Recordar es abril

Al terminar el artículo leí el título y me di cuenta que me había equivocado, en vez de escribir “vivir” coloqué abril. Supuse que la busaca de los recuerdos me había jugado una trastada y si eso fue así debió ser por alguna razón. Fue entonces cuando descubrí que abril es un mes de gran trascendencia en la historia republicana de Venezuela. Y cosa curiosa, por fortuna dentro  del calendario Gregoriano, todos los siglos y durante todos los años existirá el mes de abril.

    El primer abril que me llegó a la memoria fue el 19 de 1810. Entonces comprendí que los recuerdos son algo aceitosos y se resbalan, hasta hacen presencia aún sin llamarlos. Reflexionando sobre esta fecha colegí que ciertos hechos históricos son bipolares, en el caso del día referido fue una jornada infausta para los monárquicos y feliz para la república en cierne. De repente me llegó el 2 de abril, memoricé que  en el año 1819 aconteció el triunfo de las Queseras del Medio,  una de las batallas donde el general Páez se llenó de gloria. Como siempre, tal hecho histórico implica  lo que llamo la bipolaridad: un día de gloria para el Ejército Libertador y una desgracia para las tropas realistas.   

    Continué pensando en otros abriles y me fueron llegando a mi embotado cerebro unos sucesos sobrevenidos  hace exactamente diez años, el 11, 12 y 13. Por mi cabeza florecen, como una película, manifestaciones convocadas por una organización llamada Coordinadora Democrática, que paradójicamente aglutinaba a FEDECAMARAS, la agrupación patronal; la CTV, el malhadado gremio de los sindicatos; la jerarquía eclesiástica e inexplicablemente a la Gente de Petróleo, ejecutivos bien pagados de PDVSA, cuya única finalidad, de todas éstas, era derrocar el gobierno democrático.   Los medios de comunicación, la televisión, la prensa escrita y la radio, destacaban a la “sociedad civil”, como los únicos asistentes a las marchas, en representación de todos los habitantes de Venezuela.  Cosa rara, mi cabeza, algo maltrecha por el tiempo, no recuerda a  los vecinos del oeste de capital,  la gente de Petare,  Observatorio, Propatria, Carapita, en general la de los barrios de Caracas,  acudiendo a  estas manifestaciones en contra del gobierno, para ellos tales marchas les eran indiferente. Solamente en algunas  capitales de la provincia se suscitaban actos de protestas. Compresible, mi memoria retiene que a los pobres les llegaban, como nunca ocurrió en la cuarta república, los beneficios del gobierno de mi comandante Hugo.

   Cómo no evocar  a unos jóvenes del partido de derecha… ¡ah! ya lo tengo, creo que se llama Primero Justicia. Sus voceros, unos burguesitos petimetres,  quienes siempre aparecían por televisión. Si mi memoria no falla se llaman Julio Borges, Leopoldo López y Enrique Capriles, todos ellos haciendo un llamado para desconocer la Constitución aprobada por el pueblo en un referéndum y acusando a Hugo de dictador. Las remembranzas se resbalan por las dendritas de mi cerebro y al primero de los citados anteriormente  lo recuerdo en la pantalla de mi televisor haciendo el papel de juez chimbo en un programa grotesco  de RCTV. Eso hace diez años y no sé por qué razón aquellos mancebos todavía los veo en la pantalla televisiva, a pesar de la tiranía: a uno como diputado, otro como gobernador y candidato presidencial de la derecha y al tercero, como asesor de la campaña electoral del aspirante majunche. Situaciones singulares en una cruenta dictadura.

    Qué cosa, recuerdo en la plaza, de la llamada “ meritocracia”, a los voceros de la Coordinadora Democrática haciendo una convocatoria, trasmitida por todos los canales televisivos incitando a violar la Constitución. Eran los mismos personajes representantes de los viejos partidos de la Cuarta República, los empresarios oligarcas, los ejecutivos de PDVSA y los directivos de CTV, quienes instigaban a marchar hacia Miraflores a sabiendas de lo que iba a suceder. Ya los generales golpistas estaban preparados, los primeros ponían los muertos y los segundos las armas. Malos recuerdos persisten dentro de mi mollera canosa, imposible olvidar tanta ignominia. 

    No sé cómo funciona la mente, pero de mi cabeza no puedo apartar aquellos nefastos sucesos del once y doce de abril, cuando el mal ya tenía preparado la emboscada para echarle la culpa al gobierno de Hugo. Tengo presente todavía a unos camaradas bolivarianos colocados en Puente Llaguno salvaguardando la Constitución y cosa extraña, al periodista mendaz de Venevisión afirmando, sin ver los que sucedía, que los defensores disparaban a mansalva contra unos manifestantes que nunca se vieron en pantalla. El almacén de recuerdos aún funciona y nunca entendí aquel reportero, que aún viendo que los  bolivarianos se ocultaban para esconderse de las balas provenientes de la avenida Baralt, el periodista insistía y calificaba de criminal a los defensores de la Democracia.  Triste papel el de  los fablistanes de la prensa privada en esos días aciagos.

    En la pantalla de la televisión observé a Hugo llamando a la paz y a los malignos convocando una marcha para dirigirse hacia Miraflores. Todo estaba dispuesto con premeditación y alevosía para la emboscada final. Hasta los jerarcas de la iglesia Católica estaban en la componenda. Yo que soy un ateo confeso, pienso en dos dioses, el del mal, el de los ricos, aliado de la jerarquía de la iglesia y el del bien, el Dios de Cristo, el Dios de los pobres. La eterna lucha del bien contra el mal, el enfrenamiento de Wanadi el protector de los hombres y los Odosha, los demonios de la cultura Yeckuana, la pelea entre la verdad, aleada de Hugo y la mentira, representada por la canalla agrupada en la Coordinadora Democrática.       

   Hugo fue secuestrado por los generales golpistas con intenciones siniestras, argumentando la vil mentira de la renuncia del gobernante. Si mal no recuerdo surge de este tinglado un tal Pedro Carmona, un gris empresario usurpador quien se autoproclamó presidente. Triunfó la canalla y como siempre, la bipolaridad, una efímera victoria de los malvados, tristeza y rabia para los desposeídos. Fue entonces cuando se desataron los demonios y aquellos petimetres de Primero Justicia, quienes hoy pretenden gobernar al país, pusieron en evidencia su talante fascista. Mi memoria  aún recuerda con precisión a Capriles violando la territorialidad de la embajada de Cuba, a un Julio Borges solicitándoles la renuncia a los diputados de la Asamblea Nacional, a los gobernadores, en fin a los miembros del poder constituido.  Sigo estrujando mis sesos y  en mi pantalla cerebral aparecen Leopoldo López y de nuevo, Capriles. Ambos alcaldes quebrantaron todas las leyes, violando los derechos humanos del ex ministro Chacín, sometiéndolo al escarnio público de una hueste exaltada, arremetiendo mediante golpes contra la humanidad de la víctima. Mi pensadora no falla y no comprendo como tales señores se presentan ahora en un proceso electoral defendiendo una Constitución que en aquel abril violaron como les dio la gana. Cosas veredes, Sancho.    

   Pero como en todos los 11 de abriles de hace muchos siglos, el del 1992 también tuvo un trece. Todavía tengo la imagen de unos golpistas civiles y militares huyendo cobardemente de Miraflores de la ira de un pueblo que siempre creyó y cree en mi comandante Hugo. No puedo apartar de mis ojos de aquella venturosa  madrugada cuando un helicóptero restituía a su lugar de trabajo a la esperanza de los pobres, quienes se volcaron en una jornada heroica en defensa de sus derechos y a su bien amado presidente Chávez. Tal como dije al principio, ciertos hechos históricos son bipolares, el trece de abril fue un momento de gloria para el pueblo venezolano y un día funesto para la oligarquía de este país. Y todavía falta el triunfo arrollador del 7 de octubre, cuando se enterrarán definitivamente las aspiraciones de los arteros burgueses. Seguro, aquellos días fatídicos no volverán.    

   Un mensaje a Hugo: mi comandante tenga la certeza que millones de venezolanos estamos dispuesto a ayudarlo con la cruz.  


                                                          enocsa_@hotmail.com


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Enoc Sánchez López


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