Andrés Eloy, rojo [rojito]: “¡La ley entra por caja!”

 


La raíz no ve el fruto pero lo nutre; la multimillonaria empresa polar -así llamada- es pionera en el fomento de la cola y de la caja inútil, desde hace ratísimo -para no irritar a los puristas del lenguaje, he querido significar, desde hace mucho rato- puso en marcha un perverso modus operandi en ese sentido.

A saber, la referida corporación chupasangre a la vez que, por una parte movía los resortes de la escasez, acaparando la harina de maíz y etcétera artículos indispensables para el consumo popular, por otra hacía estudio de campo y en el sector donde había veinte chinos seleccionaba uno al que enviaba un camión con algunas de las pacas acaparadas y hacía correr la voz: “el chino tal va a vender cual cosa”.
A primera hora de la mañanita un grupito de pagados formaban un cola que despertaba la curiosidad de los ávidos parroquianos, frente al chinito Chang Chin Wen Chon, quien a las 9 de la mañana se instalaba al frente desde adentro, sentado con la caja en las piernas y empezaba a despachar uno o dos paqueticos a cada uno de los humillados compatriotas que en larga cola bajo el sol ardiente hacían recurso de paciencia para esperar su turno de comprar pero sin que se les permitiera acceder al interior del establecimiento.

A la contraloría social le llamó la atención que el grupito que encabezaba la cola se iba apartando una vez formada ésta. Era un montaje, el mismo grupito hacía lo propio en otras ocasiones y sin más ni menos entonces se esparcía a regar rumores, a lo largo de la cola, en contra del gobierno.

Esa fue y es una de las tantas burdas estratagemas enemigas aplicadas en las colas.
Otra, maléfica y muy evidente, consiste en mantener ociosas la mayoría de las cajas ya instaladas en los establecimientos, aparte de que en las pocas que operan se aplica discriminación u operación morrocoy. De ahí que el compatriota Andrés Eloy, rojo [rojito], Superintendente del ramo que ha de ponerle la pata en el pescuezo a tantos especuladores sinvergüenzas, no vaciló en exclamar: ¡La ley entra por caja!
Al efecto lo primero que hizo ese muchacho fue dirigirse a inspeccionar el abasto bicentenario y cuando él profirió su grito de guerra, los cajeros fruncieron el ceño -en señal de ¡zape gato!- pero en cambio, las cajeras se fueron al M(i)aster, un ratico, a acicalarse, pintarse los labios y etc (por sí las dípteras).

¿Qué interpretó cada cajero o cada cajera? ¡Haga cada quien su juicio!
Pero la ley es la ley.

 



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Guillermo Guzmán


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