Las lagrimas de Kety

Desde la panadería estábamos viendo la cola del abasto del frente, la señora que me acompañaba esperando le sirvieran un con leche grande, caminaba de un lado a otro preguntando precios manifestando que ella no iba hacer cola por ningún producto, decía no les voy a dar gusto a ellos, no tengo grandes cantidades de dinero, pero si es pan de sándwich lo que venderán ella prefería volver a la tarde a comprar su canilla así le costara más. Estoy amotinada reafirmaba la señora, no puede ser que nos hayan llevado a esto mendingando comida y decidiendo cuanto tengo que comprar, ni en Cuba, allá con su libreta los cubanos saben que tienen un paquete de arroz para tantos días, eso es fijo y seguro. Pero no me voy de Venezuela, no voy a vender mi carro mucho menos mi casa. Mire señor habló dirigiéndose a mí, yo vivo sola con mi esposo mi única hija se fue para Uruguay, allá trabaja cuidando enfermos mayores porque tienen una población con mucha gente de tercera edad y los hijos tienen que trabajar por lo que las clínicas contratan un personal para que cuiden de los viejitos tal como si fueran familiares, estando pendientes de conversar con los señores, llamar a la enfermera por cualquier mal estar o emergencia una especie de acompañantes a ese nivel, tanto ella como el esposo laboran en lo mismo. La hija cuidando mujeres y la pareja haciendo lo mismo con caballeros. Así se ganan la vida en Uruguay. De repente veo que se le aguan los ojos y brotas lagrimas con pocas fuerza, pareciera que ya le quedaban muy pocas de tanto sufrir por la ausencia de su hija. Por segundos recordé las lágrimas de mi madre por la desaparición física de dos de mis hermanas, cuando lloraba y yo le preguntaba si estaba llorando, contestaba "no hijo hace tiempo se me acabaron las lagrimas". Ante el cuadro dramático de la señora me atreví a preguntarle su nombre y me dijo Kety, no quise entrar en detalle si en realidad era Katy, porque al momento entro una vecina y por igual la saludo por Kety. Siguió hablando, mirándome a los ojo como buscando una palabra de consuelo, yo lo único que podía hacer era escucharla con atención, me confesaba que la situación vivida era muy grave que hasta en el núcleo familiar hay rompimientos, expresaba no entender el fanatismo de un hermano fue tanta la rabia que agarró con un él que hasta borró su número de teléfono, ya que tenía un chip metido en la cabeza que lo hacía ignorar su realidad puesto que en ocasiones el papá le enviaba dinero para hacer mercado, y aun así defiende el régimen tal como si fuera un ministro. Ella siempre supuso que esto sucedería, desde los alzamientos de febrero e imaginó que esto no iría nada bien. Se entiende por favor señor, que con tanto petróleo no se consigan medicinas, increíble que se muera tanta gente por paludismo y subida de tensión arterial, y ya los niños de la calle tomaron el espacio de los perros. Volvió a soltar lagrimas, le dije tenga fe, me contesto hasta esa la perdí.

 

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Pedro De Lilla

Cronista e investigador social

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