Por qué perdió Páez la condición de prócer

En 1819, cuando Bolívar decide emprender la campaña hacia la Nueva Granada, Páez, dentro de estos planes, se compromete atacar a Cúcuta, y no lo hace. En 1826, se revela contra el poder central, acicateado por los godos caraqueños y valencianos, en una clara declaración de guerra contra el poder central, encarnado entonces en Bolívar. El Libertador se ve en la necesidad de levantar un poderoso ejército para meterlo en cintura y se moviliza hacia Caracas. Esta gran perturbación desvincula al Libertador de las enormes tareas que tiene en mente para organizar la gran unidad continental de la América Hispana.

Para finales de diciembre de 1829, Páez levanta de nuevo los estandartes de su rebelión. Arismendi había conseguido que varios pueblos se pronunciaran por la separación de Colombia. Escribió Páez una carta al Libertador donde le pide que abstenga de contrariar la voluntad del pueblo porque estaá decidido a inundar de guerrillas al país.

Apenas llegó Bolívar a Bogotá, comenzaron los preparativos de la instalación del Congreso Admirable; el 20 de enero de 1830 se iniciaron las sesiones, y Sucre fue elegido presidente del Congreso. El 27, el Congreso emitió una resolución por la cual se resolvía mantener la integridad de la Gran Colombia. Había un sentimiento generalizado de que la vida del máximo héroe estaba a punto de expirar. El Congreso comenzó a nombrar comisiones para resolver los grandes males, sobre todo en la materia relativa a las pretensiones de Páez, de modo que en un último gesto de reconciliación se nombraron a Sucre y al obispo de Santa Marta, don José María Estévez, para tratar con los agentes del León Apureño. Salió Sucre hacia Cúcuta, el 17 de febrero. Unas cuatro semanas duraron estas negociaciones, en la hacienda Tres Esquinas, en la Villa del Rosario. El general Santiago Mariño, jefe por el bando venezolano en las negociaciones, llevaba órdenes expresas de Páez de no llegar a ningún acuerdo, aunque se aceptase como condición para ello, la expulsión de Bolívar del territorio colombiano. "División o nada" era la divisa de los agentes venezolanos.

A Sucre, le sobraban enemigos gratuitos, y si no lo hubiera eliminado José María Obando en Pasto, lo habrían hecho José Gamarra o Santa Cruz en el Perú, o en Bolivia; en Ecuador su enemigo mortal iba a ser Juan José Flores. En Venezuela lo era Páez, quien no lo habría admitido sino muerto. Porque a Páez también le chocaba el carácter generoso de Sucre y se lamentaba de que fuera venezolano. Recuérdese que Páez en vida jamás guardó un minuto de silencio en memoria del Gran Mariscal. Su muerte le importó un comino.

En 1830, Páez se une a los liberales caraqueños y neogranadinos para asestarle el puñal por la espalda al Libertador. Es el acto criminal por el cual Páez proscribe a Bolívar de su propia patria. Fue Ángel Quintero quien en sesión secreta del Congreso, celebrada el 28 de agosto de 1830 en Valencia, propuso que se debía incluir en la solicitud del presidente Páez con respecto a dictar sanciones a los desafectos internos al gobierno, un artículo “que pusiera fuera de la ley al general Bolívar, en el momento en que pisara suelo venezolano, y que lo pudiera encarcelar cualquier autoridad que lo apresara, así como a los jefes principales que le acompañaran”, lo que fue admitido el 30 de agosto, en la sesión Nº 175 del Congreso Constituyente de Venezuela que, luego de las consideraciones de rigor, y con el solo voto salvado de José María Vargas, que en realidad se opuso porque ya el proyecto de Constitución a punto de ser aprobada establecía sanciones para los desafectos a la causa decreta: “1º El Poder Ejecutivo de acuerdo con el Consejo de Gobierno podrá expulsar del territorio de Venezuela, o confinar a algunos puntos de él, por tiempo determinado, a todos los individuos que por su conducta inspiren temores que pueden subvertir el orden. 2º En el artículo anterior están comprendidos cualesquiera individuos que hayan residido en este territorio desde antes del pronunciamiento de Venezuela, y manifiesten de algún modo desafección al orden existente; los que habiendo venido de los departamentos del Centro o Sur de Colombia, dieren fundados motivos de desconfianza después de haber fijado aquí su residencia; y los que hayan sido comprendidos en el decreto de amnistía expedidos por este Congreso a consecuencia de los movimientos de Río Chico y Orituco, supuesto que la gracia que se les concedió, nunca puede servir de embarazo al Poder Ejecutivo para tomar medidas que aseguren el orden y la tranquilidad pública.

Basado en este decreto, el presidente del Congreso, Francisco Javier Yánez, escribe al presidente Mosquera en la Nueva Granada, expresándole su disposición y la del Gobierno nacional de entablar relaciones con ese país: “Benéficas serán sin duda para el uno y otro estado semejantes relaciones. No será fácil prever hasta donde se extenderán sus útiles resultados; pero Venezuela, a quien una serie de males de todo género ha enseñado a ser prudente, que ve en el general Bolívar el origen de ellos, y tiembla todavía al considerar el riesgo que ha corrido de ser siempre su patrimonio, protesta que tendrán aquellas lugar mientras éste permanezca en el territorio de Colombia, declarándolo así el Soberano Congreso en sesión del día 28. Estos son los sentimientos del pueblo venezolano, y de orden de sus representantes lo manifiesto a V.E. para que se sirva ponerlo en conocimiento de la respetable asamblea a cuya cabeza se encuentra”.

PÁEZ FUE EXTRAORDINARIAMENTE MERCANTILISTA O PROTO-NEOLIBERAL: Unos de sus primordiales afanes fue hacerse inmensamente rico. Lo de héroe de la independencia, lo de prócer de la República de Colombia o de Venezuela, lo tuvo como algo muy secundario. Sólo cuando la derrota y la pobreza lo mordieron en el alma se acordó con dolor de Bolívar y de las traiciones contra la patria. Fue Páez el hombre que más ventaja sacó en los reclamos de sus haberes militares. No contento con las vastas posesiones de tierra y ganado que tenía en Apure y Barinas, se propuso adueñarse de grandes extensiones en el centro y cayó sobre la Hacienda La Trinidad de Tapatapa, cerca de Maracay y que había pertenecido al Márquez de Casa León, prácticamente en un trato con Santander quien arreglaba las leyes para él poder cogerse lo suyo (Hatogrande, cerca de Bogotá). Pero siguió abultando sus posesiones y extendió Páez sus garras hasta cerca de Calabozo en el Estado Guárico con el Hato San Pablo. Continuó insaciable haciéndose dueños de más tierras con el fin de acrecentar sus rebaños. Todas estas propiedades junto con una refinería de azúcar en Aragua, le aseguraban una renta anual por encima de 40.000 gourdes. Sin contar las numerosas casas de las que era propietario en Maracay, Valencia y Caracas. En la capital era dueño de un teatro y de varias galleras. Pero sus mayores ingresos provenían del control del monopolio en la venta de carne que se vendía en Caracas, como José María Obando, el asesino de Sucre, lo era en el Cauca. Quizá era el hombre más rico de Venezuela, de Ecuardor y de Colombia juntos. Todo esto en un país supremamente pobre.

Dos años menor que Páez, Santander resultaba en ciertos aspectos su polo opuesto: sus divergencias morales serán, con el tiempo los arquetipos políticos de las regiones que representarán. Páez era arrebatado y mañoso; los venezolanos serán arrebatados y tramposos. Páez era muy mujeriego y, por tanto atrevido, desconfiado. Santander era de falsa delicadeza, proclive a ceder ante lo convencional; rencoroso y vengativo, y tenía paciencia, sabía esperar: amaba eso que se llama el espíritu de las leyes, pero en verdad que sólo cuando debía esgrimirlo para favorecer sus planes, sus proyectos muy personales.

Bolívar en 1818, sintió especial estima por Páez por ser éste básicamente ganglionar, de expresión entonces franca y por estar en aquella época totalmente entregado a la lucha por la independencia de Venezuela. Si hubiese sido serio como Antonio José de Sucre, otro gallo habría cantado en América Latina. Bolívar le debió presentar a Santander, diciéndole como lo solía hacer con su imaginación futurista, que ambos estaban destinados a dirigir, uno el destino de la Nueva Granada y el otro el de Venezuela. Seguramente les solicitó tratasen siempre de entenderse en todo para la consolidación de la república, que pronto se vería levantar en toda esta parte norte del continente. Es probable, igualmente, que con esta petición del Libertador naciera el resquemor, la competencia y la vil lucha que estos personajes llevarían a cabo para destrozar la obra sublime de la Gran Colombia, y cada uno quedarse con su parcela.

Apenas Bolívar dejó los llanos, Páez se desentendió de sus responsabilidades y Arismendi y Mariño, cual bandoleros, se pusieron en cuatro manos a recoger las migajas de poder dejadas por el Libertador: depusieron al vicepresidente doctor Francisco Zea, elegido por el Congreso de Angostura en febrero de 1819. Arismendi se coronaba jefe político y militar de Venezuela, e incluso celebró la noticia en la que se decía que a Bolívar lo habían derrotado en su intento por llegar a la Nueva Granada.

Este será el eterno drama del Libertador, Venezuela arde por los cuatro costados porque los caudillos no respetan nada sagrado y otra vez se han alzado, y él tiene que desenvainar la espada para poner orden. En realidad, las teorías de Bentham, sostenían que no existía la conciencia, y que la usura no hacía mal a nadie: Santander oficios a los jefes que se habían quemado el pecho en la guerra y les decía: "Pidan, pidan, que ustedes se lo merecen[1]” y el sabueso de Páez tragó el hueso de la repartición nacional, y como “buen meritócrata venezolano" preguntó al señor Francisco que en dónde había para coger. "Pues, yo le apunto que allí tiene usted la hacienda de Marqués de Casa de León y la hacienda "La Trinidad" en los valles de Aragua... Después que usted esté instalado le voy a regalar un hermoso alazán para que recorra sus posesiones[2]". Páez, que era muy sensible, lloró sobre la misiva y respondió a su protector: "Yo he quedado íntimamente reconocido a la oferta generosa de su hacienda. Excuse devolver el obsequio, pues usted sabe muy bien que de mis intereses, mi persona y cuanto yo valgo puede usted disponer en confianza. El caballo que me ofrece lo admito con tanto más gusto, cuanto es obsequio de un amigo verdadero[3]”.

Actuando de este modo, Santander se convirtió luego en el más furibundo defensor de la propiedad, llegando a decir al respeto que la propiedad "es superior a cualquier otro, en términos que hay un escritor de reputación -¿Bentham?- que asienta que sería más tolerable la violación de la seguridad personal que no la de la propiedad[4]”.

El 22 de julio de 1848, Páez solicitó a través de Bejamín Shields, encargado de negocios en Venezuela, la ayuda norteamericana para invadir a su país y propiciar la intervención de EE UU en los asuntos internos de Venezuela. Además, Páez se vale de otros lugartenientes para suplicar esta intervención. Es así como se autoriza por la Junta de Gobierno de Maracaibo, el 24 de abril de 1848, a Juan Manuel Manrique, ex secretario de Relaciones Exteriores del gobierno de Soublette (1842-46), a viajar a EE UU para solicitar la ayuda y la intervención norteamericana y facilitar sus gestiones ante el presidente James Polk; en tal sentido, escribió una carta a Shields, en la que le explicaba tales propósitos, en particular una “poderosa mediación” o “una intervención eficaz si fuera necesario[5]” Le suplica que lo haga por la defensa de sus propios intereses. Además Páez, por intermedio de su secretario y agente Hermenegildo García, le solicita a la monarquía española ayuda para invadir a Venezuela, en carta dirigida al gobernador colonial de Puerto Rico, Juan Pezuela y Cevallos. La respuesta no pudo haber sido más humillante para el héroe de Carabobo por parte del gobierno español: “sus deberes lo obligan a no mezclarse en las disenciones que afligen a ese país desventurado desde que sus naturales se rebelaron contra el gobierno de los Reyes que por tanto tiempo los habían hecho felices[6]”. El cónsul inglés en La Guaira, J. Riddel, escribe el 20 de febrero de 1849 al canciller Palmeton: “No hay duda de que el señor José Antonio Páez pidió ayuda militar para derribar al gobierno constitucional de su país, a la misma potencia contra la cual luchó y adquirió honores y posición a que vuelve la espalda y tan malamente aprecia… la publicación de este documento ha provocado un estallido general de indignación contra Páez aun entre sus propios partidarios… exponiendo la propia existencia de Venezuela como Estado independiente con el fin de recuperar su perdido ascendiente[7]”.

[1] El historiador Julio Hoenigsberg, en su libro SANTANDER ANTE LA HISTORIA, trata de contrarrestar los duros cargos contra Santander, diciendo que éste no poseía una obsesión por la riqueza. Lo hace mal, porque su defensa la centra en que Páez, Montilla y Urdaneta pedían satisfacciones económicas, tan parecidas a las que exigía el Vice.

[2] Citado en la obra “Santander Ante La Historia”, Julio Hoenígsberg. Tomo Primero, Barranquilla, 1969, Colombia, Pág. 85.

[3] Ut supra.

[4] “El venezolano”, Caracas, abril 23 de 1824; A.H.N. Congresos, IX, Págs. 814-816.

[5] Véase “Mariño y las guerras civiles” de Caracciolo Parra Pérez, Tomo III, pág. 163-170.

[6] Ibídem, pág. 280, citado en “La cara oculta de Rómulo Betancourt”, Simón Sáez Mérida – Fondo Editorial almargen. Caracas, 1997.

[7] Ibídem, págs. 280-281.


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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