Dios mío, no aguanto esta presión

Algunas personas, incluida chavistas, me van a caer encima. Lo sé porque conozco como es el ser humano. Pero igual me da. Escribiré en primera persona mi actividad de un día, de 24 horas, pues. Quien se arreché no más al leer la entrada de este artículo, le agradecería no seguir leyendo. Me haría el mejor de los servicios. Pero no se me está prohibido callar, aun siendo un furibundo revolucionario. Las cosas hay que echarlas para fuera para que no nos dañen más de lo que nos han dañado nuestro cuerpo. Hay que drenar, de alguna manera el escandaloso estrés. Este relato tiene su connotación de queja. Tampoco se me está permitido no quejarme. ¿Por qué? Porque nadie te puede prohibir que no te quejes, ora de un dolor, ora del hambre, ora de la sed, ora de los CLAP, o de lo que sea. Dice el señor Will Bowen, quien escribió un libro titulado "Un mundo sin quejas", que "Quejarse es hablar de las cosas que no gustan más que de las que sí te gustan. Cuando nos quejamos usamos nuestras palabras para enfocar cosas que no son como quisiéramos…"

En efecto, estoy de acuerdo con la cita del libro de Bowen. Cuando yo digo, porque de una cosa estoy seguro, es que soy yo quien se queja diciendo "Dios mío, no aguanto esta presión". Me estoy quejando de lo que me presiona y me hace sentir mal. Rara vez uno se queja de algo que lo hace sentí bien… Luego, si me quejo es porque existo. Elemental, mi querido Watson. Como un ejemplo, de cómo es la presión que no aguanto, ni un minuto más, veamos mi quehacer en un día cualquiera de esta semana, o de la pasada, da igual:

Todo comienza cuando me acuesto: colocó sobre la almohada una cabeza caliente, llena de toda vaina. Pienso en que el siguiente día debo levantarme temprano para ir a sacarme la sangre para el antígeno, a solicitud de mi oncóloga. No tengo el dinero en efectivo, ni en tarjeta alguna. Pienso cómo lo voy a conseguir tempranito. En mi nevera no hay queso, ni mantequilla, ni leche. Tampoco tenemos aceite, ni harina de maíz, ni casabe, mucho menos arroz. Pero lo más grave es que la "Bicalutamida" de 50 mg, se me está agotando, por lo que tengo que apelar a mi hija Melitza, quien vive en México para que me la envíe. Con todo y que ahora es posible que tenga que ayudar a Peña Nieto a pagar el muro de Donald Trump. ¡Qué vida, no! Hay que pagar el condominio que cada mes sube como la espuma. Hay más, pero caigo cansado de tonto rollo en un sueño superficial, hasta el vuelo de una mosca me despierta.

Leen esto: si me quedado dormido a las 11, a las 12 me levanto a orinar. Me vuelvo acostar, y así paso la noche, cada hora me levanto a orinar, por culpa de lo que fue mi próstata. Amanece: siento que estoy falto de sueño. Me siento débil y me voy para los lados. Pero así y todo, comienza mi rutina, con firmeza, con tolerancia, esperanza, y amor por todos y todas… Pero, siempre hay un pero que se atraviesa, no puedo conseguir una bolsita de los CLAP… Y eso me arrecha. Señor Bernal, le pregunto: ¿Por qué unos reciben y otros no? Yo soy venezolano, no tengo que ser chavista para tener derecho a recibir la famosa abolsa, aunque sea cada dos meses. En este país todos somos iguales. Todos tenemos los mismos deberes y los mismos derechos. Aquí en Venezuela todos y todas tenemos derecho a comer de lo poco que el Estado está ofertando.

Voy acompañado de mi esposa al laboratorio. Cuando me llega el turno le indico a la enfermera cuál es el brazo donde encontrará más fácil la vena. Lo logra. Salimos hacia la casa, sin haber comido nada. No hay plata para una empanada y un café. Al llegar, comemos algo, rebuscado a aquí y allá. El siguiente día mi esposa va en la búsqueda de los resultados en el laboratorio: alegría. Casi todos los valores están donde deben estar. El antígeno se vino abajo, de 47.6 bajó a 2.3 en el anterior estudio, ahora está ubicado en 0.26 Buena noticia… Dios es bueno y existe, a pesar de un leído autor.

Debo ayudar a mi esposa con nuestra nieta, pues los padres están trabajando. Mientras juego con ella me viene, como ha sucedido en estos últimos días, un sangramiento por la nariz y la boca. Eso me ocupa entre 20 y 30 minutos. En plena vaina me acuerdo que tengo que ir a sacar el carnet de la Patria. Cuando me recupero un poco, una amiga me hace el favor de ir en la búsqueda del lugar, donde supuestamente, están sacando la cosa esa. ¿Saben qué? Después de dar más vueltas que un trompo conseguimos el sitio, pero un camarada me dice: "No hay material, o sea, no hay nada, venga el próximo viernes". ¿Cómo creen ustedes que me devuelvo para mi apartamento? No lo voy a decir, porque ustedes lo saben hasta mejor que yo.

Llegó la hora de almuerzo. Un poquito de carne molida, con unos trozos de yuca y un vaso de agua. En la tarde, es decir, a la hora de la cena: un trozo de pan de hacer perro caliente, ya con muestras de moho, una taza de café con leche. El café disque es artesanal, y la leche no tiene marca. Eso sí, ambos más caros que una consulta médica. Después me pongo a ver el canal 8 para constatar si Maduro tiene algún anuncio nuevo que beneficie a los de tercera edad. Pero no dicen nada nuevo. Entonces, ¿qué hago? Ponerme a ver en Globovisión a "Todo con Penzini". Prefiero ver en el canal 8, al "chivuiíto" de "Corriendo y Cayendo". Así llegó a la novela de las 9. La veo porque a mi esposa le gusta, y además se desarrolla en Puebla, ciudad que ha visitado mi hija, Melitza, y quien está loca porque nosotros nos vayamos para allá… Con qué se come eso… Sigo, a esa hora no hay más nada. Ya pasó el Abierto de Australia y la temporada oficial del béisbol profesional. Y en el golf, nada que ver. Lo veo cuando juega Jonathan Vegas. Y eso un tantito porque siempre anda más perdido que el hijo de Limberg. Entiéndase los últimos lugares… Con más cruces que la carretera de Cúcutata a Bucaramanga.

Pero hay algo que contribuye a esta insoportable presión: es la habladera sobre la crisis económica y política. Desde que me levanto hasta que me acuesto, este donde este, y como esté, estoy siendo bombardeado por la habladera. Y los noticieros ni hablar. Los entrevistados, sean del chavismo o de la MUD, no hacen sino repetirse, repetirse y repetirse. Parecen un disco rayado. Así que vuelve a agarrarme la noche, y el círculo vicioso del pensar sobre el qué hacer el siguiente día. Pregunto: eso es vivir, vivir. O es el morir, morir que nos asecha.

Nota: Hay cosas que suceden en esas 24 horas, que no aparecen por respeto al lector. Pero ganas me da de echarlo todo para fuera. Ahora, cualquiera de ustedes, sobre todo si es de la oposición, podría decirme: "Pendejo ¿y que haces apoyando a Nicolás Maduro y a su revolución? Respondo: Dígame usted mismo para dónde voy a coger cuando estoy al borde de los 80. ¿Para la MUD? Zape gato. Allí no hay uno solo "líder" que merezca mi confianza. Pero aunque lo hubiera, nací rebelde, soy rebelde y moriré rebelde. Y los rebeldes son revolucionarios, y los revolucionarios somos chavistas, y, por ende, maduristas, por razones obvias. Hasta la próxima.



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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