España, historia y la intrahistoria

La historia es, para Don Miguel de Unamuno, lo que pasa y no queda, las olas que ruedan sobre el mar continuo y hondo de la intrahistórica. Sólo la intrahistoria es la verdadera tradición, la tradición interna. La otra tradición, la de los “desenterradores” tradicionalistas, sería la “constitución histórica”, que-no “interna”. España ha sido hecha por Castilla y por la lengua castellana, sí. Pero a su vez Castilla ha ido y tiene que ir haciéndose cada vez más española. Este y no otro es el sentido de los regionalismos, más vivaces cada día, “síntomas de la españolización de España”, que no está aún concluida, ni mucho menos. Pues Castilla, a la vez que hacía España, “paralizó los centros reguladores de los demás pueblos españoles, inhibióles la conciencia histórica en gran parte, las echó en ella su idea, la idea de la catolización del mundo”, y de este modo los castellanizó.

España, que había expulsado a los judíos y que aún tenía el brazo teñido de sangre mora, se encontró, a principios del siglo XVI, enfrente de la Reforma, fiera recrudescencia de la barbarie septentrional; y por toda aquella centuria se convirtió en campeón de la unidad y de la ortodoxia.” Esto dice uno de los españoles que más y mejor ha penetrado en el espíritu castellano, que más y mejor ha llegado a su intra-historia, uno de los pocos que ha sentido el soplo de la vida de nuestros fósiles. Pues bien: a pesar de aquel campeonato, alienta y vive la barbarie septentrional, y aún tendremos que renovar nuestra vida a su contacto; lo sabe bien y lo comprenden y siente el que escribía lo precitado.

El casticismo castellano es, como su paisaje, “cortante y seco, pobre en nimbos de ideas”, donde todo se ve recortado y contrapuesto; así, “un realismo vulgar y tosco” y “un idealismo seco y formulario”, que caminan juntos, como Don Quijote y Sancho, pero que nunca se funden.
E inmediatamente del plano de la casta pasa al plano de la lengua: este espíritu disociativo y polarizador se revela en la expresión, en el culteranismo y el conceptismo, en el énfasis retórico y en las secas sutilezas conceptuales. Espíritu –sigamos con el vaivén– en el que predomina la voluntad, la “gana” y su localización en los órganos genitales, el valor del toro, la impetuosidad y la lucha por el botín, la “individualidad” sobre la “personalidad”, los “trabajos” –casta de conquistadores– pero no el trabajo. También en el amor castellano se da esta dualidad porque es grosero o es austero, rara vez de veras sentimental o sensual. Y dentro de este conjunto, la Inquisición —la inmanente o latente tanto o más que la otra– fue un instrumento de aislamiento, de proteccionismo casticista.

Aislado el espíritu, la lengua ha perdido fecundidad; casi ningún escritor castellano se permite inventar voces nuevas, aun dentro de la índole del idioma. Unamuno, por esta época, reclamaba la enseñanza filológica del castellano, para conseguir así la ampliación viva de su léxico. Cuando empiece en España a conocerse en vivo la lingüística –escribe en otro lugar– aprenderemos a “hacer el español, la lengua hispanoamericana, sobre el castellano, su núcleo germinal, aunque sea menester para conseguirlo retorcer y desarticular el castellano”, ese viejo castellano, “lengua de oradores más que de escritores”, que “necesita para europeizarse a la moderna más ligereza y más precisión a la vez, algo de desarticulación, puesto que hoy tiende a las anquilosis, hacerlo más desgranado, de una sintaxis menos involutiva, de una notación más rápida”. “Revolucionar la lengua es la más honda revolución que puede hacerse; sin ella, la revolución en las ideas no es más que aparente.

No caben, en punto a lenguaje, vinos nuevos en viejos odres”.
Es tal vez el artículo de 1903 “Contra el purismo”, el más expresivo de esta íntima relación entre la lengua y el ser de España. Comienza así:
“Hay que volveré a levantar voz y bandera enfrente y en contra del purismo casticista, de esta tendencia que, mostrándose a las claras cual mero empeño de conservar la castidad de la lengua castellana, es, en realidad, solapado instrumento de todo género de estancamiento espiritual;  y lo que es peor aún, de reacción entera y verdadera”.

¡Chávez Vive, la Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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