobres mantener su distancia, cómo pueden hacerlo los prisioneros amontonados como animales, a medida que las cárceles se vuelven cada día más basureros sociales? El Covid-19 muestra los efectos devastadores de esa guerra gigantesca contra los pobres librada por la globalización capitalista.

En Italia, los principales medios de comunicación enfatizan los gestos de «generosidad» de los grandes ricos. Berlusconi donó 10 millones de euros, Unicredit y Unicredit Foudation 2 millones, el supermercado Esselunga 2,5 millones de euros …

Cuando el marxismo todavía era una ideología capaz de influir en los comportamientos y el sentido común de millones de personas, se formularía al menos una pregunta: ¿de dónde proviene tanto dinero si no de los bolsillos de los trabajadores forzados en los últimos años a sacrificarse como si no había otra alternativa? Y habríamos reflexionado sobre la razón de esta caridad tan peluda. ¿No será por temor a la reacción de las masas sobre las cuales esta crisis pesa por completo?

En las calles de Roma, casi completamente desiertas, solo las “panteras” de la policía andan por estos días. Y hay quienes piden la intervención del ejército y el uso extensivo de los big data para buscar y castigar a las personas que salen de la casa sin justificación. Sin embargo, es una medida que preocupa a quienes saben que el poder puede emerger de las crisis fortalecido si una fuerza organizada no interviene para cambiar el rumbo a favor de los sectores populares.

Las sociedades capitalistas, cada vez más punitivas y disciplinarias, utilizan el tema de la «seguridad» o de la «unidad nacional» para controlar y reprimir los conflictos sociales. El ejército popular en Cuba o la unión cívico-militar en Venezuela son herramientas muy diferentes de los ejércitos y las fuerzas represivas de los países imperialistas que, por ejemplo en Chile o Colombia, tratarán de aprovechar esta oportunidad también para aislar y reprimir las luchas populares.

En este sentido, la explosión del coronavirus muestra la profunda debilidad de los movimientos y de las fuerzas alternativas de Europa. Tanto es así que, paradójicamente, es precisamente la extrema derecha, una parte activa en la destrucción de los derechos de las clases populares, la que grita más fuerte, tratando de sortear la situación, colocando trampas y objetivos falsos.

Siempre, a lo largo de la historia, en la dialéctica de buscar el bien común, en presencia de crisis o guerras, ha habido minorías que no han tenido miedo de agudizar las contradicciones. Desafortunadamente, en Europa, hace tiempo que falta algo como la subjetividad revolucionaria organizada, sobre la cual nació y creció la influencia del marxismo. Durante años, falta en Italia la presencia de un partido capaz de difundir las razones de la oposición social en el Parlamento. Los movimientos populares y las fuerzas alternativas son débiles y fragmentados.

A diferencia de lo que sucede en América Latina, no hay un ejemplo concreto de socialismo en Europa al que referirse. No existe una visión común que nos permita enmarcar la complejidad de esta crisis, sin perder la esperanza o perder la oportunidad.

El nuevo obstáculo, de hecho, está determinado por la necesidad de contener el virus aislándose de otros seres humanos. Tomando como referencia la historia, el socialismo, y la posibilidad de insertarse en contradicciones sistémicas para volverlas a favor de la alternativa, ¿cómo podríamos accionar de manera rentable en esta situación?

¿Cómo reconstruir un frente capaz de criticar tanto la sociedad de control y el uso de big data y resaltar la necesidad de planificación en la producción? ¿Cómo prepararse para el «reinicio» que tendrá lugar después de esta pandemia jugando bien nuestra batalla?

Una clave decisiva es seguramente la solidaridad y el internacionalismo. Celebrando las relaciones de hermandad que existen entre China y Venezuela, y la pronta cercanía del gobierno bolivariano en el momento más delicado de la batalla contra el coronavirus en China, el embajador de Beijing en Caracas le recordó a Delcy Rodríguez un viejo dicho de su país: «Si en tiempos de necesidad me ha proporcionado una sola gota de agua, le devolveré una fuente completa».



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Antonio J. Rodríguez L.


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