Chávez: ¡mosca!... ¡mosca!

Lo de Haití, me pareció, simplemente impresionante. Casi todo un pueblo mal vestido, con rostros de hombres y mujeres –miles de rostros- pálidos de hambre y de sed, cuerpos sudados como si fueran castigados en el infierno, trotaban y trotaban incansablemente alegres por un momento, quizá esperanzados por un momento en un cambio repentino que los llene de justicia, felices –tal vez- por un momento. Parecía que en esa muchedumbre de pueblo de piel negra y alma humilde no había dolor, porque en un momento de trote y trote y de mucho sudar –festejando la llegada de Chávez a Haití- conquistaba la libertad que le faltaba. Parecía ese Haití festejando en las calles que fue el primer pueblo de América que conquistó su independencia del viejo colonialismo europeo. Casi todo en las calles, alzando sus manos como banderas glorificadas en la idea conquistada. Fue como decirle, en un solo coro, a los impostores que con sus cascos azules se creen constructores de paz y enterradores de la guerra: ¡Fuera… fuera… no los necesitamos! Fue como un gritar en sonoras palabras amistosas, diciendo: ¡Camaradas: Evo y Lula, no queremos que vuestros soldados, en nombre de la libertad de otros, nos sigan asesinando!

            Bueno, pero no es este artículo toda una dedicatoria al pueblo de Haití, que se merece un mundo de Petión en libertad. Se trata de Chávez, es decir, de la seguridad de Chávez. Esto no tiene ni una sola pizca de crítica, como tampoco es obra de un panegírico de Chávez, como incorrectamente se me denominó en días pasados en un medio de comunicación. Es, simplemente, una reflexión, que puede o no tomarse en consideración por otros.

            Ciertamente, todo líder que crea que el socialismo es la alternativa para salvarnos de los rigores y las atrocidades del capitalismo salvaje, debe agradarle –por múltiples razones y motivos- confundirse con la masa de pueblo, sentirse como pueblo, sudar como pueblo, caminar con el pueblo, trotar con el pueblo, fusionar sus manos con las del pueblo. Pero todo líder que piense y luche por el socialismo, debe saber también, que tiene sus enemigos enconados, sus contrincantes acérrimos, que conspiran para derrumbar todo lo que se le convierta en obstáculo a los pasos agigantados del capitalismo salvaje. Conspiradores que tienen por la muerte de su adversario un alivio y una creencia de limpiar el camino de lo que le objeta su supremacía en el destino de lo que aman y por lo que viven: la riqueza mal habida y la explotación del hombre por el hombre. Fidel ha sido víctima de mil y más atentados y, creo, que como Fidel nadie –hasta ahora- ha sido esa expresión más idéntica de los brazos y las manos y las pisadas y los movimientos y los sueños de pueblo entero. Pienso –quiera Dios y los pueblos nunca suceda- si llegasen a matar a Fidel por la vía de un atentado, aun así nadie podría despojarlo del mérito de haber sido el más grande victorioso venciendo los atentados del imperialismo y de sus lacayos.

            Me calé –observando por la televisión y aun cuando no soy amigo de estar viendo la llegada de mandatarios a otros países-- todo el recorrido que hizo Chávez en Haití donde esa gigantesca muchedumbre de pueblo lo acompañó a trote limpio. En el momento en que Chávez se bajó del carro en que hacía el recorrido y se confundió entre la masa de pueblo haitiano trotando, pasó por mi mente las mil y más metodologías que tienen los gorilas y cóndores del imperio para asesinar a sus adversarios. Y pensé, en ese instante, que si los gorilas y cóndores estaban viendo la televisión de lo que sucedía en Haití, llegarían a la siguiente conclusión: “Hubiese sido una papaya haber matado a Chávez fuera de Venezuela y nuestro imperio hubiera quedado con las manos lavadas como Pilatos”.

            ¿Por qué digo eso?: lo primero que debo decir es que no soy absolutamente nadie para hacer ver al Presidente que muchas cosas que se quieren hacer y sobre todo por un líder de masas que traspasa las fronteras de una patria, resultan unas cuantas vetadas por problemas de seguridad en realidades, donde existe siempre el peligro de una mano asesina. No estoy diciendo que no se hagan las cosas que se quieren hacer, porque un líder siempre aislado del calor de su pueblo, que no le agrade confundirse en la muchedumbre de pueblo, que no le guste sudar como suda el pueblo, que le moleste trotar como trota el pueblo, termina siendo visto como un ser muy de arriba, muy extraño, muy discriminatorio, muy elitesco, que le desagrada contaminarse su piel con la piel de pueblo. Siempre será mirado de reojo y no con los ojos encendidos de euforia con que miran los pueblos a los líderes que se mezclan con ellos.

            Ahora voy a lo que voy: no se necesita ser un detective al estilo de Sherlock Holmes ni un maestro en suspenso y angustia como Alfred Hitchcock, no se requiere ser un sociólogo a la altura de Carlos Marx ni un sicoanalista tan versado como Wilhelm Reich, no es necesario consultar a Columbo ni leerse completo la obra “Los miserables” de Víctor Hugo, para saber que el caldo de cultivo donde se compra o se gana a un sicario no está en los predios donde la burguesía disfruta de sus placeres derrochando riqueza, sino en los laberintos donde se organiza la miseria y se reparte el hambre., es decir, en el inmenso horno donde la mayor evidencia de esclavitud material se manifiesta en una creencia ciega a la superstición de que el Diablo es el único que cumple haciendo feliz –a través de un contrato bien remunerado-  a una familia en la tierra cambio de la vida de quien le firme el acuerdo de matar a la víctima escogida no por el sicario sino por el señor Satanás –que es el imperio-. Es justo también decir que es en la miseria del hambre y del dolor donde brotan esos hombres y mujeres que se restean con la noble e imperiosa causa de la libertad, y son masas de pueblo encendido quienes la conquistan.

            Un sicario pierde el derecho de su vida justo en el momento en que acepta el acuerdo con quien lo compra. Lo único que le importa es dejar cómoda a su familia en la tierra, porque en cosas del infierno cree que el Diablo sabrá compensarlo con felicidad eterna por el deber cumplido. El sicario –satisfecho con que su familia va a vivir mejor que él- pierde tanto la sensibilidad social, le da lo mismo que lo maten de un tiro que descuartizado por una muchedumbre que se venga del asesinato de su líder. Por otro lado, el imperio sabe que muriendo el sicario tan inmediatamente al cumplir su cometido, es una garantía de secreto de su participación intelectual.  Lo que sucede es que han sido tantos y tan descarados y atroces los crímenes del imperio, que ya nadie cree en su inocencia, porque en verdad inocente no es.

            Es necesario tomar en cuenta que nunca, desde que la historia tiene una directa relación con la lucha de clases, un pueblo entero se pronuncia por una causa única. Lo prueba nuestra propia realidad venezolana: más de 7 millones votaron por la política de Chávez y 4 millones y piquito lo hicieron oponiéndosele. En Cuba, por ejemplo, más del 90% de su pueblo está con la revolución y con el ideal del socialismo, pero hay un pequeño porcentaje que se opone frenéticamente hasta el punto que unos cuantos integrantes de esa porción desearía que Estados Unidos interviniera militarmente la isla y derrocara al gobierno revolucionario, y que nadie lo dude, acá también hay unos cuantos que piensan de esa manera. Aun así se han hecho muchísimos intentos de asesinar a Fidel. Y a Fidel hay que cuidarlo, para evitar que lo maten en un atentado.

            Sucede que cuando un líder de masas –como Chávez, por ejemplo y especialmente en otro país- se lanza a caminar o trotar junto a la muchedumbre conlleva, por necesidad imperiosa,  la obligación a que los miembros del cuerpo de su seguridad realicen gestos que en la humilde manera de ver las cosas por esa masa ansiosa de tocarlo y saludarlo se interpreten como actos de rechazo o de represión. Sin duda, en el caso de Haití y lo observé, si los funcionarios de la seguridad de Chávez se hubiesen descuidado un mínimo de su función, las masas haitianas –por adoración y alegría y no por misión de atentar contra la vida del Presidente venezolano- hubieran aplastado al líder, y ¿quién podría de antemano dar un diagnóstico final del desbordamiento caluroso y afable de la muchedumbre sobre el cuerpo del líder en el piso o copado por tantas manos y pechos y abrazos para expresarle admiración? Y a Chávez, sin que yo sea chavista ni su panegírico y lo digo sin que me quede nada por dentro, hay que cuidarlo, para evitar que lo maten en un atentado.

            En fin, hay algunas cosas –más incluso por el bien del sueño de un pueblo- que el líder aunque mucho se lamente o mucho le desagrade- no las puede hacer todo el tiempo, porque todo el tiempo sus enconados enemigos están pensando cómo asesinarlo y, muchas veces, con el mayor descaro sin siquiera esperar el momento de una papaya, sino que lanzan su acción burlando todas las medidas de seguridad de la víctima. Y hay que reconocer y decirlo, lo que se produjo en Haití –casi todo un pueblo de una capital de nación en las calles vitoreando a Chávez- no se ha visto incluso en Venezuela. ¡Todo indica –en honor al pueblo haitiano- que Petión está despertando!



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Freddy Yépez


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