Diplomáticos de la miseria y el lujo de ser venezolano

Llama la atención el menosprecio del gobierno a la inmensa cantidad de compatriotas que se ha ido del país. Los avioncitos de vuelta apenas condimentan el melodrama. A su vez, la migración sirve de llamativo argumento internacional a la oposición. Se dobla en solo rechazo al oficialismo, lo que es fracaso social. Y en esto, las relaciones de negación mutua entre gobierno y oposición han sido determinantes. Así, la despoblada tampoco es culpa sólo del oficialismo, aunque haga lo posible para merecerla. Al deterioro general de la vida social, se suma precariedad laboral e hiperinflación (que abre un hueco inmenso de desigualdad), violencia y delincuencia (de hace mucho), crisis hospitalaria y de medicinas (el asesinato culposo de las autoridades), pérdida de calidad educativa, amenazas de guerra e invasión, desesperanza.

En un inicio, se fueron de las clases medias altas, manifestando su rechazo al gobierno. Hoy, de cualquier postura política, estrato social, nivel cultural, condición moral, porque no hay una única manera de ser venezolano. La Colombia que ve nuestra migración como plaga, "invasión" indeseada, no recuerda que, desde la década de 1950, Venezuela recibió a millones de los suyos, todos gente humilde y sin formación, cuyos descendientes son hoy indistintos venezolanos (¿qué significaría una guerra para ellos?). Obreros, campesinos, gente del sector servicio, que no sufrieron xenofobia, sino el clasismo de ser pobres en una sociedad del "cuánto tienes", banalizada por el modelo referencial del neorriquismo. Igual que la mayoría de los venezolanos.

Pero también vino mucha delincuencia, prostitución, gente de baja ralea, que ondearon su bandera mirandina en barrios tomados. A Colombia se le atribuye el invento del secuestro express, el pranato de la droga (no somos productores, mientras que la hermana economía es la primera del mundo), las vacunas a propietarios y comerciantes. Seguramente, se aprendió rápido y tendremos ya méritos propios. Pero aquí no se impuso, y son apenas casos aislados, el asesinato sistemático de líderes populares y políticos, la alternativa del sicariato para una juventud abandonada, paramilitares gubernamentales y guerrilleros anquilosados, cuya violencia vengativa llevó a pueblos enteros a desplazarse huyendo de la muerte. Sin embargo, el flamante presidente colombiano, que cree cierto su apellido aristocrático, sólo quisiera ingenieros petroleros y profesores universitarios. Pero así no son las cosas. Contribuye en lo que puede a la crisis en Venezuela, pero quisiera una frontera sólo para la entrada del contrabando de extracción (¿habrá todavía algo que extraer?) y la salida de la droga.

La migración es, primero que nada, dolorosa para la propia Venezuela. La experiencia desconocida de la separación, el alejamiento. Proyectos de vida frustrados, horizontes achatados. Muchos, al abandonar el país, pierden lo poco o nada acumulado, puesto en mala venta. Buitres no faltan. Al barrenar las naves, se queman raíces y recuerdos. Muchos, para justificar su partida (como si hiciera falta), para justificársela, pintan peor lo ya tan complicado. Volver se torna un retorno retórico a una patria que pierde, entonces, signos de reconocimiento. Los más capacitados, los más exitosos, seguramente, ya no volverán. Tantos.

Pero la crisis ha sido particularmente ética, y el gobierno no es el único responsable, aunque hay asimetrías culpables (ya destemplará El Pollo su canto, mientras Guaidó pió tarde). Se jugó a doble banda la destrucción y el sabotaje. El gobierno abrió el chorro de una corrupción descomunal, y se empaparon también muchos opositores. En esto no lo fueron, tan maniqueístas como suelen ser, es más, pusieron el know-how, la experiencia adeca. Hoy apenas los despreciamos llamándolos bolichicos, pero tienen muchos nombres de renombre. La oposición, variopinta, desde el primer día de Chávez, apostó al fracaso, a la no participación, a la no negociación. Dejaron los espacios técnicos vacíos, que se llenaron de fieles corruptos. Ya volverían los buenos tiempos. Ya recobrarían el país. Mientras tanto, desearon tierra arrasada para finalmente tener la razón. Hoy cantan victoria. El desastre inevitable, más allá de todo lo que Maduro ha contribuido a ello. Claro, también Chávez. Su arbitrariedad militar auspició la opacidad vergonzosa de la administración pública ("¿cifras pa’ qué?" Eran signos de la economía burguesa…). Las expropiaciones caprichosas, sin planes alternativos ni control. Su desprecio para quienes eran entonces minoría, en la cual estaba el sector productivo privado, que no por rentista dejaba de ser necesario.

Tardaremos mucho en recuperar algo que nos enorgullezca de nuevo. Desinstitucionalidad y macroestado ineficiente. Infraestructura destruida. Clausura empresarial. Relaciones comerciales enrarecidas. Industria petrolera en quiebra. Campos abandonados. Las consecuencias de la desesperación arcominera nos lleva a inicios de la explotación petrolera. Vendedores de naturaleza bajo condiciones impuestas por transnacionales. Contaminación definitiva de las cabeceras de ríos (mayor escasez de agua y electricidad). La Soberbia Amazonas envenenada, y ni para referencia histórica servirán las tribus nuestro-americanas. Para leyenda negra, ésta.

Qué duro es ser venezolano en el extranjero en estos tiempos. Explicar a otros lo que, a nosotros mismos, nos cuesta creer. ¿Cómo llegamos a esto? ¿Cómo y quiénes se rasparon más de 500 mil millones de dólares? ¿Y apenas se habla? ¿Por qué la oposición no toma el Arco Minero como tema, la corrupción como caballo de Troya, el análisis de la deuda como punta de lanza contra acreedores fraudulentos? Diplomáticos de la miseria, parias del desfalco más grande de la historia, sin ocultar el que también se desvistió al detal en raspacupos, bachaqueros, gestores, traficantes de influencias, etc. Usureros de moca monta. Estrategias del débil contra el más débil. Empedrado está el camino al infierno.

Como si fuera poco, nuestros consulados y embajadas están llenos de una burocracia que no ha sido mejor que la instalada dentro, macrocefálica y miserable. Hoy los venezolanos en el exterior son la fuente principal de su financiamiento, y no el objetivo de sus servicios. Todos pagamos y pagaremos la quiebra del Estado corrupto. No hablemos de las remesas… Por lo pronto, una mera renovación de pasaporte, un sello sobre la libretica, cuesta 100 dólares para el Saime, más "gastos consulares" que, en casos como Italia, son otros 100 dólares. Es decir, 200 dólares por dos años. ¡La nacionalidad más cara del mundo! El lujo de ser venezolano en el exterior. ¡Qué más da quien no pueda pagarlo! Es el sudor de la burocracia lo que cuenta.



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Alejandro Bruzual

Alejandro Bruzual es PhD en Literaturas Latinoamericanas. Cuenta con más de veinte publicaciones, algunas traducidas a otros idiomas, entre ellas varios libros de poemas, biografías y crítica literaria y cultural. Se interesa, en particular, en las relaciones entre literatura y sociedad, vanguardias históricas, y aborda paralelamente problemas musicales, como el nacionalismo y la guitarra continental.


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