La negociación de la soberanía sirve a los Estados imperialistas

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Decía Albert Camus: “Cada generación se cree llamada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá rehacerlo. Pero su tarea es quizá mayor. Consiste en impedir que el mundo se deshaga”. La izquierda es empática y piensa también en las generaciones futuras, las que aún no han llegado. No hay expresión más grande de generosidad que reconocer derechos a quienes no exigimos ningún deber.

“Como el neoliberalismo. Inventar una sociedad de robots donde puedes dar rienda suelta a tus sueños de gorila, patriarcales, violentos, racista. Donde las mujeres son putas, sumisas o monstruos sin escrúpulos, donde todos los habitantes del pueblo son presuntos delincuentes a los que puedes ejecutar justamente en tu papel de juez de la horca. ¿Y la vida buena? ¿Y el espacio de la fraternidad? La empatía desaparece porque todo el parque recreativo está para satisfacer a quienes han pagado. Y los que pagan, en el neoliberalismo y en Westworld, ni se imaginan formar parte, siquiera simbólicamente, de la diversión de nadie”.

En la actualidad e vive uno de los momentos críticos de ese ciclo. La clase política que dominó la escena nacional a raíz del derrocamiento del gobierno desarrollista del general Marcos Pérez Jiménez que agudizó la fractura de la sociedad, quebró al Estado; y ha obligado a la aceptación del modelo desarrollista —esta vez con apoyo foráneo— que ha agudizado la profundización de la brecha en la ya seriamente dividida comunidad nacional. Sin embargo, el fracaso de la clase política no ha significado su derrota, y ello ocasiona la lucha que hoy se escenifica dentro de la mascarada del combate a la corrupción, en la cual el objetivo central es la derrota de la burocracia y su consiguiente subordinación a la burguesía.

En esa lucha el fortalecimiento del poder de la burguesía es fundamental; y ello está en función de sus relaciones externas. De allí el interés marcado por la diversificación del aparato productivo moderno que permite la ampliación de las exportaciones y la autonomiza del Estado, de quien ha dependido por la eficiencia de la industria petrolera, bajo control total del sector político; y la correspondiente oposición al desarrollo del sector petrolero que, por su mayor rentabilidad, permite una mayor acumulación y, en consecuencia, fortalece al estamento político.

La cuestión aquí planteada no es predecir quién ganará la batalla. Quien la gane, y como consecuencia del triunfo continúe con el mismo comportamiento, tendrá una victoria pírrica, pues ello incrementará el proceso de desorganización social y nos llevará nuevamente a la guerra civil, rompiendo la unidad de la nación y debilitando de manera desproporcionada al Estado. Es lo que hemos llamado la “colombianización” de Venezuela. Ahí, sí, definitivamente se “jodió” Venezuela.

“En una situación como esa los jugadores principales actuarían con la conducta estúpida del novato que, aun con fuertes pérdidas, juega el resto, con el agravante de que al final del juego quiebra la casa y éste no puede continuar. De manera que en esta oportunidad de juego que tenemos, los actores deben jugar racionalmente. Esto es, aceptar unas reglas —las que impone la instauración y aplicación del Estado de Derecho—que conviertan la lucha en competencia, a fin de no repetir lo del poema: “voy jugando a Rosalinda” y la noche nos “devuelva los corotos”, pero perdamos la amada”.

¡La Lucha sigue!




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Manuel Taibo


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